Recuerdos de una dama

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Emrys faltó a clases lo que restaba de semana y, por más que quisiera, no podía concentrarse. El aula se sentía vacía sin el chico que se sentaba a su lado. Aunque Alexa iba a hacerle compañía alguna veces, solía refugiarse en la biblioteca para evitar a todos los demás. Muchas personas habían ido a preguntarle por él, algunas actuando como si forzosamente debería saber dónde estaba o qué le sucedía.

Mordred tenía suficiente de eso.

Su madre le preguntó una tarde si había algo mal; él estaba tocando la guitarra, luciendo miserable posiblemente. La miró y le dio una sonrisa, que seguro no llegó a sus ojos.

—¿Por qué habría algo mal?

—Temo que una nube negra de pronto aparezca sobre tu cabeza y comience a llover en medio de la sala —Ella fue y puso una mano sobre su frente—. ¿No estás enfermo?

—Tal vez.

El tono fue demasiado triste, lo supo desde antes de que saliera de su boca.

—¿Qué es?

Él quería decirle, que ella supiera todo. Pero no lo entendería, nadie podría a menos que fuera una reencarnación también. Ni siquiera Emrys podría entender lo que él sentía, atrapado en un cuerpo siendo dos personas al mismo tiempo pero no sabiendo quién es en realidad. Emrys lo había acusado de fingir. ¿Era eso cierto? ¿Había fingido? ¿Era Alex o era Mordred? Ya no lo sabía.

—Tengo... ¿magia?

Las lágrimas en sus ojos lucharon por salir, las contuvo tercamente. Su madre enarcó una ceja y luego sonrió.

—¿Magia? ¿Cómo los magos? ¿Con los conejos y las cartas? ¿O como en Harry Potter? —Mordred bajó la cabeza—. Está bien, cuando quieras hablar de ello, sabes que puedes decirme lo que sea. Te amo.

Revolvió su cabello y caminó a la escalera. Desde abajo, escuchó cuando exclamó: —¡Eddie! ¡Tu hijo cree que es un mago otra vez! ¡Te dije que no debíamos darle esa carta falsa cuando cumplió once!

Sonrió a su pesar, porque de una u otra forma, eso había logrado animarle un poco. Emrys se había reído mucho cuando le contó que sus padres le habían dado la carta cuando era un niño y él realmente había creído que iba a ir a Hogwarts.

Pensar en Emrys siempre era de dos formas, reconfortante o doloroso. Sentir las dos cosas al mismo tiempo le hacían pensar que ya debía haber perdido la cabeza. Se recostó para seguir tocando, ya que hacer magia estaba fuera de cuestión, tendría que enfocarse en otras cosas.

* * *

Estaba escuchando Can't buy me love de los Beatles cuando Alexa irrumpió en la biblioteca a la semana siguiente. Se sentó frente a él y le jaló el audífono.

—Vi Merlín entrar a la oficina del decano —Le susurró. Mordred movió nerviosamente las piernas y se encogió de hombros para seguir con su tarea—. ¡Alex!

—¡Shhh! —La mandó a callar el chico de la mesa contigua. Ella le ignoró.

—Sea lo que sea que ha pasado entre ustedes, deberían arreglarlo.

—No puedo —Le miró—. No puedo arreglar esto, no es tan fácil como poner un curita sobre una cortada o cinta en un papel. Alex, agradezco tu preocupación, pero hay cosas que simplemente hay que dejarlas seguir.

Alexa le miró mortificada.

—Siempre me gustó verlos juntos, ¿sabes? —Le confió—. Parecían, no sé, como de otro mundo. Es como si ambos pertenecieran a otro lugar y solo pudieran encontrar compañía en el otro. Todos los demás estábamos un poco celosos de lo que tenían.

Dos vidas, un problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora