Capítulo dos.

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.- ¿Acaso he oído mal, señor? —Se extrañó la chica— ¿El más grande traficante de toda Latinoamérica, pidiendo perdón a un simple aprendiz? ­—Miraba fijamente a Gerard en señal de algún gesto, pero seguía ahí, casi inmóvil, jugueteando con la punta de su lapicero contra la madera— ¿Cuál es el truco?

.- ¿Por qué has de pensar que hay un truco? —Dejó caer el bolígrafo en su elegante escritorio— Si pudiera borrar aquella noche, María José, lo haría.

Gerard se inclinó sobre el borde de la mesa y cerró los puños. La última vez que María José había visto aquellas manos, estaban bañadas de su propia sangre.

.- Lo siento —repitió el asesino—

Way, le llevaba veinte años a su protegida, y aunque algunas vetas blancas surcaban su cabello rojizo, su rostro no había perdido el aire de juventud. Tenía unos rasgos duros, elegantes, y unos ojos grises claros y deslumbrantes. Quizás no fuera el hombre más guapo de la ciudad, o del país, pero sin duda alguna si era uno de los más seductores.

.- No debí permitir que mi mal genio sacara lo peor de mi —Prosiguió— Tampoco haberte mandado tan lejos, mucho menos golpearte.

En otras circunstancias, María José hubiese bufado con tan solo ver que aquel magnifico hombre le pedía perdón, pero, había hablado en tono tan sincero ¿Sería posible que se arrepintiese de lo que había hecho?

.- ¿Enserio piensas que todo se arreglará tan fácil?

Gerard percibió la ira que se notaba en la voz de la joven; también la incredulidad en su mirada.

.- Déjame compensarte, por favor.

El matador se levantó del sillón de piel y rodeó el escritorio. Sus largas piernas, junto con años de entrenamiento, otorgaban a sus movimientos una elegancia natural. Dobló una pierna ante ella y colocó el rostro a la altura de la peliazul. La chica había olvidado lo alto que era.

El hombre le tendió el regalo. Solo la caja era una obra de arte, con encajes de diamante, pero María José levantó la tapa serena. Un elegantísimo collar de oro, con pequeñas esmeraldas brilló a la tenue luz del atardecer que entraba por la ventana más cercana a ellos. Era una pieza única, y la chica supo al instante con qué vestidos le combinaría mejor. Gerard lo había elegido porque conocía perfectamente su guardarropa, sus gustos, todo cuanto se refería a ella. De todas las personas del mundo, solo Gerard se acercaba a su verdad.

.- Para ti —dijo el hombre—. El primero de otros muchos que te esperan.

María José estuvo a punto de rechazar el regalo y mandar todo al demonio cuando rápidamente, Gerard tomaba de sus mejillas y la acercaba a su rostro, cuando la tuvo cerca acarició sus sienes y recorrió sus pómulos.

.- Lo siento —Susurró muy cerca de ella—

La pequeña lo miraba fijamente. Gerard se había encargado de su educación desde que la tomo bajo su ala a los dieciséis años. Padre, hermano, amante... Todas esas facetas las había protagonizado en la vida de María José. Obviamente el papel de amante nunca lo habían llevado acabo, aunque, si ella hubiese sido otro tipo de mujer o si Gerard la hubiese criado de otra manera, quizás si habrían cruzado esa línea. Pero él la trataba como a una hija, le había dado todos los lujos a los que ya se había acostumbrado la joven latina, se ocupaba de su educación y salud aunque le había robado la inocencia el día en que la obligó a poner fin a una vida. La peliazul se sentía incapaz de concretar los sentimientos que le inspiraba aquel asesino como de contar las estrellas del firmamento.

La rosa en la guerra. (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora