Capítulo 6

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—¿Ibas a dejarme entre los muertos? —preguntó Diana desde el asiento del copiloto. Se había quedado dormida en el camino y había despertado agitada y temblorosa.

—Claro que no —dijo María Alejandra confundida.

—Si lo hacía, le iba a atormentar toda su vida —interrumpió la abuela antes de dormirse con la mirada de enojo de su nieta desde el retrovisor.

—Si no estás a gusto con mi presencia, detén el carro y déjame aquí —le pidió.

—Ah, no. —María Alejandra la miró— Ahora no vas a irte tan fácil. Vas a llevarme a ese laboratorio —dijo y Diana exasperó.

—¡NO HAY NADA EN ESE MALDITO LUGAR! —gritó golpeando la guantera.

María Alejandra la miró sorprendida y detuvo la camioneta.

—Está bien, cálmate —le pidió mientras estiraba su brazo hacia ella.

—¡No me toques! —volvió a gritar y María Alejandra se detuvo en seco con temor —¡No quiero estar con alguien que ve la vida de los demás como un juego! —El temor brillaba en sus ojos por lo que había pasado antes.

—No iba a dejarte ahí —aclaró en voz baja.

—Me importa una mierda lo que pensabas hacer —dijo y se bajó dando un portazo con la mirada de una María Alejandra incrédula.

—Es lo que pasa cuando no sabes tratar a las mujeres, sobretodo a una a la que le gustas. —Su abuela había estado escuchando todo.

La chica hizo una mueca y se bajó, pero al instante se detuvo y regresó.

—¿Qué dijiste?

—Que no sabes tratar a las mujeres.

—Abuela. —Insistió.

—La niña te mira con cariño cuando tú no la estás mirando y se preocupa por ti —dijo como si fuese lo más obvio del mundo.

—Pero...

—Sí, exacto —la interrumpió—, pero no sé qué le ha gustado de ti. Si no has dejado de ser odiosa e insoportable con ella —le recriminó—, ve a disculparte y tráela de vuelta —exigió regañándola.

María Alejandra miró sobre sus hombros. El sol quemaba el asfalto y la vía desolada tintineaba como aceite caliente. Habían tomado la autopista que iba hacia Anzoátegui, en la confusión de la pelea, alejándose completamente de la costa. Y estaban en medio de la nada. Un terminal de autobuses abandonado y una silueta femenina adornaban el paisaje con una montaña enorme de fondo.

Diana caminaba furiosa y acuchillaba a un resucitado errante que se le atravesaba en el camino.

—Mira lo sensual que es —dijo su abuela entre risas—, hasta matando muertos se ve increíble.

—¿Matando muertos? —preguntó. Más allá de que su abuela le dijera lo sexy que era una chica que, aparentemente, estaba interesada en ella, era que hablara con redundancias.

—Sí —dijo—, tráela rápido. No me gusta este sitio.

Diana estaba recostada en la pared, con el resucitado a sus pies. María Alejandra se acercó y miró el cuerpo. Era un muchacho joven, tenía unos converse clásicos muy sucios. Diana la miró acercarse.

—No tienes que llevarme al laboratorio si no quieres —empezó y juntó sus manos hacia adelante—, detesto todo esto —dijo pateando con suavidad el cuerpo—, todo este mundo de muerte y falsa muerte. Lo del laboratorio sólo aumentó mi ira. Si dices que no hay nada en el lugar, te creo. —Al decir esto Diana bajó la mirada.

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