A su mente volvieron esos momentos en los cuales la había besado y se maldijo a si misma por haber esperado tanto para volverlo hacer. Daniela la tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo. La boca de ella era cálida y sumisa, el cuerpo seguro y asombroso contra el suyo, el pelo delicado al contacto de sus dedos. A pesar de todo, dejó que Calle la guiara a donde quisiera.
Al notar el increíble roce de la lengua de Calle contra la suya, la transitó un escalofrío tan intenso que creyó morir. Ellas querían más. Lo querían todo. No podía abrazarle lo bastante fuerte o besarla con la bastante urgencia.
Un gemido subió por su garganta, tan arrogante que lo sintió en el corazón.
O más abajo, para ser sinceras.
Poché la empujó contra la pared y las manos de Daniela le corrieron por la espalda, los lados, las caderas... Ella quería satisfacerse en el efecto que causaba esa mujer en ella, quería quitarse el traje para poder notar las manos suaves contra la piel desnuda. La violencia de aquel deseo se confirió en ella totalmente.
Al cuerno las cloacas, Johann, Steve, Gerard y el mundo.
Los labios de Calle se apartaron de su boca para trasladarse al cuello. Besaron un punto detrás de la oreja y Poché jadeó. Sí, ahora mismo todo le importaba una gran mierda.
Había oscurecido cuando salieron del alcantarillado, desgreñadas y con los labios hinchados. Calle no soltó la mano de Poché en todo el camino hasta la mansión, de vez en cuando depositaba un pequeño beso ahí y, cuando llegaron, decretó a los criados que les sirvieran la cena en la habitación de ella. Aunque estuvieron despiertos hasta casi las dos de la mañana y hablaron lo inapreciable, no se quitaron la ropa. La vida de Poché ya había cambiado bastante por ese día, y no estaba lista para dar otro paso importante más.
Pero lo sucedido en las alcantarillas...
Mucho después de que Calle se fuera, Poché seguía despierta, con la mirada disipada.
Calle la amaba. Desde hacía años. Y había sufrido lo inenarrable por ella. Por proteger su vida, aunque ella no podía entender por qué. La había tratado siempre con humillación y se había burlado de todos sus gestos cordiales.
En cuanto a lo que sentía por ella... No, Poché no podía, ¿aceptar? que la amase desde hacía años. Aunque ahora... No, no podía pensar en eso. Ni tampoco al día siguiente. Porque ese día se infiltrarían en la casa de Johann.
Era atrevido, pero la recompensa... No podía rechazar aquel dinero, y menos si a partir de ahora tenía que amparar por sí misma. Además, no dejaría que el imbécil de Johann siguiera adelante con sus negocios sucios, ni que chantajeara a aquellos que se oponían a ellos.
Solo rezaba para que ella no resultara herida. En el sigilo del dormitorio, juró ante la luna que si Daniela Calle acababa dañada, ninguna fuerza en el mundo le frenaría de guillotinar a los responsables.
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Al día siguiente, poco después de la hora de la comida, Poché permanecía en las sombras, junto a la puerta de la alcantarilla que llevaba al sótano. En el túnel, a cierta distancia de allí, Calle esperaba también.
Llevaba una hora esperando y cada ruido aceleraba el nerviosismo que arrastraba desde la madrugada. Tendría que ser rápida, silenciosa e inclemente. Un solo desliz, un solo grito —incluso la apariencia de un criado inadvertido— y todo se iría al diablo. Antes o después, un sirviente bajaría a tirar la basura. Poché revisó su muñeca derecha, miró su reloj; las dos en punto. Tenía cinco horas para colarse en el despacho de Johann y esperar a la tertulia de las siete y media. Y habría apostado algo a que no entraría en la sala hasta entonces.
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La rosa en la guerra. (Caché)
Fanfiction¿Que pasará cuando dos personas, después de años sin verse, se tengan de frente otra vez? María José Garzón, veintidós años, hermosa, tenaz y valiente. Con un pasado que prefiere mantener oculto. O eso pensaba ella. Daniela Calle, veintitrés años...