Capítulo 8

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Aterrizaron en el helipuerto de una vieja fábrica rodeada de un enorme muro de bloques de concreto. María Alejandra notó un delgado túnel que iba desde un extremo de la fábrica hasta el muro, completamente sellado. El guardia le cubrió la cabeza con una bolsa de tela maloliente.

—Es un poco tarde para que me tapes la cara, imbécil —bufó la chica.

Lilith miró al guardia y asintió dándole la razón a la chica.

María Alejandra sintió como la tomaban de ambos brazos y la bajaban del helicóptero.

—La fábrica es una pantalla de humo —empezó a decir Lilith—, el complejo de investigaciones de Eternidad está realmente bajo tierra.

—Como en las películas —intervino María Alejandra.

—Escúchame, niña —dijo poniendo una mano en su pecho para detenerla, lo que era sencillo porque la chica no veía absolutamente nada—, sé que eres terriblemente irritante y que haces comentarios como esos para que piensen que te importa una mierda lo que pasa a tu alrededor.

—Ese lenguaje —la regañó con una sonrisa que no pudo ver.

—Sabemos cómo eres y cómo te comportas. Diana se encargaba de vigilarte —y al decir esto María Alejandra sintió una punzada en el pecho—, no me sorprende —continuó—. Desearás haberte convertido en un muerto viviente —susurró en su oído y la chica se sintió asqueada.

Lilith hizo una seña para que los guardias se la llevaran.

***

Diana estaba de pie frente al espejo embutido en el gabinete de madera del baño. El cansancio brotaba de sus poros, inminente. Desde que había huido de Eternidad, sus horas de sueño se habían disminuido considerablemente, todo por una chica. Una chica que debía odiarla con intensidad.

Rafael había entrado a su habitación y la miraba desde una distancia prudente. El chico era delgado y alto, y compartía el mismo tono de piel, de cabello y de ojos.

—No me mires así, Rafa.

—De alguna manera, estoy orgulloso de ti —dijo el chico para sorpresa de Diana.

—¿En serio?

—Hiciste todo lo que estuvo en tus manos. Lilith es la dueña de este país, Diana. Te escapaste de sus garras un buen tiempo. La vieja casi se infarta cuando te fuiste.

Diana rio y luego volvió a mirarse al espejo.

—María Alejandra está en peligro. Está en más peligro del que estaba antes de irme de aquí.

—Un guardia la dejó en la sala de observación —mencionó y Diana se acercó a él de inmediato.

—Tienes que dejarme entrar, necesito hablar con ella.

Rafael rio por la nariz mientras sacaba de su bolsillo una pequeña tarjeta de plástico rectangular.

—Los guardias de este lugar son demasiado imbéciles.

—Lo son —rio Diana—, pareciera que hubiese reclutado a la fuerza armada, inútiles.

—¿Qué vas a decirle?

Diana se detuvo a mirarlo sin saber qué decirle, pues no había pensado en nada más que un chance para verla.

—La verdad.

Ambos caminaron por los sucios pasillos de la fábrica y se adentraron en la oscuridad de un pequeño túnel donde se vislumbraba una luz al final. Y no, no era la luz del más allá. Era la entrada de Eternidad, la enorme instalación bajo tierra.

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