— ¡Respira! —Gritaba alguien mientras le golpeaba el pecho—. ¡Si respira!
Y así, sin más, el cuerpo de Poché protestó y el agua brotó de su interior a borbotones. Vomitó en la calle, entre toses tan fuertes que todo su cuerpo se agitó.
—Gracias, gracias —gimió Calle.
A través de las lágrimas, la pequeña le vio arrodillada a su lado, con la cabeza colgando hacia delante y las palmas de las manos afirmadas en las rodillas. Detrás de ella, dos mujeres intercambiaban miradas de consuelo mezcladas con confusión. Una llevaba una palanca en la mano. A su lado yacía la tapa, rodeada del agua que manaba del drenaje.
Poché volvió a vomitar. Se dio tres baños seguidos. Y si comió fue solo con el propósito de vomitar cualquier resto que pudiera quedar en su organismo de aquel líquido séptico. Poché hundió las manos, lastimadas y doloridas, en un recipiente lleno de licor. Se mordió el labio para no maldecir a los cuatro vientos, pero al mismo tiempo se alegró en la quemazón del desinfectante, pensando que destruiría la contaminación del agua.
Jamás volvería a sentirse limpia. Aun después del cuarto baño, que tomó inmediatamente después de sumergirse en el licor, tenía la sensación de que una capa de porquería cubría toda su piel. Gerard había acudido a confortarla y a interesarse por ella, pero María José lo había hecho salir. Había echado a todo el mundo.
Llamaron a la puerta y Poché estuvo a punto de gritar a quienquiera que fuese que se largara, pero Daniela asomó la cabeza. Las manecillas del reloj marcaban las doce y cinco y sin embargo la chica parecía completamente despabilada.
—Vaya, si estás despierta —dijo.
Al ver que la pequeña hacia un gesto de aprobación, la más alta entró. En realidad no tenía ni que pedir permiso, le había salvado de una muerte segura. Poché se lo agradecería eternamente.
De camino a casa, Calle le había contado que, después del ensayo de la subasta, había acudido a la residencia de Johann por si ella necesitaba ayuda. Al llegar allí, sin embargo, había advertido que todo estaba en silencio salvo por los guardias, que comentaban cierto suceso entre susurros. Daniela había pasado un rato caminando las calles lindantes en busca de algún rastro de ella cuando la había oído gritar. Poché le miró desde la cama.
— ¿Qué quieres, Calle?
No era el comentario más simpático del mundo, considerando que esa chica acababa de salvarle la vida, pero, demonios, se suponía que María José era incomparable, ¿Cómo demonios podría amparar su título a partir de ese momento si necesitaba que Daniela estuviera allí para valer de ella? De buen gusto la habría herido.
Calle asomó una sonrisa.
—Solo quería saber si ya habías acabado de bañarte y estabas mejor. No queda agua caliente.
Poché frunció el ceño.
—No esperaras a que me disculpe por eso, ¿o sí?
— ¿Acaso he esperado alguna vez que te disculparas por algo, Garzón?
A la luz de la luna que asomaba por la ventana de la habitación, las maravillosas facciones de su rostro se veían invitadoras y sumisas como terciopelo.
—Podrías haberme dejado morir ahí —susurró Poché—. Me sorprende que no hayas festejado.
Calle arrojó una carcajada grave que recorrió las extremidades de ella como un aviso.
—Nadie merece una muerte tan horrible, Garzón, ni siquiera tú. Además, yo pensaba que estabas por encima de esas cosas.
Poché tragó saliva, no podía apartarle la mirada.
—Gracias por salvarme.
Daniela arqueo las cejas. Su amiga le había dado las gracias en el camino de vuelta, pero rápidamente y casi sin aliento. Esta vez, la frase había sonado diferente. Aunque le dolían los dedos —sobre todo las uñas rotas—, Poché tomó la mano de la más alta.
—Y... Y lo siento —Poché se rigió a mirarla, aunque las facciones de la otra mostraban incredulidad—. Siento haberte enredado en lo que pasó en la bahía y los esclavos. Y siento muchísimo lo que te hizo Gerard por algo que fue toda mi culpa.
—Ah —respondió Calle, como si acabara de comprender un gran misterio. Miró las manos entrelazadas y la más pequeña retiró la suya velozmente.
De repente, el silencio se hizo demasiado pesado. El rostro de Calle, demasiado bello a la luz pálida. Poché levantó el mentón y advirtió que le miraba la cicatriz en su cuello. La delgada cortada se borraría... algún día.
—Ésta, es otra historia que algún día te contaré, Calle —explicó Poché, casi sin voz—.
— ¿Cómo fue? —Preguntó Calle dudosa—.
— Otra gran aventura de María José Garzón.
Calle se limitó a rozar la cicatriz del cuello, como si así pudiera de alguna manera borrar esa herida.
—Lo siento —dijo. Y Poché supo que lo decía de verdad.
—Yo también —murmuró ella. Se movió incómoda, bruscamente consciente de lo pequeño que era su pijama. Como si también Calle se hubiera dado cuenta, retiró la mano y carraspeó.
—En fin —observó Poché—. Creo que nuestra misión se ha dificultado un poco.
—Ah. ¿Y por qué lo dices?
Ella agitó la cara para ahuyentar el rubor que el contacto de Calle le había provocado y la miró con una sonrisa pausada y perversa. Steve no tenía ni la más mínima idea de quién había desafiado ni del inexpresable sufrimiento que le esperaba. No, ni en sueños.
—Porque —declaró María José—, acabo de ampliar más la lista de personas que debo asesinar.
Obviando ese comentario, se quedaron hablando hasta que el reloj marcó las dos y cuarto. De vez en cuando se jugaban como muchas veces lo hicieron cuando empezaba a florecer su amor, hasta que Poché lo notaba y volvía a su típica actitud distante con Daniela. Al despedirse, Calle no resistió la tentación y rozó intencionalmente sus labios con los de Poché.
Al salir, solo se limitó a sonreír.
—¿Qué haré contigo, María José Garzón?
¡Hola, mis solecitos! Bueno, acá tienen la parte número diecinueve. ¿Qué creen que pueda pasar? Espero que sigan entusiasmados con la historia.
Por ahí les traeré nuevas historias. Espero les den el mismo amor que a ésta. ¡No olviden de votar y compartir!
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La rosa en la guerra. (Caché)
Fanfiction¿Que pasará cuando dos personas, después de años sin verse, se tengan de frente otra vez? María José Garzón, veintidós años, hermosa, tenaz y valiente. Con un pasado que prefiere mantener oculto. O eso pensaba ella. Daniela Calle, veintitrés años...