Capítulo 24

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– Ni siquiera me habla, Aitana. Ni me mira. Nada de nada. – me preocupé.

– Amaia, déjalo... ya lo hará. No creo que pase mucho tiempo sin hablarte.

Mi prima y yo estábamos hablando en la habitación de invitados (donde dormía ella) mientras Alfred colocaba sus cosas en los armarios de mi cuarto.

– No sé... yo no estoy tan segura de eso. Me ignora por completo. – agaché la cabeza.

– Amaia, acaba de venir. Y todavía no habéis arreglado nada. Es normal.

– Ya...

– No te desanimes, ya verás como todo vuelve a ser como antes.

– Ojalá. – intenté sonreír. – Pero... ¿va a dormir en mi cuarto? ¿conmigo?

– Yo qué sé, Amaia...

– Es que está guardando sus cosas allí.

– Lo mejor es que te quedes a dormir aquí. No creo que sea buena idea que durmáis en la misma habitación, y mucho menos en la misma cama.

– Tienes razón. Voy a por mis cosas, ahora vuelvo.

Me dirigí a mi cuarto. La puerta estaba cerrada y me quedé dos segundos con la mano puesta en el pomo, mentalizándome de que dentro estaba Alfred. No quería cagarla. Abrí la puerta y le vi sentado en el suelo, de espaldas a mí. Dudé en decirle algo pero no quería empeorar las cosas, así que fui al armario y cogí mi pijama rojo. Me fijé en toda su ropa en mi armario y sonreí como una boba al verla. Pero volví al presente. Cerré el armario y anduve hasta la puerta. Me volví a fijar en aquel chico que removía tantas cosas en mí y me decidí a hablar.

– Buenas noches, Alfred. – dije sin apartar la mirada de él, esperando una respuesta.

Pero esa vez tampoco me contestó, así que me fui. Lo entendía, no me iba a enfadar. No sería bueno ni para mí ni para él.

Tras aquel acontecimiento, volví con mi prima.

– Ay, Aitana...

– ¿Qué ha pasado? – se interesó.

– No lo sé ni yo. Él estaba sentado en el suelo, de espaldas a mí. Ni siquiera le he visto la cara.

– Sí... ¿Y qué más?

– Pues le he dicho ''buenas noches, Alfred''. – respondí desganada.

– ¿Y te ha contestado?

– No. – susurré con ánimo de que no me escuchara. Pero no dio resultado.

Aitana se tocó el flequillo, como si estuviera pensando.

– Me siento muy patética... – dije después de morderme el labio.

– Anda, vamos a dormir. Mañana será otro día. – me abrazó.

[...]

Estaba desayunando sola en la cocina, cuando vi bajar a Alfred. No pude evitar fijarme en cada detalle de él. Llevaba unos pantalones cortos de deporte negros, una camiseta roja que le quedaba fenomenal... las gafas y el pelo despeinado. Recién levantado. Aparté la vista para que no me pillara mirándolo.

Como era de esperar, me ignoró completamente. No voy a negar que por dentro me dolía muchísimo, pero por fuera intentaba ser indiferente a todo tipo de situaciones con él.

Fue muy incómodo tener que estar sentada con Alfred a dos metros y no intercambiar ni una palabra cuando yo me estaba muriendo por hablar con él, por tocarle, por tener algún tipo de contacto. Aunque fuera mínimo.

Cuando no aguantaba más, me fui con Aitana, que estaba vistiéndose en su cuarto.

– Sigue ignorándome, no existo para él...

– Ten paciencia, Amaia. – intentó tranquilizarme.

– Me encantaría tenerla, pero no puedo. No puedo estar tranquila mientras el chico del que estoy enamorada me ignora completamente, como si fuera una colilla del suelo.

– Estoy segura de que él se muere por hablar contigo. No pienses que te ignora, estará sintiendo lo mismo que tú. Ayer cuando estábamos cenando había una tensión extraña en el ambiente. Es la que creáis los dos.

– Ojalá tengas razón, deseo que la tengas. – respondí.

Me fui de allí hacia mi habitación para coger la ropa. Cuando entré me fijé en el amuleto de Alfred. Ese al que yo puse una cuerda para que fuera un collar. Estaba encima de mi escritorio. Me dirigí hacia allí y me senté, observándolo. Me dolió que no lo llevara puesto, pero lo cogí y lo toqué. En ese momento era el contacto más directo que podía tener con Alfred. También miré mi pulsera, que nunca me quitaría por nada del mundo.
Por un momento, me puse a llorar. Allí, con medio cuerpo tumbado encima del escritorio y un amuleto en mi mano. No era un llanto de tristeza sino de desesperación, no sabía qué más hacer para llamar su atención.

Pasé allí cinco minutos mientras me desahogaba hasta que una mano se posó en mi espalda. La recorrió de arriba a abajo, intentando consolarme. Levanté la cabeza y vi a Alfred, mirándome.

– Alfred... – susurré y le observé con las lágrimas aún en las mejillas.

Me levanté de la silla, dejando su amuleto en el sitio donde lo había puesto, y volví a mirar a aquel chico, a los ojos, mientras él hacía lo mismo.

– Perdón, solo había venido a coger mi ropa, pero ya me iba. Lo siento. – me dispuse a salir de allí, limpiándome las lágrimas de los ojos.

Cuando estaba a punto de salir, Alfred me cogió el brazo y fue bajando su mano hasta entrelazarse con la mía.

– Ven aquí. – dijo mientras me atraía hacia él.

Seguidamente, me besó. Fue un beso tierno, que derrochaba amor por todos lados. Amor y reconciliación, por parte de los dos. En ese momento no necesitaba nada más, me transmitió todo sin decir ni una palabra. Aquel beso significaba: ''te quiero'', ''te necesito'', ''eres lo mejor que me ha pasado''.

Cuando nos apartamos no pude hacer otra cosa que sonreír. Solo nosotros sabíamos las ganas que teníamos de hacer eso, de que se volviera a parar el tiempo, de sentirnos y de sentir que solo existíamos nosotros dos.

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Hola!! Nuevo capítulo! Solo puedo decir gracias por los comentarios, el apoyo... me hace muy feliz!
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Os leo!

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