Ecos del pasado

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La primera vez que Merlín lo vio, tenía seis o siete años. Era un niño de rizos rebeldes, con ojos grandes y curiosos que extendió su mano para tomar las gotas de lluvia que caían del borde de la cornisa de una tienda de conveniencia. El tiempo se ralentizó, como siempre lo hacía cuando su magia daba con el eco de almas pasadas. El murmullo de la lluvia contra su paraguas se detuvo y vio el momento exacto en que el agua tocó la piel de su pequeña mano, separándose en gotas diminutas.

El eco siempre venía con pequeños trozos de recuerdos, como las miradas y las sonrisas. Con ese niño fue diferente. Lo que vino a él fue un pedido de ayuda, el aroma del bosque y luego, la lágrima que chocó contra su piel pálida cuando rogó por la vida de una niña druida de la que estaba enamorado. La sensación cosquilleante de la magia arraigada en el centro de su mismo ser. El eco de Mordred fue más poderoso, incluso que el de Morgana.

En el fragmento de segundo que dio un paso, el momento se disolvió y los sonidos llenaron sus oídos. Se detuvo algunos pasos después, su mano apretando de más el mango del paraguas. Una niña y una mujer salieron de la tienda, el niño volvió su rostro hacia ellas.

Merlín se dio cuenta de que quería ir y tomar su delgado cuello, apretarlo hasta que su último aliento escapara por su boca de labios rosados. Ira fría se deslizó por su interior, su mente gritando: "El traidor" "El asesino" "El asesino de Arthur". Su magia vibró. Quería matarlo, hacerlo pagar. Destruirlo hasta que no quedara nada. Y estuvo a punto, de no ser porque el pequeño sonrió, llamando a su madre y rompiendo el trance en el que Merlín se había sumergido.

Tembloroso, sus labios dejaron escapar el aire.

La madre tomó a su hija con una mano y a su hijo con otra y, riendo, les dijo que debían correr lo más rápido que podían hasta llegar a casa. Los niños corearon en acuerdo y los tres salieron disparados por la acera, las bolsas que la mujer llevaba se tambalearon y una barrita de cereales cayó al suelo, muy cerca de él. Merlín se inclinó para tomarla. Al levantar la vista, vio que el niño se había dado cuenta y volvió sobre sus pasos rápidamente. Merlín le miró mientras la extendía hacia él, que la tomó con su mano pequeña y le sonrió. "Gracias, señor", le dijo con la voz más adorable que había escuchado, luego se marchó corriendo tras de su madre y su hermana.

Se sintió sucio, repulsivo y avergonzado.

Había estado a punto de matar a un niño inocente, que nada tenía que ver con el hombre que le había arrebatado todo en su vida pasada. Tardó un rato allí parado, mientras las personas corrían bajo la lluvia para refugiarse.

Algo similar le había sucedido con la reencarnación de Morgana, solo que nunca fue tan agresivo. Y, eventualmente, ella y él se perdonaron, incluso se hicieron amigos y vivieron días de agradable compañía. Merlín se volvió parte de su familia y su hijo le admiró como a un héroe, su nieta le amó como a un abuelo y seguían siendo tan unidos como al principio.

Pero con Mordred, con Mordred el rencor era demasiado fuerte, aunque sabía que no podía culpar a ese pequeño niño por nada. Él no era como Morgana, no podía recordar y, posiblemente, nunca lo haría. Merlín pasó una mano por su cara y talló el puente de su nariz, Su barba de días picó su piel, había estado dejándola crecer un poco y le hacía lucir como un hombre de al menos cuarenta años.

Decidió que era mejor olvidar aquel encuentro, justo como había hecho con las demás reencarnaciones que había encontrado en su vida. Aún tenía fresca la imagen de un Gwaine casándose en una pequeña iglesia. Esa también había sido una visión rara y le reafirmó lo que ya sabía, que las reencarnaciones nunca serían como sus vidas pasadas. Era mejor dejar el pasado en el pasado.

Dos vidas, un problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora