Capítulo 10

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La abuela de María Alejandra estaba sentada en una esquina de la enorme habitación, estaba rodeada de muchos niños a los que les contaba alguna historia. Su sonrisa se ensanchó al verla entrar y caminó a paso rápido hacia ella mientras le daba un fuerte abrazo seguido de su bendición.

—Mi niña —dijo tocando su rostro con ambas manos.

María Alejandra se aferró y la miró con amor.

—¿Estás bien? —preguntó— ¿Te han hecho algo?

—La señora Lilith ha puesto dos enfermeros y un cocinero a mi disposición —dijo con una sonrisa—, no recuerdo la última vez que probé un buen plato de comida.

—¿Y tú estas bien? —preguntó sin dejar de mirar a su nieta.

María Alejandra asintió.

—Debo ir con Diana en unos minutos, está a cargo de una investigación sobre mi transformación.

La anciana arrugó el rostro.

—Ese monstruo no tiene nada que ver contigo —dijo apuntando su dedo hacia el pecho de María Alejandra—, tú no eres eso.

—Abuela —dijo con una sonrisa—, me alegro de que estés bien —miró a los niños confundida—, ¿hay algún motivo para que todos estos niños estén aquí?

—Ni idea —dijo regresando a su asiento—, yo no he querido preguntar, ya sabes que no me gusta andar de chismosa.

María Alejandra enarcó las cejas.

—No en estas situaciones —aclaró la anciana mirando a su alrededor.

—Esta bien, solo quería asegurarme de que estabas a salvo, tengo que irme —dijo en un suspiro—, vendré a verte —agregó dándole un beso y regresando al pasillo con pesadez.

Miró a ambos lados del pasillo y mordió sus labios. Tomó el camino de la derecha y encontró la puerta de madera a unos cuantos pasos. Se detuvo justo al frente y su labio inferior tembló ligeramente. Diana haría que se transformara de nuevo en ese horrible monstruo, pensó en cada una de las situaciones en las que estuvo expuesta, en peligro y rodeada de muertos, esto no se comparaba en nada, no sentía nada, solo el cansancio que aplastaba su cuerpo contra el suelo y aun así, en contra de su propia voluntad tocó la puerta tres veces con sus nudillos.

—Adelante.

Esa era su voz. Giró el pomo de la puerta y se asomó con timidez.

—Voy a asesinar a Rafael —dijo al mirarla.

Estaba sentada en su escritorio, justo llevándose un bocado de comida mientras miraba algo en la pantalla del computador. Se puso de pie, aun masticando su comida, se acercó a ella y la haló del brazo para que pasara. Se asomó de nuevo a la puerta a mirar hacia ambos lados del pasillo y cerró con llave.

—No es su culpa —fue lo primero que alcanzó a decir.

—Entonces, ¿qué? —preguntó cruzándose de brazos— ¿te escapaste?

—No.

—Entonces, sí es su culpa.

Llamaron una vez más a la puerta y Diana se tensó de inmediato.

—¿Quién es? —preguntó en voz alta.

—Traigo un almuerzo especial —dijeron desde el otro lado.

Diana miró a María Alejandra confundida.

—¡Ah! —exclamó— Es para mí. Ya era hora, moría de hambre —dijo abriendo la puerta y tomando la bandeja. —Gracias.

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