Capítulo 6. Al rescate.

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Iba a galope por el bosque, decidida a llegar a salvar a Leonor. Pero me di cuenta de algo. No tenía ningún plan trazado, ni un objetivo. Nada. Paré en seco. Aún quedaba como medio kilómetro para llegar a los lindes del bosque con el pueblo. Bajé de mí caballo y, pensé que iba a hacer. Debía entrar sin ser vista y reconocida en el pueblo para tratar de salvar a Leonor. Até a Carbón a un árbol. Me acerqué a un arroyo para asearme y vi mi reflejo. Mi cabello largo y ondulado estaba graso, sucio y enredado y mi tez normalmente blanquecina estaba cubierta por una capa de suciedad. Me fijé en los labios, con cortes y quebradizos. Los ojos, en cambio, parecían una de las únicas cosas que no habían cambiado en mí; seguían color miel y, aunque con ojeras, eran todavía hermosos.

Examiné el resto del cuerpo. Perdí peso, al menos seis kilos, y algunos rasguños recorrían mis extremidades. Era  un cambio muy brusco en muy poco tiempo. De una princesa a una superviviente.

Me lavé y mi aspecto mejoró favorablemente, pero a pesar de ello, había dejado de ser una princesa.

Me hice un moño, en lo alto de mi cabeza y seguí el camino.

El plan era llegar andando, sin el caballo e intentar coger una capa con la que pasaría desapercibida. Llevaría el arco y el carcaj dentro.

Con la daga en mis pantalones y la mochila de cuero a la espalda salí al rescate.

Llegué al pueblo y divisé una casa humilde. Me acerqué, y en un carro en la entrada vi unas telas que había allí. Las cogí y para compensarles, les dejé dos dinares, que es lo que cuesta el metro de tela.

Me escondí tras unos arbustos y confeccioné una improvisada túnica. Recorté la forma de la capucha con la espada, y así podría atarla al cuello y formar mi vestimenta.

Al mediodía estaba ya en el centro del pueblo. No tenía hambre porque mis nervios estaban a flor de piel. Si fracasaba en mi misión… ¿Qué harían conmigo? Matarme, seguro, pero… ¿Y a Leonor? ¿Y al idiota de Alfredo, que se había empeñado en seguirme? ¿También los matarían?

Sentía como si alguien me hubiese dado un puñetazo en la barriga. Tantos destinos en mis manos… Un solo error y todo al garete.

Intenté despejar mi mente y seguir adelante, cuanto menos pensara en ello, menos nerviosa me sentiría.

Con paso decidido llegué pronto al castillo. Intenté esconderme para que no notasen mi presencia.

En seguida me di cuenta de que habían reforzado la seguridad. Habían despedido a todos los guardias anteriores, excepto a uno, que era al que más temía. El más peligroso de todos. Dalibor.

Dalibor era un caballero que abusaba de todos los vasallos. Violaba a mujeres, les pegaba y les robaba a las familias. Mi padre descubrió pronto lo que hacía y se enfadó con él. Le excluyó de ser caballero. El Rey era bueno y honrado, y su vocación era proteger a su pueblo, no que sufriese. Yo seguiría su ejemplo.

Sin embargo, si Diana confiaba en Dalibor para proteger el castillo, era una tirana.

Tenía miedo. ¿Cómo llegaría a pasar la fortaleza con el Caballero Sanguinario al frente?

Entonces vi pasar un carro tirado por caballos. Estaba lleno de paja. Se acercaba y era mi única posibilidad de entrar sin ser vista. Llegó a la zona del camino en la que yo estaba. Salté y me metí rápidamente entre la paja sin despertar sospechas. Cuando el transporte paró antes de entrar, yo ya estaba en el fondo del remolque y nadie podría verme a no ser que apartase la paja.

 -¿Quién va?- oí decir. Era una voz brusca y ronca. Estaba claro que pertenecía a Dalibor.

 - Traigo paja, mi señor.- dijo el carretero- Tengo la orden real aquí.

 - Vale, puedes guardártela.- y cuando pensé que pasaría, que podría entrar a por Leonor, continuó la frase- Como ya sabes, revisión matutina antes de pasar.

Dicho esto me estremecí y pensé que ya estaba muerta, porque mirarían por debajo de la mercancía. Pero en lugar de eso sentí que clavaban algo al otro lado del depósito y supuse que pincharían con una horquilla. Estaba muerta de miedo, y la horquilla pasó rozándome la oreja, hundida hasta la madera que me sostenía. A punto estaba de salir y huir cuando distinguí una voz:

 -Aquí no hay nada, sir Dalibor. Sólo paja.

 -Bien, puede pasar.- dijo éste, con un deje de rabia, como si tuviese ganas de encontrar algo que matar y mutilar.

El puente levadizo bajó, dándonos paso al castillo. En cuanto sentí que se elevaba otra vez y se cerraba el portón esperé un rato. Cuando consideré que debería estar cerca del huerto, asomé los ojos. No había nadie a mi alrededor, y, sigilosamente, salí de allí y me escondí en un árbol cercano. De pronto los recuerdos vinieron a mi mente.

 -Eva, te ayudaré a coger las cerezas. Eres demasiado pequeña y no las alcanzas.

 -Papi, puedo yo sola.- tropezaba- ¡AAAAY!

 -No tienes remedio… ¡Leonor!- llamaba mi padre, de por aquel entonces joven- Eva se ha tropezado otra vez. Cúrale las heridas, por favor.

 - Sí, señor.

Entonces volví a la realidad. Levanté la vista con lágrimas en los ojos y cogí una cereza. Ya no tropezaba y alcanzaba la fruta sin problemas, pero seguía necesitando a mi padre.

Aquel cerezo era testimonio de los recuerdos más felices de los que tenía conciencia.

Sentí algo salir del castillo. Era el carro, regresaba al pueblo ¿Cuánto tiempo había estado en el cerezo? Miré que no había moros en la costa y salí disparada al castillo.

Con sigilo, avancé hasta las escaleras que llevaban a las mazmorras y bajé. ¿Qué tipo de guardia me encontraría allí? ¿Y cómo saldría del castillo, si el carromato ya se había ido? Ya se me ocurriría algo.

El guardia estaba de espaldas a mí y sentado en una silla. Parecía dormido aunque sospechaba de algo. Mi hermana habría puesto a gente competente a custodia de las mazmorras por si rescataba a Leonor, por lo que sospecho que es de sueño ligero.

Recorrí con la mirada el lugar y vi por fin la celda de mi madrina. Estaba magullada y tenía moratones por todo el cuerpo y estaba más delgada. Parecía enferma. Me miraba fijamente y me saqué la capucha y la expresión de su rostro cambió radicalmente de tristeza a sorpresa.

 - Eva…- musitó. Me llevé el dedo  a los labios para que guardase silencio. Pero ya era demasiado tarde. El guardia levantó la cabeza e hizo un amago para levantarse. Me vi obligada a sacar el arco. Disparé una flecha, y le dio de lleno al guardia. Cayó muerto al suelo y una oleada de culpa invadió mi cuerpo. Había matado a un hombre.

Pero no podía permitirme conmocionarme. Le cogí las llaves y abrí la celda. Agarré a mi madrina en brazos salí corriendo de allí. La llevé a los establos. No había nadie. Tenía una idea.

 -Leonor, necesito tu ayuda. Sabes cabalgar, ¿no?

North Warriors (Guerreros del Norte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora