1. Alfred y su obsesión con el trombón (ajeno)

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Raoul tenía un problema.

En realidad tenía más de uno, pero la principal causa de sus dolores de cabeza era un chico. Más concretamente, su encoñamiento con dicho chico.

Agoney.

Si es que hasta el nombre era ridículo. ¿Qué clase de padres le ponían ese nombre a su hijo?

Pero bueno, el tema del nombre era mejor dejarlo apartado, que ya bastante habían discutido al respecto el día que se conocieron.

Puto Alfred.

Alfred era su mejor amigo, pero le odiaría de por vida por haberle presentado a ese prepotente de mierda que ahora no se podía sacar de la cabeza. Alfed lo había conocido en clase, en una asignatura nueva que había escogido ese año. Casualmente, los dos estudiaban la misma carrera, y casualmente coincidían en aquella clase. Alfred había llegado muy emocionado a la cafetería aquel primer día de clases.

-Hay un chico guapísimo en mi clase. –le dijo a Raoul, nada más sentarse en la silla de al lado. –Bueno, no va a mi curso pero coincidimos en una asignatura y bua, es el chico más guapo que he visto en mi vida.

Raoul puso los ojos en blanco, porque no era nada nuevo. Cada persona que conocía Alfred era siempre la más guapa del mundo. El pobre chico realmente no sabía no exagerar.

-Seguro que si, Alfred.

-Te lo prometo, es mi nuevo crush.

-¿Pero tu crush no era Amaia? –preguntó Raoul, levantando una ceja.

-Bueno, sí, pero se puede tener más de uno a la vez, Raoul.

-Vale, vale. –se defendió el rubio.

-Tengo que hacerme su amigo. Tiene pinta de ser muy buen tío.

El rubio tuvo que aguantarse la risa.

-¿Qué? –Alfred le miró mal.

-Nada, nada. Que tú para hacer amigos...

-He mejorado mis dotes sociales, para tu información.

-¿Ah sí? ¿También le vas a tocar el trombón para presentarte? –se aguantó una carcajada al recordar aquello. - Tienes suerte que Amaia es rara de cojones, sino te habría mandado a la mierda.

-Amaia no es rara, es especial. –la defendió. –Y ojalá pudiera tocarle el trombón. O sea, el suyo.

-¡Pero bueno! –rió Raoul.

-Tú pensarías lo mismo si lo vieras. –le aseguró. –Mira, si lo mío con este chico no funciona, te consigo una cita con él.

-Yo no quiero ninguna cita.

-La querrás cuando le conozcas.

Y por una vez, Alfred había tenido razón. No que Raoul se la fuera a dar, claro, era demasiado orgulloso para eso.

Pero resultó ser que sí, que el chico era el más guapo que había visto en su vida. Raoul casi se cae de la silla cuando lo vio por primera vez y sí, le habría gustado tocarle el trombón, la trompeta, o la puta flauta travesera.

Fue dos semanas después de que Alfred le hablara de él –tampoco es que hubiera parado de hacerlo durante esas dos semanas- y, para llevar de nuevo la contraria a Raoul resulta que había conseguido hacerse amigo del chico. Así que una tarde de finales de septiembre, decidió presentárselo a todo el grupo.

Era un lunes por la tarde y se habían reunido todos en el bar de siempre a tomar algo después de clases. No, no era la Cafetería Salva. Tuvieron que dejar de ir a ese bar después de que Mireya se liara con el propietario –que era diez años mayor que ella- y después no lo volviera a llamar nunca más. La situación era demasiado incómoda, por eso decidieron cambiar de bar y empezaron a ir a otro que también estaba cerca de la universidad. La granja de l'Antoni se llamaba. Sí, era un nombre de mierda, pero el bar no estaba mal. Lo habían descubierto gracias a Miriam, o más bien Ricky, su compañero de teatro que trabajaba de vez en cuando en aquel bar.

No Puede SerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora