Prólogo

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Recuerdo la expresión del señor Robinson aquél día en la tienda. Sus ojos iban de mi rostro al de él, como si de un partido de tenis se tratara.

Seguro por su mente resonaba la pregunta ¿se conocen? ¿cómo es posible?
Después de todo nadie sabía de aquella aventura, solo él y yo.

Pero supongo que la mirada en mi rostro lo decía todo.
Antes de gritar desaforadamente y así evitar un momento vergonzoso, asentí y le contesté que podía llevar a quién quisiera a la cena de año nuevo en casa.
Tomé las bolsas de compras y me marché.

Mentiría si no dijera que volteé varias veces por si él venía tras de mí, sabía que era real, estaba allí en la tienda que conocí toda mi vida. En el mismo pueblo, en el mismo momento.

Tenía tantas preguntas, había intentado olvidar todo para que las personas no me trataran de loca, pero no, tuvo que presentarse ante mí, en carne y hueso para traer de vuelta todas esas dudas. Y ésta vez no me quedaría así.

Había entrado en shock, todo había sido completamente inesperado. Tal vez podría comparar la sensación a como si vieras a alguien que regresó de la muerte o como si se apareciera Santa Clous frente a ti cuando sabes que no existe.

Temblaba en el momento que puse un pie en mi casa. Dejé las bolsas en la cocina y subí a mi habitación.
Debía mentalizarme, él vendría ésta noche a cenar, a mi casa con mi familia y yo debía actuar como si no lo conociera, como si no hubiera pasado las mejores semanas de mi vida con él, como si no me hubiera dado el beso más dulce.

Cuando menos lo pensé ya estaba buscando qué ponerme. Iba a lucir perfecta, quería impresionarlo, esa era la verdad.
Pasé horas decidiendo mi atuendo como nunca lo había hecho antes, ni siquiera para los bailes de la secundaria.

Finalmente llegó la hora de la cena. Estaba radiante, realmente me había esmerado en cada detalle de esa noche, hasta mi madre y abuela se sorprendieron de mi actitud detallista.

Bebíamos ponche cuando el timbre sonó, mi abuela tomó la delantera para abrir la puerta. La dejé hacerlo mientras yo retocaba mi cabello con mis dedos.

Pero mis fantasías cayeron al suelo cuando el único que cruzó la entrada fue el señor Robinson. Él entró como siempre y saludó a todas con un beso en la mejilla, tomó su lugar en la mesa y no mencionó una palabra acerca de la ausencia de su sobrino lejano.

Quizás no lo vio necesario ya que yo era la única que lo sabía.
La cena transcurrió como siempre, pero no pude evitar mi triste semblante.
Llegó la medianoche, brindamos por el nuevo año y pedí disculpas para retirarme a mi habitación con la excusa del cansancio, funcionó, tenía lógica, había estado todo el día preparando ésta cena.

Me observé en el espejo del cuarto. Tanta producción, tanto maquillaje, tantas cosquillas en el estómago para que al final no ocurriera nada.
Otra decepción, otra sensación de estar incompleta.

Con rabia desarmé mi peinado y me saqué el vestido. Arrojé los tacones a un lado y me calce la vieja camiseta para dormir.
Necesitaba descargarme. Hundí mis manos hasta el fondo del placard donde ocultaba mi pequeño tesoro.

La postal de Noruega.

Sentía que mi corazón se rompía otra vez. Dos veces en tan poco tiempo.
Estaba cansada de esa situación y mi mente se agotaba de buscar respuestas de algo que probablemente nunca sabría. Debía dejar de torturarme con eso, ya había pensado en mudarme para estar más cerca de la universidad, mi vida iba a cambiar y no necesitaba más de ésta locura.

Con el enojo aún acumulado en mi interior rompí la postal en varios pedazos para que no pudiera volver a unirla y la arrojé al cesto de basura de mi habitación.

Me metí en la cama y traté de dormir, pero me fue difícil cuando sentí la humedad de mis lágrimas por mi rostro y me juré a mi misma que iba ser la última vez.

No lo volví a ver desde entonces, tampoco lo pensé. El señor Robinson me comentó al pasar que tuvo que irse de repente, no le había dado muchas explicaciones, ni a dónde iba ni cuándo volvería o ni siquiera si iba a regresar.
Y traté de que no me importara, lo hice durante un buen tiempo.

Hasta que un día sin pensar, Félix regresó.

Gracias por el inmenso apoyo.
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Nieve de Plumas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora