Capítulo 8. La muerte de un ángel.

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Ahora tenía el brazo vendado y limpio dentro de lo que cabe. Alfredo se puso encima de Leonor para mirar cómo se encontraba y descubrió que algo se le estaba clavando en la pierna. En uno de sus bolsillos había una almohadilla con alfileres y agujas. No encontramos hilo en ningún otro bolsillo, por lo que intuí que estaba en la rueca cuando la llevaron a las mazmorras.

Encontrando esto, y con un hilo de la andrajosa camiseta que llevaba, me cosió la herida. Se me quedó mirando.

 - ¿Tengo monos en la cara?- le espeté.

 - Se dice gracias, reina.- respondió con una expresión entre afligido e indignado.

 - Gracias.- gruñí. No tenía ganas de hablar con Alfredo, o más bien, de discutir.

Leonor se movía incómoda, y tosió. Pensé que era buena señal porque se empezaba a despertar.

Pero vi que me equivocaba.

Me acerqué rápidamente a ella y vi como escupía sangre.

 - Madrina- dije- ¡Madrina, despierta!- me empezaba a desesperar.- ¡Madrina! ¡Alfredo!- giré la cabeza para verlo.- ¡¿Qué le pasa?! ¡Haz algo, por favor!- empecé a sollozar y vi que Leonor estaba escupiendo cada vez más sangre.

 - Eva, yo no sé qué…- empezó diciendo

 - ¡Tienes que curarla! ¡POR FAVOR!- me agaché al lado de mi madrina y ya no escupía sangre. Parecía despierta, y me miró. Luego esbozó una sonrisa.- Madrina, ¡te he salvado! Yo sola te he rescatado.- empezaban a surcarme las mejillas unas lágrimas de rabia y desolación.

 - Eres muy valiente- susurró, con voz casi inaudible.- Estoy  orgullosa de ti mi niña.

 - Madrina- la abracé- no me dejes. No…

 Me despegué de su cuerpo. Miré con horror como había cerrado los ojos.  Su sonrisa aún no había desaparecido.

Alfredo me echó el abrigo de mi padre por los hombros y me arropó. Después me levantó y me abrazó y la angustia salió en forma de lágrimas por mis ojos. Ojalá todo el mundo fuese inmortal.

Pero la muerte no era compasiva. Cuando llegaba no había nada que hacer, y arrastraba la felicidad de los seres cercanos.

Al día siguiente, encontramos un roble cercano y cavamos un foso. Allí dejamos enterrada a la que fue mi apoyo emocional, y a la que fue como una madre para mí.

En el grueso árbol escribí con la punta de mi cuchillo “la muerte de un ángel”.

Esos días hablé poco, comí poco y no hice mucho por cazar, recolectar y mantenernos vivos. Pero entonces pensé que había que seguir adelante. Debía continuar.

 - Eva, no tienes por qué cazar o explorar si no quieres.- me aconsejó Alfredo.

 - La cosa es que quiero, Fred- le dije.

 - No me llames Fred. ¡Tengo nombre! Y es Alfredo.

 - Pero es demasiado largo.- me quejé.-Adiós, traeré banquete para la cena.

Cogí mi arco y mi carcaj de flechas y a ver que cazaba.

Noté movimiento a mi derecha y pronto vi que se trataba de un jabalí.

Un bicho enorme, si queréis saber mi opinión. ¿Cómo cazaría esa bestia?

Lancé una flecha, y se le clavó. Pero parecía no importarle. Como si fuera una de las otras moscas que le rondaban todo el cuerpo marrón y sucio.

 -Bichito bonito, no me harás daño, ¿verdad?- gruñó y empezó a trotar hacia mí.- Oh, oh…

Empecé a correr y detrás de mí iba el animal ese.

Trepé a un árbol, ya que no podría correr por mucho más tiempo. Me rebané los sesos pensando. No tenía mucho tiempo, era un árbol muy débil y el jabalí embestía contra él.

 -¡Los ojos!- me dije- ¡Qué tonta soy!

Apunté y le di con la flecha en un ojo, hundiéndose del todo en la cabeza del animal. Gemía y gruñía de dolor, y, asustados, algunos pájaros de un árbol cercano volaron sobresaltados. Al cabo de unos minutos, la bestia sucumbió a la muerte, y con un golpe seco cayó al suelo.

¡Tenía comida!

En los días que llevaba triste casi no comía, o cuando lo hacía comía de lo que traía Alfredo (que no era gran cosa). A veces traía alguna que otra ardilla desorientada, o algún pájaro herido que luego mataba y alguna que otra verdura.

Ahora el hambre me vencía mi estómago se quejaba pidiendo un suculento pedazo de carne de caza.

Intenté bajar con cuidado, ya que el árbol era débil y podría caerme en cualquier momento. Apoyé una mano en una rama, un pie en la otra de abajo, y así sucesivamente, hasta que una rama se partió.

Lo último que recuerdo fue que caí al suelo.

North Warriors (Guerreros del Norte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora