La pintura de la perdición

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Las siguientes semanas fueron catalogadas como las mejores de su vida, presente o pasada. Emrys era impresionante. Tenía un desempeño perfecto sobre sus materias posicionándolo como el mejor de la clase, seguido por él mismo. El brujo tenía una estima del tamaño del mundo y todos los profesores, incluso el decano, hablaban con él como si fueran iguales. Todos los estudiantes rápidamente supieron el nombre del chico larguirucho más amable y carismático del campus.

Y sin embargo, Mordred no se quedaba atrás. Con su aire de inocencia se supo ganar a cada estudiante y profesor, algo ligeramente parecido a lo que había sucedido cuando se volvió caballero de Camelot. Pero a pesar de ello, seguía siendo callado y reservado, con aspecto de chico problema. Solo con Merlín podía bromear abiertamente y someterse a largas charlas sobre la magia y misterios. Era algo irremediable, siendo que estaban unidos por ello.

—Nos encanta tu pintura, Merlín —Dijo Anne durante la clase de Historia del Arte, era una chica particularmente interesada en su amigo. Mordred estaba seguro de que ella había fundado el misterioso club de fans en las redes sociales donde subian fotos tomadas furtivamente que Merlín denunciaba y a las pocas horas eran eliminadas.

Ese era otro aspecto que le impresionó sobre el brujo: su talento para el arte. Tomaba el taller de pintura algunos días a la semana y tan solo un mes después habían colgado una de sus pinturas en el recibidor de la biblioteca. Cuando Mordred la vio, sus ojos se humedecieron al ver Camelot en todo su esplendor sobre un lienzo enorme. Casi escuchó el murmullo de la gente del mercado y olió el aroma de la hierba recién cortada del campo de entrenamiento mientras recorría los detalles, como si estuviera allí mismo, parado mirando el pueblo desde las almenas del castillo. Era un paisaje que reconocería donde fuera, porque él y Percival solían hacer guardias desde allí en los días frescos y noches estrelladas. Sus piernas casi cedieron y se alejó, reteniendo su llanto y náuseas lo más que pudo hasta que entró a los baños.

Merlín le encontró mirando por la ventana más alejada de la biblioteca más tarde, fijo en la fuente que adornaba el centro del campus.

—Con que aquí te escondías —Le susurró en un tono jovial. Mordred sintió que su voz avivaba los recuerdos y le cortaba las entrañas como una espada filosa—. Estuve enviándote mensajes.

Después de haberse roto en el baño, echó un vistazo a todo lo que internet tenía para decir sobre él; todos los artículos hablaban del caballero que traicionó al rey y dio fin a su vida. Todos hablaban de su alma oscura, de su corazón podrido; algunos incluso decían que era el hijo de las relaciones incestuosas entre Arthur y Morgana, un hijo destinado a matarle.

Ninguno hablaba de un niño nacido entre los druidas, que había sido inocente y cuyo maestro había sido asesinado injustamente solo por ir a comprar un par de hierbas al mercado de Camelot. Ni uno solo hablaba de que Uther intentó matarlo, ni de que años después, cuando se unió a los caballeros, casi dio su vida por proteger al rey. Ni siquiera se mencionaba que Arthur había sentenciado a muerte a la única chica que él había amado.

Arthur, el único y futuro rey. El majestuoso, el grandioso. Y su consejero Merlín, el sabio anciano que poseía magia.

Nada era cierto y todos lo recordaban mal.

Mordred miró a Merlín de forma distante, refugiándose en su interior, hecho una bola de tristeza y negatividad. Le habían quitado todo y él le había quitado todo a Merlín en consecuencia. Merlín no podría haberlo perdonado, él mismo no podría. Era demasiado difícil; aunque ya había pasado suficiente tiempo, para él, aún parecía algunos meses atrás.

—¿Alex? —Volvió a intentar Merlín, parecía sinceramente preocupado.

—No me siento bien...

Dos vidas, un problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora