Capítulo dieciséis.

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María José no había vuelto a su casa desde que la compró, a su regreso de la larga travesía a donde Gerard la había mandado.

Estaba amaneciendo, la pequeña decidió contemplar éste espectáculo desde su terraza.

Poché inhaló el aire acuoso de la mañana y dejó que la anegase completamente. Sentada en la cornisa del techado, saboreaba su propia trivialidad, apenas una mota en la enormidad de la gran ciudad. Y sin embargo sentía que todo aquello estaba allí para ella si así lo deseaba.

Claro, la fiesta había sido un deleite, pero en el mundo había otras cosas más importantes. Cosas más grandes y más hermosas, cosas reales. El futuro era totalmente suyo, y tenía un maletín escondido en su habitación que lo materializaría. Podía elegir la vida que quisiera.

María José se echó hacia atrás y posó las manos en la piedra mientras se penetraba de aquella ciudad que empezaba a despertar. Y mientras la echaba un vistazo, tuvo la extraordinaria sensación de que la ciudad le devolvía la mirada.

Una voz la sacó de sus pensamientos.

.- Después de todo lo que bebiste no pensé que despertarías tan temprano.

.- ¿Tienes la mala costumbre de no avisar cuando llegas, Daniela?

.- Te veías sumergida en tus pensamientos, decidí no molestar

.- ¿Qué demonios haces acá? ­–Poché no puedo evitar que la comisura de sus labios le elevara levemente-

.- Gerard quiere que practiquemos luego del desayuno, era todo.

Daniela se disponía a marcharse cuando escuchó la voz de aquella mujer que había querido tanto.

.- ¿Cómo sabrías que estaría aquí, a ésta hora?

La más alta solo se giró un poco para responderle a María José.

.- Te gusta el tono del cielo cuando rompe el alba ­–se giró completamente, quedando de frente a ella- ciertas cosas no se olvidan y más cuando son... significativas.

Un silencio se coló en ambas.

.- Ya bajo.

Daniela no respondió, se dio la vuelta y de un salto cayó en la otra cornisa, bajó por un lado y desapareció entre la fina neblina de la mañana.

María José apretaba los puños.

.- ¿Qué haré contigo, Daniela Calle?

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Puesto que había olvidado hacerlo durante la fiesta, María José quiso dar las gracias a Daniela por las partituras mientras practicaban. Pese a eso, había muchos más asesinos en la sala de entrenamiento, y no tenía ganas de hablar del regalo con ellos ahí. Sin duda lo interpretarían mal.

Siguió ejercitándose hasta el mediodía e impresionó a su preceptor con los movimientos que había aprendido estando lejos. Notó que Calle la miraba desde las escalinatas, a pocos metros de distancia. Procuró no mirarle cuando se dio impulso, dio una mortal en el aire y aterrizó casi sin ruido en el suelo.

¡Dios, que rápida era! Sin duda también se había pasado el verano entrenando.

—Mi lady —carraspeó el instructor y la pequeña giró la cabeza hacia él advirtiéndole con la mirada de que no hablase

Poché hizo el puente desde arriba y lo remontó, todo en un mismo movimiento, pasando las piernas con delicadeza por encima de la cabeza y luego devolviéndolas al suelo por el otro lado.

La rosa en la guerra. (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora