Midoriya Izuku

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La máscara perfecta no se puede romper

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La máscara perfecta no se puede romper

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Todo empieza en mi infancia, un simple niño que siempre ha tenido una capacidad fuera de lo común. Por esto mismo, me aburría rápido de las cosas. Juguetes; esa época tan solo duró un año. Mascotas, ésta un poco más, pero apenas se podía jugar del todo con ellas. Amigos; lo más interesante, pero también, cómo no, la simpleza acababa saliendo a la luz y me cansaba.

Cuando cumplí siete años mis padres me llevaron a conocer a un hombre. Un hombre extraño. Captó totalmente mi atención.

Era famoso y querido por mucha gente, había muchos niños de mi clase que eran fans. Aun así, intenté mostrarme sereno, aunque los nervios y la curiosidad por saber más me enloquecían.

Se presentó como mi maestro, prometiéndome un futuro fantástico y maravilloso. Obviamente, a esa edad, la idea me cautivó. Pero más que eso, fueron sus palabras, su manera de hablar, de expresarse... calculado a la medida para seducir a cualquiera aunque el discurso sonara totalmente absurdo. Aquella tétrica sonrisa que denotaba seguridad supe en seguida que era mentira.

Acepté devolviendo el mismo gesto, cosa que le sorprendió. Mis padres, ajenos al mensaje oculto que nos transmitíamos, se alegraron.

Ahí empezó mi entrenamiento con All Might. Con apenas ocho años, me obligaron a seguir unas pautas inconcebibles para cualquier ser humano. Tanto el rendimiento académico como el físico era demoledor, dejándome en un estado en el que al final del día apenas podía moverme o si quiera pensar.

Pero eso no me pararía. Me había prometido poder, algo nuevo y que desconocía, y que a día de hoy no me ha aburrido todavía.

Poco después de aquello fue cuando conocí a mi primera víctima. Al recordarlo, realmente me sale la sonrisa por mi descuido y su adorable reacción.

En el patio, rechacé todas las ofertas de juego de los niños y niñas que deseaban juntarse conmigo. No me interesaban. Tenía algo más entretenido.

Con prisas, me fui a la parte de atrás, llena de arbustos. Entre ellos, se escondía un gato. Blanco y elegante. Se había acostumbrado a mi presencia, además de que le daba parte de mi almuerzo y eso provocaba que viniera puntual día tras día.

Partí en dos mi bocadillo y le dejé un gran trozo en el suelo, a escasos centímetros de mí. Y por fin, aunque tardó unos minutos antes de atreverse, se acercó y comió. Completamente a mi merced. Que felicidad, después de semanas dejándole la comida a lo lejos, ahora ya estaba al alcance de mi mano. Después de observarlo, acaricié con suavidad su lomo. Se crispó un poco, pero continuó comiendo, ignorando el tacto. Perfecto. Este sentimiento era genial. Con sigilo, rebusqué con mi mano libre en el bolsillo. El metal frío me hizo estremecerme de la emoción. La imagen del pelo tan blanco como la nieve teñido de rojo, ¿cómo sería? ¿chillaría? ¿escaparía?

No, claro que no. Estaría bajo mi control, no puedo dejar que se escapé hasta que no vea lo que quiero.

Saqué las tijeras, impaciente. Estaba tan nervioso que temblaba un poco. Pero no vacilé. Con toda la fuerza que pude, hundí las tijeras en el gato. Saltó y clavó sus uñas en mí. Por instinto alcé los brazos para protegerme, y en cuanto me di cuenta, ya se había ido.

Enfadado, me quede solo con un pequeño charco de sangre en el suelo. No era lo que buscaba, no había salido para nada como había planeado.

–¡Ah! –un grito a mis espaldas me hizo girarme asustado.

Un chico de pelo negro como el azabache, puntiagudo y rebelde, me miraba con sus ojos color zafiro, a punto de bañarse en lágrimas.

–¿E-estas bien? ¿Te ha hecho daño? –guardé con rapidez las tijeras que por suerte, no había visto.

–Sí, estoy bien –a pesar de que era evidente que esa sangre no era mía, el niño se acercó y se arrodillo delante de mí, limpiándome con un pañuelo la mejilla.

–Tienes un arañazo en la cara... ¿por qué le ibas a hacer eso al gatito? –sus cejas se juntaron, preocupadas. Perplejo, no supe que pensar ni que hacer. Era todo tan repentino que me descolocó.

Su cara llena de angustia y su pulso impreciso me cautivaron. Ese niño iba a mi clase, no recordaba su nombre ya que era de los que no destacaban, de los que siempre estaban en silencio, procurando no salirse del segundo plano. Pero ahora, estaba aquí, limpiándome la cara a pesar de haber visto mis intenciones.

Como si se activara algo dentro de él, sus ojos se abrieron como platos y alejó su mano de mí como si mi cara fuera fuego. Se levantó, parecía en estado de pánico.

–P-perdón –dijo con un hilo de voz, sin mirarme.

Se mordió los labios y se encogió. Las lágrimas no tardaron en salir.

Ladeé la cabeza, confundido por esa reacción.

–¿Estas bien? –pregunté, camuflando la verdad de mi curiosidad. Lo único que quería saber era el porqué de su colapso.

–Y-yo... –tartamudeó, sin decir nada, abriendo y cerrando la boca exasperado.

Interesante, muy interesante.

–¿Cómo te llamas? –al levantarme y centrar toda mi atención en él, se inquietó aún más.

–Bakugō... Bakugō Katsuki –murmuró, con las mejillas teñidas de rojo y sin parar de llorar.

–Yo soy Midoriya Izuku, gracias por lo de la cara –sonreí, esperando así que se calmara. Pero no me miró, y se removió aún más en su sitio, incómodo.

Asintió, y dio dos pasos hacia atrás.

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Fue tan perfecto... sus intentos por alejarme no cesaron, y en cuanto confió un poco más en mí, no pude aguantar. Causarle dolor de todas las maneras posibles era adictivo. Quería más y más. Su cobardía lo hacía egoísta, por eso no actuó como una persona con moral y ética al verme atacar al gato. Le dio completamente igual.

Tristemente, todo acabó al terminar la secundaria. Nuestros caminos se separarían, ya no podría mostrarme tal y como soy. Ya no vería más a Kacchan. La máscara tendría que estar siempre puesta.

El odio incrementó, y a pesar de que tenía el poder más grande del mundo, All Might me utilizaba como un títere. La fama tanto a él como a mi familia fue extrema, convirtiéndome en la herramienta perfecta para el poder. Pero claro, tenía que esconder bien mi naturaleza.

El yo que tan solo dos personas conocían.

Mi maestro y Kacchan.

Ser héroe en un futuro quizás sería divertido, pero por ahora, no me interesaba. Estaba aburrido. De nuevo.

Por eso, al verlo entrar a clase, no pude aguantar mi alegría.

Kacchan estaba aquí.

-Psicopatía-

-Psicopatía-

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【Inverted】- PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora