Capítulo 11. La caza.

188 16 4
                                    

Una cosa era segura. Habría una guerra tarde o temprano.

Yo no la quería pero Diana se lo ha buscado. No me quedaré de brazos cruzados mientras  ella me lo arrebata todo.

Intento localizar a Sanso para hablar con él.  Al fin lo encuentro charlando con otros hombres que no conozco del campamento.

 - Sanso.- digo seria, sin mostrar ninguna emoción, aunque el nerviosismo me invadía.- Necesito hablar contigo. ¿Nos disculpáis caballeros?

 - ¿Qué quieres?- gruñó mientras los demás se alejaban con una reverencia. Me pareció excesivo, pero al ser la recién llegada y ser la parte por la que luchan les habrá causado impresión.

  - Quiero unirme a la caza.- espeté.

 - ¡JA, JA, JA!-se rio con una sonora carcajada, muy falsa.- ¿Bromeas?

 - Oh, por el amor de Dios, casi todos tus hombres están muy mayores, ni siquiera pueden cazar entre todos una ardilla.-lo que dije era cierto, aunque la cara del paleto de Sanso adoptó un color rojo y se le veía enfurecido. Resultaba muy cómico.

 - ¿Cómo te atreves a hablar así de mis hombres cuando tú eres una niñata malcriada que no sabe ni usar un cuchillo?- aquello me enfadó pero me controlé. Localicé un cuchillo en el suelo. Había niños por ahí, ¿y si se lo clavaban en un pie o algo? Pero aquello era mi oportunidad; cogí el cuchillo hice que girara un poco sobre mi mano y lo lancé con una puntería asombrosa a un árbol a unos 7 metros de mí. En seguida cayó una manzana redondita y roja rodando por el suelo. El cuchillo se clavó en la rama de detrás.

 - ¿Cómo te atreves a hablar así de tu reina?- me burlé. No me gustaba fardar por pertenecer a la realeza, pero él se lo había buscado. Casi pude oír como chirriaban sus dientes de rabia.- Sería muy injusto que no me incluyeses, y sabes que perderías mucho sin mí.

 -¿Qué más sabes hacer?- masculló.

 - Te hago mil maravillas con un arco y un carcaj de flechas, y mi manejo de la espada es impecable.- me regodeé.

 - Mañana es tu primer día.- confirmó a regañadientes.- Como no traigas nada…

 - Haré que te tragues tus palabras Sanso.-dicho esto se alejó lleno de furia.

***

Después de esto, le expliqué a Alfredo cómo había logrado “convencer” al cruel Sanso.

 -Eres valiente, no todos son capaces de plantarle cara.- respondió asombrado.

 - Ese imbécil necesitaba a alguien le parase los pies, Freddie.

 - ¡No me llames Freddie!-exclamó.- No me gusta y lo sabes.

 - ¡Tranquilo!- entonces me empecé a reír. Ya no consideraba a Alfredo un enemigo sino un amigo. Pero otros sentimientos empezaban a brotar. Será confusión, aún me acabo de incorporar aquí.

Pasaron las horas, y llegó la hora de cenar, a pesar de que no tenía apetito. Cenamos a base de hierbas y algún que otro conejo. Una cena muy pobre.

La oscuridad invadía el campamento y todos se iban a sus respectivas cabañas. A mí me habían cambiado a una pequeña para mí sola. La verdad, mejor así, sería incómodo compartir cabaña con gente que cree que soy superior.

Justo cuando me iba a sacar la ropa para acostarme se oyeron gritos fuera. No dudé en salir a ver qué pasaba, con el arco de mi padre.

Salí, y había una familia de campesinos corriendo a la luz de las antorchas. Localicé a Odes , que iba corriendo a acudirlos. Yo también me acerqué:

 - Señor, hemos salido del pueblo porque nos enteramos que había un campamento en contra de la reina Diana.-afirmó el padre.- Rurtesio nos lo contó.

 - No os preocupéis, buen hombre, hay cobijo para todos, ahora…-pero el campesino le interrumpió.

 - No entendéis, hay mucha vigilancia. No quieren que salgamos del pueblo para reunirnos a la revolución. Un guardia nos sigue.- el rostro de Odes palideció.

 - Odes, iré yo, debemos matar al guardia.- atajé.

 - Eres demasiado valiosa, y…- empezó.

 - Sabes que soy más ágil y más resbaladiza, a parte que soy más pequeña y me escondo mejor.

 - Pero…- dudó.

 - Confía en mí.- y salí corriendo al bosque y desaparecí entre los arbustos. Unos cien metros más apartado del campamento había un caballo atado. Y al lado, de pie un guardia que se había parado a inspeccionar algo en el suelo. Supuse que serían las huellas de los campesinos.

Me levanté cuando él se levantó, y como un demonio del bosque surgí de los arbustos apuntándole con una flecha a la cabeza. Miró para mí impresionado. No le di tiempo a reaccionar, lancé la flecha, que le dio en la cabeza y cayó con un estruendo.

Le tomé el pulso y me aseguré de que estaba muerto, lo subí al caballo y me subí yo, cosa que no fue fácil y fijo que si estuviese alguien allí lo tomaría como algo cómico.

 - Vamos.- susurré, dándole con las riendas al caballo. Y el caballo fue más rápido de lo que quería.

Llegué en seguida a junto Odes, que ahora estaba acompañado con Sanso, Alfredo y otros generales, a la expectativa por si debían intervenir.

 -¡Alguien debería borrar las huellas!-exclamé desde el caballo.- Y traigo un caballo y al guardia. Muerto.

 -Odes, eres un insensato.- bramó Sanso.- Debería haber sido yo.

- Estoy más que capacitada, Sanso.- gruñí.- No necesitaba ningún tipo de ayuda. Lo he traído muerto, y a su caballo. No se ha enterado de nada. ¿Qué más quieres, eh?- Sanso se alejó hablando por lo bajo, mientras los del campamento estallaban en vítores y yo me sonrojaba.

North Warriors (Guerreros del Norte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora