Capítulo 12

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Lorenzo se llamaba el capitán de la tripulación y el líder de la rebelión, había sido capitán de fragata durante diez años y acumulaba una impecable experiencia asesinando resucitados.

—Es fácil asesinar personas cuando ya están muertas. —Ponía los ojos en blanco un muchacho llamado Salazar.

—Impresionante —dijo Lorenzo cuando hubo estado frente a María Alejandra—, eres una muchacha realmente hermosa. —Sus ojos brillaron y la chica se sintió incómoda—. Me encantaría ver con mis propios ojos lo que eres capaz de hacer.

—Puedo transformarme en un cuervo —dijo levantando los hombros como si no le importara, pero en realidad intentaba liberar el estrés que se acumulaba en su cuerpo.

—Sí —balbuceó el capitán sin dejar de mirarla—, estoy seguro de que puedes hacer mucho más.

—Primero tiene que descansar —refutó Diana que había mirado toda la escena desde una distancia prudente—, además —continuó plantándose frente al capitán—, sé cuáles son sus límites y cuándo deben o no cruzarse.

—Claro —retrocedió el capitán disimulando una sonrisa—, me gustaría presenciar TUS experimentos en MI laboratorio —sentenció enfatizando los pronombres—, por favor —finalizó suplicando y bajando la guardia.

Diana rió.

—Por un momento creí que te habías contagiado del ardiente deseo del conocimiento que tiene Lilith —dijo con sorna y todos rieron.

El viaje duró alrededor de treinta minutos. Llegaron a la costa de Punta de Piedras, una zona desolada y destruida. Las embarcaciones chamuscadas cuyas proas apenas se dejaban ver en el agua, parecían intentar respirar. Mientras que centenas de cuerpos se esparcían desde el mar hasta las casas abandonadas. El hedor petrificó a los visitantes quienes se cubrieron el rostro de inmediato con ambas manos intentando contener la respiración y las arcadas.

—¿Quién trajo los cuerpos? —preguntó María Alejandra y Lorenzo la miró sorprendido.

—¿Cómo sabes que no murieron ahí?

—El olor del mar los desorienta —respondió ella—, mi abuela y yo vivíamos en la costa, en la cinemateca.

—¿Qué más sabes de ellos?

María Alejandra miró al hombre. Su mirada volvió a incomodarla y decidió no responder.

El silencio fue interrumpido por Mercedes.

—Debemos taparles los ojos, lo siento —dijo apenada—, es por su seguridad.

María Alejandra miró a Diana y la chica asintió, por lo que tuvieron que dejarse vendar los ojos.

El trayecto no fue silencioso, aunque la mayoría así lo hubiese deseado. Lorenzo no paraba de hablar sobre sus hazañas en la marina venezolana, los últimos días de la dictadura y sobre lo mucho que extrañaba a su esposa. Quiso preguntarle qué había pasado con ella, pero no quería ser tan imprudente.

—¿Qué le pasó a su esposa? —preguntó recibiendo un codazo de su abuela.

El capitán sonrió, aunque ella no pudo verlo.

—Se fugó con un sargento —dijo con un poco de amargura—, tomó el elixir de la vida eterna y... —El hombre tomó una bocanada de aire— murió.

Entonces todos guardaron silencio.

—¿Tú extrañas a alguien? —preguntó.

Diana y Mercedes miraron a María Alejandra de inmediato, queriendo saber la respuesta.

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