Fueron 3 días en los que el pelirrojo se negó a recibir alimentos.
Ni comida, ni agua. Nada.
Aquellos tres días, Bakugou se dio la molestia de repetir los mismos procesos para asegurarse de que esa lacra seguía viva cada dos horas, a veces cada 30 minutos, pues no importa cuánto pasara o cuanto le pusiera al plato, ni siquiera el más mínimo indicio de una probada existió sobre el alimento.
El sentido común de Katsuki lo había obligado a cambiarle el alimento diariamente al alojado mutante, porque sería insano tenerlo comiendo carnes crudas en donde posiblemente las moscas ya le habrían pasado por encima. Le cambió el jodido menú constantemente tratando de que alguno de ellos le llamara la atención, pero nada, ¡simplemente nada!
Seguía vivo, y eso lo verificaba con la ayuda de su querida varita de madera que fue destrozada la mañana del tercer día, en que el pelirrojo se hartó de que lo estuviera picando con ello cada 30 minutos y terminó por quitársela y destruirla dentro de su guarida.
-¡Muy bien, hijo de perra! ¡Me tienes harto! -Bakugou se levantó del suelo tras el último crujido de su difunto objeto. -¡Haz lo que se te de la puta gana! -Se retiró de su propia habitación dando un fuerte portazo. Ya había tenido suficiente, y ese día sí o sí no le cambiaría la mierda del plato aunque estuviera repleta de cucarachas.
Eijirou ni siquiera se inmutó ante el estruendo de la puerta, estaba tan cansado y estresado que sus pocas fuerzas que aún luchaban para no abandonar su lamentable cuerpo las utilizaba para mantenerse semiconsciente.
Ni siquiera supo cómo es que pudo haberle quitado la varita y hacerla pedazos.
Quizás es porque estaba enojado que logró hacer tal cosa. Tal parecía que sus emociones estaban tomando el control de su cuerpo, y la tristeza lo estaba convenciendo de que todo estaría mejor si se rendía. Cerrar los ojos y dejar de decirse a sí mismo que aún no era tiempo para irse sería lo mejor, que después de eso ya no habría más dolor. Todo estaría bien y estaría tranquilo en un lugar mejor que ese agujero del cual no quería volver su tumba. Pero eso sería imposible, posiblemente cuando muriera esos humanos se lo llevarían y lo volverían un trofeo para sus hogares.
O al menos eso le habían explicado dentro de su manada. Los mataban para venderlos y convertirlos en trofeos de caza.
Quería seguir durmiendo, lo necesitaba, era lo único que podía hacer dentro de ese lugar del cual jamás saldría con vida. Pero tenía miedo de que cuando cerrara los ojos no podría volver a abrirlos, y Eijirou quería volver a ver el cielo una vez más.
Ese agujero era muy oscuro y no le gustaba, se sentía apresado, se sentía perdido. Abandonado en tierras del enemigo, lejos de las que jamás volverían a ser las suyas.
Quizás había sido un error haberlos dejado, haber abandonado la manada allá en las montañas... No, no podía decir eso. Había hecho tal cosa para ser feliz, para no convertirse en un asesino de asesinos, porque Eijirou pensaba que la violencia no era la respuesta a los problemas.
Pero aquel problema con los humanos y su gente venía desde hace décadas, desde hace siglos, y la violencia era la única respuesta que hasta ahora tenían. Y Eijirou no era feliz, ni allá con sus hermanos ni allí con los humanos.
No quería volverse un asesino, pero tampoco quería ser asesinado. No sabía cuál de todas sus decisiones que había tomado durante toda su vida fue la peor, y ahora sus fuerzas ni siquiera le permitirían elegir una.
Quizás... sería todo más fácil y rápido si simplemente se moría.
Pero, entonces, Eijirou abrió lentamente sus ojos al escuchar algo. Sus orejas peludas se levantaron ante un sonido extraño pero agradable, quizás hermoso. Era la voz de alguien más, un humano femenino, que cantaba en el idioma de ellos con una voz muy bonita.
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¡Mamá, me casé con el perro!
FanfictionAU.- Asesinatos, secuestros, robos a mano armada, balaceras, tráfico de drogas, yakuzas, etc. Katsuki Bakugou se había enfrentado a eso y mucho más siendo uno de los mejores policías de su ciudad, asegurando que nada en el mundo podría sorprenderlo...