VI

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Más de dos siglos habían pasado, pero ella lo sentía como un segundo; tanto tiempo transcurrió y aun así no conseguía concentrarse.
No sabía cómo completar su misión.

Decidió nutrirse, descansar, leer libros como su pasión. Adopto la forma de una muchacha joven, dieciséis años aproximadamente, le parecía una edad dulce, propia de los libros que leía.
Bajo esa agradable sombra, no se percató de la presencia en su espalda. Un joven la traspasaba con la mirada, un muchacho bien parecido que decidió venir todos los días cautivado por la belleza del ángel debajo del árbol. Simplemente, no lo pudo evitar.

Poco a poco, ella bajó la guardia, pues, ¿no era aquel el humano que debía proteger? No le preocupaba, era igual que la gente de la villa, más curioso más limpio, pero con el mismo corazón. Confiaba en si misma, porque un humano no la controlaría, no volvería locos a sus latidos o instintos.
No un humano.
No su misión.

Fue por eso que su reacción no fue grata cuando en aquella primavera, el joven la tomó, él suciamente, en ese jardín de rosas remarcó sus angelicales curvas con sus urgidas manos, acercó, sus labios sin miedo, sin vergüenza, a los del ángel y sin dudarlo, los unió, ella, no sabía que hacer, sus hermosas alas se volverían oscuras, su pasado volvería a ella, eso la asustaba, la perturbaba, sin embargo, disfrutó y pecó.

Eso el ángel lo sabía.

Sabía que lo desconocido era atrayente, lo indebido fuera de sus límites.
Ella sabía, que en cierto momento de su longeva vida, iba a pecar.
Iba a entregarse, cegarse, tan sólo por un humano.

Tal vez fue eterno, un segundo e incluso, un instante el tiempo de su acto prohibido, hasta el momento en donde una de las rosas se clavó en las manos del ángel para traerla a la realidad, traerla de vuelta, lejos, de su acto indebido.

Tiempo de dejar de arder.

Ella lo paró, lo negó, nunca aceptó que fue llevada a la pasión y para ese joven con brillante sonrisa, cada espina de esas rosas, ella se los clavó en el corazón.

Traspasando su cuerpo, vida y alma, las espinas aún siguen sangrando, esperando, que algún día, ella vuelva para enseñarle a volar.
Para erradicar su dolor.

AsfixiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora