Capítulo decimoprimero.

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A la mañana siguiente, agachada a la sombra de una gárgola, María José cambió de postura y protestó con suavidad. Seis horas. Poché había estado seis horas en aquel tejado, mirando la casa de enfrente, una residencia de dos pisos que Johann había alquilado para hospedarse durante su estancia en la ciudad. Estaba situada en la avenida más lujosa de Bogotá y era todo lo grande que una casa urbana podía llegar a ser.

Lo primero que llamó la atención de María José fue la cantidad de gente que entraba y salía. Había guardias por todas partes. Antes de dejar entrar a los criados, estudiaban correctamente sus caras. Los pobres sirvientes soportaban esa inspección aterrorizados.

Poché oyó el murmullo de unas botas contra la cornisa. Era Calle, que después de analizar el otro lado de la casa buscaba resguardo en las sombras de la gárgola, junto a ella.

.- Hay vigilantes por todas partes —murmuró la pequeña mientras Daniela se agachaba a su lado—. Tres en la puerta principal, dos en el enrejado de entrada. ¿Cuántos más has notado?

.- Uno a cada lado de la casa, dos en los establos. Y no parece haber guardias del piso tres al cuatro, no pude ver más allá. ¿Los acabaremos o nos limitamos a burlarlos?

.- Yo optaría por no matarlos —admitió la más pequeña—, pero ya veremos si podemos esquivarlos llegado el momento. Por lo visto, hacen turnos de una a dos horas. Cuando lo concluyen, entran en la casa.

.- ¿Johann sigue ausente?

María José asintió y se arrimó más a Calle. Solo para resguardarse de la fría lluvia, claro. Intentó no ponerse nerviosa cuando Daniela se acercó más a ella también.

.- Todavía no regresa.

Johann había salido hacía una hora en compañía de un tipo brutal que parecía modelado en granito. Por lo que parecía, el apoderado era muy consciente de que su lista era material envidiado y peligroso. Poché ninguna vez había visto a una persona tan bien resguardada.

Las dos ejecutoras habían inspeccionado la mansión, criados entraban y salían de las varias habitaciones que tenían a su vista, excepto de una habitación que tenía a un guardia custodiándola.

Tenía que ser el salón privado al que Gerard se había referido. Probablemente Johann había instalado un despacho en la planta baja, pero si planeaba hacer negocios ilícitos, era lógico que se trasladara a un lugar más reservado para llevarlos a cabo. Por otra parte, todavía no habían averiguado la hora en la que se celebraría la reunión. Calle y María José no tenían ninguna información al respecto, salvo que tendría lugar en cualquier momento del día conocido.

.- Pues allí está —susurró Calle—.

El enorme guardaespaldas salió del lujoso coche y echó una ojeada a los alrededores antes de indicarle al comerciante que saliese. Poché tenía el presentimiento de que el apuro de Johann no se debía solo al aguacero. Volvieron a acurrucarse en las sombras.

.- ¿Dónde crees que habrá estado nuestro querido Johann? —Preguntó Calle divertida—.

La pequeña se encogió de hombros. Las dos chicas estaban ahora tan juntas que una agradable tibieza se expandía por un costado de Poché.

.- No regalando dulces y ayudando a desamparados, seguramente.

Calle se rio entre dientes, sin separar los ojos del guardaespaldas de Johann. Guardaron silencio durante unos minutos.

.- Poché, con respecto a lo que me dijiste ayer, de todas esas atenciones que recibiste...

.- Calle, quizás coqueteé con una que otra persona, pero en realidad no pasó nada.

Inconscientemente, una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Daniela.

.- ¿Entonces, crees que después de muchas guerras, dos personas puedan amarse sin prisa?

Si no es porque la pequeña estaba tomada de la pared, quizás hubiese caído de la terraza donde se encontraban.

.- ¿De qué rayos estás hablando Daniela Calle?

.- No hubo nada entre Lucy y yo. Ni lo habrá. Nunca.

.- ¿Ajá y por qué demonios crees que me importa?

Ahora le tocaba a María José clavar los ojos en la mansión, se percató que Johann subía las escaleras en compañía de su bestial guardaespaldas. Calle le dio un toque con el hombro.

.- Bueno, después de todo lo que ha pasado, creo que querrías saberlo.

Poché se alegró de que el capuz que cargaba ocultara el rubor que le encendía la cara.

.- Me parece que me agradabas más cuando querías matarme.

.- A veces pienso lo mismo de ti, María José. Desde luego, mi vida entonces era más interesante. Aunque ¿el hecho de que me dejes ayudarte significa que seré tu compañera cuando estés al mando del Pelotón de Wyrd o solo podré presumir de que la afamada María José Garzón me tiene en cuenta?

Poché le dio un codazo.

.- Significa que te calles y prestes atención. —Se sonrieron mutuamente y se quedaron esperando. Al cabo de unos minutos, Callé habló—.

.- No has contestado mi pregunta, María José

El guardaespaldas salió de la mansión e hizo señas a los vigilantes, con los que intercambió unas palabras antes de irse calle abajo.

.- ¿Un recado? —especuló Poché. La más alta señaló al guardaespaldas con la cabeza, como sugiriendo que lo siguieran—.

Y de esa manera, una pregunta más, quedó en el aire, inconclusa. 

La rosa en la guerra. (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora