Capítulo 2. La huida.

309 27 1
                                    

Apartó la mirada hacia Ron y dijo seriamente:

 - Y yo, ¿con qué me quedaría?

 -Tienes derecho a algo de sus  riquezas- comentó- a una octava parte, más exactamente, y a unos aposentos en el castillo, hasta que encuentres prometido, entonces él te mantendrá. Entonces, a ti, Diana, te pertenecen los aposentos suroestes del castillo y 40.000 dinares. Eva tendrá a su disposición los aposentos que ella prefiera menos los de su hermana y 325.000 dinares. A parte del reino, claro.- zanjó.

 -¿¡Los del suroeste!? Está al lado de los plebeyos. Me niego a ir allí.- escupió.- Además, 40.000 dinares no son nada.  Se gastan en seguida.

Dicho esto se dirigió hasta la puerta, salió y la cerró de un portazo.

Pasó la mañana, llegó la hora de la comida y en la mesa sentía mucha tensión entre los comensales, además de tristeza. Mi madrina, Leonor, no paraba de hablar:

 - Tenemos que decidir la fecha de la coronación. Los vestidos que vas a llevar.- me estaba estresando, como siempre que hablaban de cosas reales.- ¡Ah y tenemos candidatos!- ¿candidatos? Me quedé de piedra. Nunca había pensado casarme, y menos de momento. Mi padre estaba para mantenerme a raya de los pretendientes, y aplazó este momento todo lo posible- El mejor partido es el hijo del Conde de Rúmola, Dorian. Tiene mucho dinero y para tu suerte es joven. Aunque hay más como el Duque…

 -¡YA BASTA!- interrumpí. Debía poner una excusa a mi furia.- La muerte de mi padre está reciente y no me paras de hablar de casarme y de coronaciones y… Estoy  harta. Me casaré con quien yo quiera.- me levanté de la mesa y avancé a mi habitación donde me encerré hasta llegada la noche.

Estaba pensando qué haría con mi vida, pero el destino tenía otros planes.

Llamaron a la puerta frenéticamente gritando mi nombre:

 - ¡Vete!- exclamé.

 -¡Eva, abre por favor, es grave!- decidí abrirle. Era mi madrina.

 - Estás bien, oh mi niña. Pero no por mucho tiempo… Escucha mi princesa tienes que irte. Es tu hermana, no sabía que los celos pudiesen hacerla actuar de esa manera.-dijo atropelladamente.

 - ¿Qué está ocurriendo?- pregunté confusa.

 - Diana, ha puesto a todo el mundo en tu contra, ahora el pueblo quiere que ella sea la reina. Créeme, niña, todos van a intentar matarte. ¡Debes huir!- explicó.

 - ¿Qué?- estaba confusa y no podía imaginar que la persona con la que he pasado parte de mi vida hiciese algo así.-  Oh Dios mío ¿Adónde voy, dime, adónde puedo ir yo?- me mostraba desesperada a pesar de que quería mantener un semblante tranquilo.

 - Busca refugio en los campesinos, o empieza una nueva vida en otro pueblo. Coge lo que quieras, prepara todo ahora y vete al amanecer, niña. – parecía convencida y yo también lo estaba. Le di un fuerte abrazo y me dijo que me subiría personalmente la cena para evitar que me viniese veneno en la comida.

 - No sé cuándo volveré a comer. Por favor, que sea substanciosa. Y quisiera que me preparases una bolsa con comida para llevarme, ¿sería posible?- le pedí. Mientras en mi mente planificaba lo que iba a hacer.

 - Claro, mi niña. No hay problema.- dijo y sonrió.

 - Madrina, eres la única que ha seguido ahí siempre. Gracias.

 - Cariño, haría todo por ti. Te quiero.- respondió. Salió de la habitación hacia la cocina para preparar cena.

Leonor era como una madre para mí. La mía murió cuando parió a Diana, y mi padre no fue capaz de casarse otra vez. Era mi niñera y mi madre le tenía mucho aprecio, y se convirtió en mi madrina. Ella vino a buscar trabajo al castillo, era pobre y no podía tener hijos. Mi madre la contrató al saber que tenía grandes dotes de cuidadora, algo raro para alguien que no tenía hijos.  Entablaron amistad y así lo consiguió. Yo la quería mucho. Era una mujer joven, treinta y pocos años. Era guapa, e inteligente pero su incapacidad reproductora le jugó malas pasadas en el amor y estaba soltera.

Cogí una mochila de cuero que era de mi padre, y la puse a la vista. Puse mi vestido verde preferido en ella, un pequeño recuerdo de mi anterior vida. Cogí unas botas de mi padre cuando era joven, quizás con unos quince años. Suerte que me sirven. En mi joyero estaban los pendientes de mi madre que también guardé.

Unos pantalones y una camisa acompañan mi atuendo, sin olvidar una gruesa chaqueta para el frío, que llevaría en la mochila. Nunca había usado este tipo de vestimentas y me preguntaría como me quedaría. Escondí mi conjunto debajo de la cama, fuera de la vista de los curiosos. Decidí que llevaría a Carbón. Necesitaba algún arma por si las moscas, y pensé en un cuchillo. Fácil de transportar y ligero. Un arco estaría bien, podría lanzar a distancia, pero era demasiado armatoste para mí. Acababa de prepararlo todo cuando Leonor entró con la cena y la comida. 6 panecillos, un queso y una bota con agua para llevar me ayudarían en la odisea de los próximos días. Aunque, por aquel entonces, intuía una batalla por mi vida, no sabía lo que se me iba a avecinar.

Cené tranquila y me dormí. No era capaz de conciliar el sueño, sin embargo debía dormir para mañana despertarme bien.

Al amanecer, me vestí, cogí la mochila y me dirigí al establo. Ensillé mi caballo y comprobé mi mochila. No faltaba nada. Pedí a Leonor me trajese un cuchillo. Estaba pensando todos los ratos vividos en mi castillo. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Ni siquiera podría permitirme asistir al entierro de mi padre. Oí unos pasos al fondo. Me giré y allí estaba mi madrina. Nos fundimos en un abrazo, y ella me dio el cuchillo.

 -Ten cuidado, mi niña, te echaré de menos.- dijo llorando.

 -Madrina, yo también te echaré de menos.- se me escapó una lágrima.

 - Pero mírate, estás hecha alguien diferente.- echó una sonrisita.-  ten, era de tu padre. Él quisiera que lo llevases.- Sacó un arco de fuera del establo. No tenía pensado llevarlo. Pero era de mi padre, para mí.

 - No tenía pensado llevarlo.-admití.

 - Te hará falta.- sacó un carcaj de flechas y me lo cedió- Venga, y ahora debes irte en seguida. Te llevaré en el corazón.

 - ¡Espera!- exclamé- Tengo algo de mi padre, mientras de ti solo tengo el recuerdo.

 - Ten- extendí mi palma, depositó la cosa y me cerró el puño. Abriéndolo, observé el colgante que siempre llevaba. Cuando me acunaba entre su pecho se lo veía. Cuando me trenzaba el pelo se lo veía. Ahora se lo vería siempre.

 - Adiós, madrina, no te olvidaré.- me subí al caballo y salí galopando hacia el puente levadizo, donde había un guardia, dormido. Lo conocía, era Roy, y no se despertaría ni aunque hubiese una banda de bestias al frente salí y me alejé del castillo. Me puse la capucha para que no me reconociesen y me dije que yo podría.

Ya sé que no soy fuerte. Y mucho menos brava. Pero soy valiente y me enfrentaré a todo. Por mi padre, mi madre y Leonor. Por ellos.

North Warriors (Guerreros del Norte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora