Capítulo 9

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Lo observé disimuladamente por unos segundos, llevaba unos pantalones café mostaza, un par de botas color café y bajo de su cazadora negra cubría su torso un suéter de lana gris. 

Verónica camino hacia la pequeña mesa ubicada en la esquina del salón y tanto Daniel como yo la seguimos con la mirada. 

—El aniversario es el sábado seis de febrero, en la plaza principal –dijo la pelirroja buscando algunos datos proporcionados por la escuela en su computadora–. ¿Tienen alguna pregunta? 

—¿Por qué tenemos que hacer esto? –preguntó Daniel de manera irritante 

—No tienes que hacerlo —contesté.  

Fijó su mirada en mí, y yo fui demasiado cobarde como para responderla, solo me atreví a mirar por el rabillo del ojo con disimulo. Verónica notó la tensión que emanaba de nosotros dos, así que se atrevió a preguntar para desviar la conversación. 

—Pueden proponer algo, si gustan –bajó su voz esperando una respuesta de ambos. 

—¿Qué tal galletas? –propuse. 

—No somos niñas exploradoras –dijo Daniel con tono burlesco. 

—¿Algo mejor que proponer? –lo reté. 

Cruzó sus anchos brazos y rodó sus ojos como respuesta a que no tenía nada más que decir.

—Lo supuse –hablé entre dientes. 

—Yo creo que es una estupenda idea Alix  —contestó a mi favor la pelirroja. 

—Galletas serán –lo miré con cara de satisfacción al ver que mi idea había sido aprobada. 

El timbre se hizo escuchar en el salón donde nos encontrábamos y Daniel salió directo al pasillo sin decir si quiera adiós. 

Tenía una hora libre la cual solía utilizar para comer algo o adelantar algunos proyectos pendientes. Me despedí de verónica para ir a mi casillero a dejar mi mochila, pesaba mucho como para traerla cargando por toda la escuela, una vez hecho eso me dirigí a la cafetería. Me senté en una de las muchas mesas desocupadas, disponiéndome a tomar aquel batido que había comprado en la respectiva cafetería. 

—Alix –me sonrió amablemente Adam quien se sentaba en la silla desocupada en frente de mi—, ¿cómo estas? 

—Sobria –ambos reímos al recordar el viernes por la noche. 

—Qué bueno que lo estabas cuando te lleve a casa.

—Espera –traté de recordar las conversaciones de aquella noche–.  Adam, yo nunca te dije donde vivía –respondí tratando de encontrar algún recuerdo vago de alguna conversación. 

—Lo hiciste –trató de afirmar–, en el auto. 

—No, Adam –aseguré, pues todo el camino fuimos cantando canciones ochenteras que sonaban en la vieja estación de radio. 

—Igual y estabas demasiado ebria y no recuerdas –me respondió. Pero no era así, me sentía mareada pero podía recordar perfectamente lo que paso aquella noche, y el mismo lo dijo, estaba sobria cuando me dejo en la casa. 

—Puede ser –dije no muy convencida

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