Capítulo 14

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– Verás... mi madre me acaba de llamar. Dice que mañana viene a buscarme para volver a Barcelona. Alfred yo...

– ¡¿Cómo?! Pero eso no puede ser, Amaia. No te puedes ir así...

– Yo no quiero irme. ¿Qué va a pasar con nosotros? Ahora mismo odio a mi madre.

– ¡Joder! – dijo para después callarse – Otra vez no puede pasar, no te puedes ir y desaparecer de mi vida como cuando éramos pequeños, Amaia.

– No voy a desaparecer. No tengo ni idea de cómo ni cuándo pero pienso volver. Me quedaría aquí para siempre pero no puedo...

Alfred se sentó en la cama y se tapó la cara con sus manos para que yo no pudiese ver su estado de ánimo aunque fue en vano. Me acerqué a él y puse mis labios en su pelo mientras le abrazaba.

– Te quiero – susurró.

Al día siguiente me encontraba en mi cuarto con mi prima, haciendo las maletas.

– Y pensar que ha pasado poco más de un mes desde que deshicimos el equipaje... – dije a punto de llorar.

– Pues ha sido uno de los mejores meses de mi vida – intentó tranquilizarme.

– De la mía también, sin duda – rompí a llorar.

– Amaia... ¿es por Alfred, verdad? – me acarició el pelo.

No hizo falta una respuesta, las dos ya la sabíamos.

– No debería de contártelo pero ayer estuve hablando con él toda la noche y está fatal. Pero si te sirve de consuelo, Alfred nunca deja pasar las oportunidades así que le volverás a ver. No tengo ninguna duda.

– No sé Aitana... yo no me planteé que este día llegaría. No me hago a la idea de estar sin él.

– Algo me dice que no lo estarás. Hazme caso.

– Ojalá tengas razón – dije.

Pasamos toda la mañana preparando mi vuelta a Barcelona, o por lo menos intentándolo porque de vez en cuando nos daba el bajón y teníamos que parar. A la hora de comer, me llegaron varios mensajes de Alfred.

Las estrellas siempre van a estar ahí, aunque tú no las veas.

Pero al final siempre las terminas viendo.

Me derrumbé por completo cuando lo leí, sin saber muy bien cúal era el significado del segundo texto. Por un momento pensé que nunca debería de haberle conocido y así no lo pasaría mal cuando volviese a casa pero esos días fueron los mejores de mi vida. Prefería estar con él un minuto que no estarlo nunca. Porque la felicidad es lo que importaba, lo que viniese después ya se vería. Además, Alfred me enseñó a amar a alguien y me hizo darme cuenta de que la vida sin amor y sin música no tiene sentido. Sería como un coche sin ruedas. El coche está ahí, pero no vas a ninguna parte.

Después de comer estaba esperando a que mi madre llegase aunque no sabía a qué hora lo iba a hacer. Entre pensamiento y pensamiento llamaron a mi puerta.

– Hola Amaia – dijo Alfred entre alegre y triste.

Me levanté y le besé antes de que pudiera decir nada más.

– Creo que tendríamos que hablar, de nosotros, de esto... – comentó.

– Alfred no quiero hablar. Vamos a disfrutar este momento juntos, sin preocupaciones. Quién sabe cuándo nos volveremos a ver. No quiero que mi último recuerdo contigo sea teniendo una charla que no va a parar a ningún sitio porque al fin y al cabo yo me voy a ir y eso no lo podemos cambiar – contesté.

Por Si Te Hace FaltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora