Capítulo 13

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Lorenzo tarareaba una canción. Estaba hundido en un sillón con la mirada perdida. María Alejandra era la pieza que necesitaba para acabar con Lilith y tener Eternidad bajo su poder. Debía cuidarse de Diana y todos los que estaban de su lado.

Anunció al grupo de rastreo que harían una prueba y le pidió a Salazar que escoltara a María Alejandra hasta la explanada donde se haría la prueba, pidiendo exclusivamente que el grupo recién llegado desde Eternidad no se enterara.

—Bienvenida, adelante —dijo Lorenzo al ver llegar a María Alejandra.

—¿Diana no vendrá? —preguntó de inmediato.

—No, está ocupada con otros asuntos. Pero, ven, no te preocupes, solo quiero conocer el alcance de tus habilidades —dijo amablemente.

—Diana conoce el alcance, debería preguntarle.

—Quiero verlo con mis propios ojos.

—Está bien —dijo insegura— ¿qué haremos? —preguntó juntando sus manos y mirando a su alrededor.

Estaban en medio de un terreno desierto y a unos cuantos metros había una especie de galpón a medio construir.

—Necesito que te transformes —pidió.

—Bien, inyecte lo que tenga que inyectar.

—No —dijo entre risas—, quiero que lo hagas por cuenta propia. Sé que ya lo hiciste una vez.

—Sí —dijo incrédula—, pero no sé cómo lo hice.

—Bueno, vamos a averiguarlo.

Con una seña, Lorenzo ordenó a su personal a que llevaran a María Alejandra hasta el galpón.

—¿Qué están haciendo? —preguntó nerviosa— ¡Suéltenme! —gritó.

—Solo van a ponerte en una situación de peligro para que logres transformarte.

—¿Qué clase de peligro? —gimió.

—Ya verás.

Los hombres, que estaban armados, la llevaban en brazos hasta el galpón, lo rodearon y subieron por una escalera externa.

Dentro del galpón, decenas de resucitados arañaban las paredes de bloque sin frisar y levantaban los brazos queriendo comer la carne fresca que llegaba.

—¡No! —gritó intentando zafarse.

En el cuartel, Diana tocaba la puerta de la habitación de María Alejandra.

—Hola, mi niña —sonrió la abuela.

—Hola —saludó con una sonrisa—, quería saber cómo seguía usted y María Alejandra.

La anciana la miró confundida.

—Creí que María Alejandra estaba contigo —dijo.

—No, pensé que estaba aquí —dijo la chica— ¿a dónde fue?

—No lo sé, un niño vino buscándola. Dijo que iban a hacer unas pruebas.

—Está bien, gracias, la buscaré —Diana dio la vuelta y cuando escuchó al puerta cerrarse empezó a correr.

Encontró a Salazar bajo la carpa del comedor.

—¿Dónde está? —preguntó tomándolo del cuello de la camisa.

—¿Q-quién? —preguntó nervioso.

—¡María Alejandra! —exclamó— ¿A dónde la llevaron?

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