Las giras siempre lo alteraban. Extrañaba su hogar, la sensación de estabilidad que esa vida nómade le había arrebatado meses atrás. Odiaba la incomodidad del autobús, sus literas estrechas en las que no lograba conciliar el sueño. Los hoteles, a veces ruidosos y casi siempre sucios, donde ni siquiera podía tomar un baño escrupulosamente, como a él le gustaba.
Se sentía fastidiado, incluso si no había bebido. Y la presencia de Justine durante gran parte de la gira no hacía más que espolear su creciente crispación. Aunque en verdad no era ella el problema y Graham lo sabía. El problema era la forma en que Damon prescindía de él cuando ella estaba cerca, la indiferencia con que se deshacía de su presencia, la naturalidad con que la besaba –y a veces más que eso- sabiendo incluso que él estaba observándolos. La facilidad con que Damon parecía olvidar todas sus añejas promesas cada vez que la casi masculina presencia de Justine llenaba el ambiente con su voz grave y profunda.
Graham no ignoraba que su relación con Damon era secreta y así debía permanecer. De hecho, no pretendía que fuese pública ni oficial. Pero recibir el trato de un amante clandestino, de la suciedad que debe ocultarse –y en ocasiones hasta menos que eso- lo llenaba de una extraña mezcla de dolor y rabia. Sabía que las cosas debían ser como de hecho eran pero...¿Por qué tan sórdidas? ¿Por qué Damon tenía que llamarla "mi mujer" en su presencia? Por momentos y aunque sonara desquiciado creía ver cierta saña en su actitud. Una especie de goce perverso...Pero no. Su amante (a veces se sorprendía a sí mismo pensando en él como su amante y no como su amor) no era así. Sin duda debía ser el alcohol. El alcohol y los sedantes que lo inducían a una interpretación casi delirante de la realidad. Una realidad que a diario le recordaba que, técnica y prácticamente, Damon ni siquiera era su amante. No podía serlo. No cuando hacía meses que no lo tocaba. No cuando sólo reparaba en su existencia para ofrecerle el saludo matutino que exigen hasta las más rudimentarias normas de etiqueta.
Graham no deseaba escenas de amor desesperado. Tampoco los sobresaltos y las presiones que supondrían los tocamientos furtivos a espaldas de Justine. Pero tenía que admitir que algo de consideración no hubiese estado mal. Después de todo era él quien se estaba sacrificando por los dos, resignándolo todo a cambio de una relación de presente y futuro inciertos. Era él quien estupefacto había visto su propio rostro adornando las páginas de un conocido magazine junto a la sugestiva, malintencionada y casi clarividente afirmación: "las inclinaciones carnales del de lentes son un secreto muy bien guardado, pese a que cuenta con legiones de admiradores" (1). Si hasta su propio padre, con la máxima de las sutilezas, le había preguntado por el sentido de estas líneas. "Pues eso, papá. Jamás hablo con la prensa de mi vida privada. Y tampoco pienso hacerlo. La mujer que me acompañe no debería verse sometida a la misma exposición que yo. No sería justo", le había respondido con un cinismo que lo asqueaba pero que entonces juzgó necesario. Y su padre le había creído porque era algo muy razonable, muy considerado, muy propio de su hijo. Y porque sabía que Graham no mentía, lo cual hasta cierto punto, era cierto. Se había aficionado a la mentira –o se vio obligado a hacerlo- desde que conoció a Damon. Y ahora, años después, se había convertido en un verdadero experto en el arte del engaño. A tal punto perfeccionó su técnica que a veces hasta lograba engañarse a sí mismo.
Recordando ahora esa breve –pero a su juicio repugnante- conversación con su padre, Graham se decía a sí mismo que no quería lo mismo para su amante. Era justo y necesario que Damon tuviese una "coartada" –si así podía llamarse a Justine-. Tal vez él mismo debería procurarse una aunque sabía que no sería capaz de sostenerla por mucho tiempo. Por respeto a la mujer en cuestión y porque mientras Damon disfrutaba de su "coartada", él parecía poco proclive a gozar de esa situación.
Por lo tanto, no había mucho que pensar. Las cosas estaban bien como estaban. Aunque le doliesen como una herida abierta que se empeñaba en desinfectar con ingentes cantidades de alcohol. La bebida no tenía propiedades curativas y Graham lo sabía. Pero funcionaba bien como anestésico y con eso bastaba. O casi. Le ayudaba a evadirse de las largas estadías de Justine o de sus visitas intermitentes e intempestivas, esas que llegaban por sorpresa y que parecían activar en Damon los resortes de una euforia que pocos conocían. Por eso es que había bebido y por eso es que ahora se dirigía de nuevo al bar en busca de más alivio. Claro que para llegar al bar debía saber en qué ciudad se encontraba y eso lo había olvidado hacía ya rato. Como siempre en estos casos, su instinto le sugería vagar sin rumbo hasta hallar el aura cálida que emana de esos sitios donde otros ebrios como él se dan cita en busca de acallar vaya a saber qué voces. Graham se había vuelto un experto, casi un psíquico a la hora de detectar la proximidad de alguno de estos tugurios y como siempre, no tardó en dar con uno. No sabía bien si estaba cerca o lejos del hotel o del autobús pero poco importaba eso ahora. Había caminado hasta allí para seguir sacrificándose por Damon, por los dos en realidad. Por lo que quedaba entre los dos. Aunque claro que después de meses desterrado de los brazos y la cama de su amante, su devota abnegación ya no era la misma. Graham, ebrio como estaba, no dejaría pasar la ocasión de follar casi con cualquiera.
Repitiendo un ritual iniciado varias semanas atrás y recreado en incontables bares, de categoría y de mala muerte, se sentó con indolencia en el primer sitio que halló desocupado. Ordenó cervezas y recorrió con la mirada el lugar y la concurrencia. No estaba nada mal. O al menos, recordaba haber estado en sitios peores.
Repasaba uno a uno los rostros de los presentes mientras acariciaba la corta y descuidada barba que lucía desde hacía algunas semanas. Aunque algo rala, le favorecía. Pero cualquiera que lo conociese sabía que era un claro indicio del abandono al que por entonces se entregaba. Una mesera bonita y menuda le alcanzó su orden. Lo miró con audaz picardía y le regaló una sonrisa encantadora que hubiese hecho aflojar las piernas de más de un parroquiano. Pero sólo recibió como respuesta una mirada glacial impropia de Graham, una mirada que indicaba que el alcohol había tomado completa posesión de él.
Apuró unos cuantos sorbos y notó sobre él la insistente mirada de un joven sentado solo, a unas pocas mesas de distancia. Parecía algo menor que él por lo que debía ser muy joven, lo cual le agradó. Las copas no sólo traían consuelo, también osadía y desinhibición. Graham respondió fijando con descaro la mirada sobre el muchacho que sonrió y bajó la vista un momento, visiblemente sonrojado. Le recordaba a él mismo en sus cada vez menos frecuentes momentos de sobriedad. Cuando el muchacho alzó de nuevo su rostro, volvió a dar con los ojos de Graham que hacía gestos ostensibles y obscenos con el cuello de la botella muy dentro de su boca. Promesas del paraíso que le ofrecía, si lo encontraba dispuesto.
El joven se sobrepuso pronto a su timidez y le dedicó una mirada quemante que Graham devolvió con una sonrisa igualmente lasciva. Con un movimiento de cabeza invitó al muchacho a unirse a él. El jovencito se acercó, esta vez sin atisbo de duda y juntos abandonaron la estancia.
(1) El magazine mencionado es Select y las declaraciones entre comillas fueron publicadas tal y como aquí se transcriben en un breve artículo titulado "The Cool Nerd".
ESTÁS LEYENDO
El Otro
FanfictionGramon y Gralex o lo que es lo mismo, Graham debatiéndose entre Damon y Alex. El sol poniente de un amor añejo y con cicatrices desafiado por el sol naciente de una nueva pasión. En el medio, luces y sombras de sus protagonistas. Observaciones: -La...