Agua y oscuridad era lo había a su alrededor.
En los instantes que tardó en acostumbrarse a la pálida luz de la calle que se colaba por la rejilla del altísimo techo, notó un chorro de agua contra sus piernas. Le alcanzó el regazo en un momento. Poché maldijo con toda su alma y se arqueó para desatarse. Al notar la quemazón de las cuerdas contra los brazos, se acordó: las hojas incorporadas.
.- Hasta que sirves para algo, Gerard.
Decía mucho de la habilidad del artesano el hecho de que Steve no las hubiera encontrado, aunque sin duda debía de haberla palpado buscando algún arma. Por desgracia, los nudos estaban muy ajustados y las cuerdas no cedían ni un poco... La pequeña dobló las muñecas, buscando cualquier hendidura para girar bruscamente la mano. El agua ya la cubría hasta la cintura, sabía que aquella parte tardaría aún unos escasos minutos en inundarse por completo.
La cuerda no cedía, pero Poché movió la muñeca, una y otra vez, tal como el inventor le había enseñado. Por fin, la hoja salió con un gruñido y un crujido. Un dolor agudo le recorrió un lado de la mano, se había cortado con la maldita hoja. Afortunadamente, el tajo no parecía nada profundo. De inmediato, procedió a cortar las cuerdas. Los brazos le dolían mientras los enroscaba para tensar las ligaduras.
.- ¿Acaso están recubiertas de hierro o qué? ¡Vamos maldición!
Notó que la tensión se liberaba por el centro y estuvo a punto de caer de bruces al agua negra que se arremolinaba a su alrededor cuando la cuerda cedió. En menos de lo que dura un suspiro, se quitó el resto de la soga, aunque se encogió horrorizada cuando tuvo que hundir las manos en el agua hedionda para cortar las ligaduras de los pies.
Cuando se levantó, el agua le llegaba a las rodillas. Un agua fría como el hielo. Las ratas se multiplicaban en el agua, sus gritos de terror ahogados por el fragor de la corriente. Para cuando Poché llegó a los peldaños de piedra, el agua empezaba a encharcarse allí también. Probó el pomo de la puerta. Cerrada. Intentó hincar una hoja por la rendija del umbral, pero el metal rebotó. La puerta estaba tan bien sellada que no cabía nada. Estaba atrapada.
La chica examinó el tamaño de la cuneta. La lluvia seguía bajando por la trampilla pero las luces de la calle brillaban lo suficiente como para iluminar la pared arqueada. Tenía que haber alguna escala que la llevara a la calle.
Tenía que haberla. No veía ninguna. Cuando menos, no por allí cerca. Y las trampillas estaban muy elevadas que tendría que esperar a que el desagüe se hubiera llenado por completo para probar su suerte.
Sin embargo, dada la fuerza de la corriente, el agua la habría arrastrado antes de que pudiese siquiera pensar un plan
. —Piensa —susurró—. Piensa, maldita sea piensa.
El nivel del agua ascendía ya en el tramo. Le llegaba a los tobillos.
Procuró respirar con normalidad, dejarse llevar por el pánico no le serviría.
Tenía que pensarlo bien.
Siguió observando la cloaca. Tal vez hubiera una escalera, pero lejos de allí. Lo que significaba internarse en el agua... y en la oscuridad. A su izquierda, el nivel de las aguas crecía decidido, procedente del otro lado de la ciudad. Miró a la derecha. Aunque no encontrara una trampilla, tal vez pudiese llegar a la calle.
Era un « tal vez» muy grande, inmenso; pero era lo mejor por ahora, mejor que quedarse allí esperando su muerte. María José se tapó las hojas y se sumergió en el agua aceitosa y mefítica. Se le removieron las tripas, pero se ordenó a sí misma el no vomitar.
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La rosa en la guerra. (Caché)
Fanfiction¿Que pasará cuando dos personas, después de años sin verse, se tengan de frente otra vez? María José Garzón, veintidós años, hermosa, tenaz y valiente. Con un pasado que prefiere mantener oculto. O eso pensaba ella. Daniela Calle, veintitrés años...