No tardo mucho en reaccionar y alejar bruscamente a Nicolás de aquél patán. Le tomo de la mano y lo dirijo a la salida apartando de mi camino a cuánto chismoso se cruza en nuestro camino con intenciones de grabar vídeos y tomar fotos de la reciente pelea. 

Malditos buitres, solo sirven para merodear y ser amarillistas. Ven una pelea pero no tienen las agallas de intervenir en ella. Escucho a lo lejos la voz potente y petulante de uno de mis maestros, entonces aligero el paso. No estoy de humor para el típico sermón de que la guerra trae más guerra u otra cosa. 

Nicolás se deja guiar por mí, casi en estado hipnótico. Nos escondemos tras unos arbustos esperando a que la algarabía que hemos alborotado se disipe. Así sucede cuando dos minutos pasan. Entonces vuelvo a arrastrar a Nicolás directo a mi casa. 

Sé que a ésta hora mis padres deben de estar trabajando, no volverán hasta las ocho de la noche más o menos. Así que cuando entro con Nicolás lo hago con sencillez y calma. Mi vecina de enfrente nos observa con la boca abierta de par en par desde la otra calle, sin pensármelo le saco el dedo medio y su estupefacción solo incrementa. 

Acuesto a Nicolás en mi sofá, él sigue igual de anonadado. Incluso yo de alguna manera lo estoy. Nicolás Riera, el nerd de clase, el pacífico, ha sacado las garras, y las ha sacado por mí. Sonrío internamente mientras busco vendajes y alcohol para desinfectar sus heridas. 

Mientras hurgo en las cosas de mi madre solo puedo pensar en lo valiente que es aquél chico. Y en lo tonta que fui al no darme cuenta antes. 

Texting with the blondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora