Bakugō Katsuki

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Las miradas vacías nunca llenaron mi corazón

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Las miradas vacías nunca llenaron mi corazón

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Desde los cuatro años supe que no estaba hecho para residir en este mundo.

La fragilidad de mi alma se rompió en aquel entonces. La oscuridad me tragó, y los miedos empezaron a pesar cada vez más en mi persona. Hoy en día, es lo único que conozco. Ansiedad, agonía, terror y vergüenza, todo retumba en mi interior cada vez que salgo de mi refugio, de mi hogar.

Mi madre, siempre comprensiva, me apoya como puede. Por eso me forzó a entrar en una academia, una prestigiosa y llamativa, la cual, yo quería evitar. No le odio por eso, ni tampoco me molesté en explicarle que era un gran error. Ya daba igual. Mi padre intentó por todos los medios tranquilizarme, convencerme de que era por mi bien y que en algún momento lo superaría.

Ellos estarían ahí para mí.

Los quería, pero me estaban mintiendo.

¿Acaso ellos me acompañarían allí? ¿estarían en clases conmigo?

No, por supuesto que no.

Yo estaría solo. Delante de una clase que no conozco, con personas extrañas. Todo nuevo. Todo desconocido.

Faltaba un mes, pero aun así, las lágrimas empezaban a salir sin control en cuanto me percataba de que solo el tiempo avanzaría, y que en un futuro cercano, estaría en aquella situación tan desesperante.

Me abracé, consolándome a mí mismo entre sollozos ahogados. Quería dejar de existir, quería desaparecer...

Acaricié mis cicatrices que marcaban mis muñecas.

Aunque fuera un inútil, no podía volver a hacer aquello. Tenía poco, pero me prometí que no les fallaría, no a ellos. Mis padres cargarían conmigo, pero no con mi muerte, eso sería hacerles demasiado daño.

Bufé contrariado por mis sentimientos. Era cobarde, y la opción más fácil era huir, pero no podía. El sudor mojó mis sabanas y las lágrimas mi almohada.

Respiré.

Un, dos, tres. No pasa nada.

Un, dos tres. Tan solo cierra los ojos, tapate los oídos.

Un, dos, tres. Deja de pensar.

Y con aquel ejercicio de relajación que me había enseñado el psicoterapeuta a la edad de diez años, conseguí dormir. Eso sí, las pesadillas me atormentarían cada noche hasta el final.

Persiguiendo a los demás niños de manera tímida, sonreía. Era divertido correr y jugar con ellos. El parque me gustaba. Pero un día, mi quirk se manifestó. Una particularidad sorprendentemente peligrosa que no supe controlar. Hice daño. Lastimé a quienes me habían brindado su confianza.

【Inverted】- PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora