Una canción y un beso

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El siguiente lunes, Merlín estaba sentado en su lugar. Tenía la cabeza gacha mientras escribía algo con su boli de vacas felices. Parecía como si nunca se hubiera ido, como si los días no hubieran pasado. Mordred se detuvo en la puerta, con el ceño fruncido. Alexa, que venía detrás de él —y se había estado sentando a su lado las últimas semanas—, chocó contra su espalda. Se quejó suavemente pero luego se asomó por encima de su hombro, su cabello rojo amarrado de una cola de caballo. Ella pareció hundirse contra su espalda y sus pensamientos flotaron a su cabeza, temía que Mordred la despachara para sentarse con Merlín otra vez.

Mordred se sintió mal, como si la hubiera estado usando para esconder su soledad. Caminó, tomando rumbo hacia la parte trasera, donde habían dos lugares desocupados. Si Merlín lo notó cuando pasó, no le importó. Mordred sintió que un puchero se formaba en su cara. Jodido Emrys.

La clase comenzó como siempre, salvo por el comentario del profesor hacia Merlín sobre su decisión de deslumbrarlos con su presencia al fin. Mordred se esforzó por poner atención, de verdad lo hizo, pero sus ojos parecían pegados a la nuca de Emrys, justo en ese lugar donde sus cabellos se ondulaban. Quería acercarse y pasar sus dedos por ese lugar, saber si le haría cosquillas.

"Me perforarás la espalda si sigues mirándome" Sonó en su cabeza, haciéndole saltar. Alexa le miró asustada por un instante, se dio cuenta que estaba sonrojado cuando ella le miró como si de pronto estuviera poseído. Mordred siempre se había vanagloriado de no ser propenso a las sorpresas. Pero joder, con Emrys nunca estaba seguro de nada. "¿Quién dice que estoy mirándote?" Dijo, su voz mental sonando carente de emoción en comparación a su apariencia física. Sentir el vínculo con Emrys era, en pocas palabras, una maravilla que le hacía sentir de mantequilla.

Emrys no contestó, naturalmente. Se dedicó a ladear la cabeza, de una forma que le permitía mirar ese lugar con más libertad. Echando una revisión a sus muros mentales, Mordred se preguntó si había dejado proyectar algún pensamiento o Merlín lo hacía de forma inconsciente. Claro que también estaba el hecho de que nunca había estado sentado detrás de él.

—Vas a perforarle la espalda si sigues mirándolo —Le murmuró Alexa, haciendo que se sonrojara de nuevo.

—No estoy mirándole —Dijo, demasiado rápido y a la defensiva.

—Claro, y yo soy la princesa de Genovia.

Mordred espabiló y hundió la cara en su cuaderno sin apuntes, realmente no estaba tomando nada de la clase y, quizá, le pasaría factura después. Dibujó un triskelion en la esquina mientras las palabras del profesor le llegaban lejanas, como a través de un túnel. Se preguntó qué estaría pensando Merlín y lanzó su magia, solo un poco y muy leve para que no se diera cuenta. El borde de la magia de Merlín era un lago abierto y transparente, que le hizo pensar en el color azul y el calor de la luz del sol. Desde que había recuperado su magia, podía sentir a los demás de una forma distinta, mejor. Y la pregunta sobre quién era se respondió por sí sola, al fin entendiendo. Él era su magia, él era uno con el mundo, con la tierra, con los árboles. Una criatura de la vieja religión.

Ya no importaba que nombre tenía, ni qué vida estaba viviendo.

—Espero los ensayos el miércoles en mi escritorio —Terminó el profesor. Mordred abrió los ojos, que ni notó que había cerrado.

—Mierda —Dijo por lo bajo. Alexa tarareo.

—¿Qué?

—¿Ensayo sobre qué?

—¿No escuchaste nada? —Ella rompió en una sonrisa—. Ah, te lo diré solo porque eres adorable, tan enamorado y bobo.

Mordred resopló pero no se negó, realmente necesitaba la ayuda.

Dos vidas, un problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora