Capítulo 18 - Nuevos Rumbos I

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Finalizaron nuestras vacaciones, estaba ansiosa con el regreso a casa. En los últimos días, varias ideas me revoloteaban en la mente. Quería escribir el discurso, pero realmente no sabía cómo enfocarlo. Me faltaba cierta inspiración.

Al llegar a nuestro pueblo, a nuestra casa, saludé a mis hermanas y a mi papá; entre risas y bromas compartimos varias anécdotas. Después intenté descansar un rato, pero no me sentía tranquila y no me importó estar cansada para decidir salir a recorrer las calles, mis calles. Necesitaba hacerlo.

Tomé mi bici, mi madre me miró extrañada. Le sonreí y le avisé que en un rato estaría de vuelta. Asintió, así que me fui.

Paseé por varias calles, sentía la suave brisa de la tarde golpear mis mejillas, respirar el aire de mi tranquilo pueblo me daba paz. Cuando me di cuenta, estaba dando vueltas por los alrededores de mi antigua escuela, la escuela de primaria. Comencé a recordar a cada una de las maestras, que había conocido y lo que había aprendido de cada una de ellas. Recordaba sus nombres. Frente a la escuela, había una plaza, con algunas bancas. Así que, bajé de mi bici y me senté en una de las bancas. Me quedé mirando la entrada de la escuela. Y los recuerdo llegaron a mí, era como estar reproduciendo una película en mi cerebro.

Mis pensamientos estuvieron más claros. Esas personas, que supieron cómo llegar y sembrar en mí esas ganas de aprender, me habían mostrado el camino para convertirme en la persona en la que me había convertido. Estaba hecho, con esos pensamientos vinieron otros en cascada y fueron motivos para inspirarme con el fulano discurso de apertura para el acto de grado.

Regresé a casa y al llegar mi madre me dijo que Liz, me había estado llamado.

—¿Y a dónde fuiste? Elizabeth te estuvo llamando, pensé que habías ido a su casa —dijo, seriamente.

—Mamá —Suspiré y puse en blanco mis ojos— Ya soy grande, recuerda que dentro de poco quizá vaya a la universidad —Sonrió con ternura.

—Sí, lo recuerdo. Pero eso no significa que vaya a dejar de preocuparme.

—Lo sé, pero tienes que confiar en mí, en que sé y sabré cuidarme. Mamá has hecho un buen trabajo —La abracé y ella me dio un besito en la frente.

—Entonces ¿Dónde estabas?

—Fui a dar unas vueltas por las calles y me senté frente a la escuela. Estaba pensando en eso del discurso.

—¿Sigues preocupada por eso? Todo va a salirte bien, ya verás. Anda, lávate las manos y ven a cenar —Me dio otro besito y una palmadita en la espalda, hice lo que me pidió.

En la tranquilidad de mi habitación me dispuse a escribir unas breves líneas del discurso. Pero todo eran borrones, hojas arrugadas, nada me parecía estar bien. Cerré los ojos y empecé a recordar cómo eran los discursos de otros grados a los que casualmente o por curiosidad había presenciado alguna vez. Los recordé como muy formales, largos y aburridos. Eso me dio una idea de cómo podría ser el mío. Preciso y conciso, pero profundo.

Sin más me dejé llevar y escribí las líneas, con las palabras que debía decir. En la mañana del día siguiente fui hasta el instituto y se las entregué a la señora Eugenia para que se las hiciera llegar a la directora.

—Hola señora Eugenia ¿cómo está? Vine a dejarle las palabras del discurso. No sé qué tan corto o largo debía ser, pero hice un esfuerzo porque no sean ni lo uno ni lo otro.

—Si no todo lo contrario—dijo bromeando—. Gracias, linda. No te preocupes creo que no hay un límite de palabras. De todos modos, cuando la directora lo revise, ella dirá si tienes que agregarle o quitarle algo.

Amando por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora