Prólogo

1.9K 182 34
                                    


Parpadeé, abatida. Mis manos estaban atadas juntas en mi espalda, haciendo que mi espalda se curvara de una manera incómoda, mis tobillos atados con fuerza por delante de mí. Una mordaza cubría mi boca, impidiéndome hablar o gritar. Mis ojos ardían por lo resecos que se sentían de tanto llorar. Mi cuerpo estaba adolorido de horas, días, de haber estado durmiendo sobre el suelo, sin un verdadero descanso, con los músculos agarrotados por las incómodas posiciones que debía adoptar cada cierto tiempo.

Sin embargo, sabía, en el fondo de mi corazón, que estaba perdida, y que no había oportunidad para mí. Al menos, no teniendo en cuenta las condiciones actuales en las que se encontraba mi secuestro.

Mirando alrededor, vi el mismo lugar de siempre. Sucio, el piso de cemento en bruto manchado, las paredes de madera se veían hoscas, debido al tono gastado y mohoso que tenían. Un foco luminoso colgaba del techo para alumbrar a duras penas la habitación sin ventanas. Había una única puerta destartalada que se le estaba saliendo la pintura blanca, la cual siempre estaba cerrada.

No podía saber si era de día o noche debido a la falta de ventanas, pero sabía que había estado el tiempo suficiente aquí como para sentirme enferma, con la garganta seca y rasposa, irritada por la absurda cantidad de falta de agua. Mi adolorido estómago rugía de hambre, mi cabeza pulsaba con dolor, por la cantidad de gritos, llantos y la misma falta de alimentación. Mi ropa, o lo que tenía de ella, estaba sucia y rota, estaba descalza y sin calcetines, mis pies fríos como un cubo de hielo. Mi pelo sucio caía alrededor de mi rostro reseco, que podía sentir la tirantez en cada movimiento facial que hacía.

No se sentía ningún ruido fuera de lo normal, por lo que supuse que el tipo con el que estaba en este lugar estaba dormido o fuera buscándose algo de comida. El maldito hijo de puta compraba comida rápida y dejaba que viera la comida antes de que él la comiera frente a mí.

Apoyé mi cabeza contra la fría pared y volví a cerrar los ojos, cansada física y emocionalmente. Sentía que ni mi mente ni mi cuerpo estaban en condiciones de aguantar más, llevaba aquí demasiado tiempo como para poder siquiera tener las fuerzas suficientes para lograr aguantar más de un par de días. Diablos, podía sentir mis costillas, mi cuerpo temblaba todo el tiempo, haciendo que estremecimientos recorrieran mi espalda, haciéndome doloroso el simple hecho de respirar. Pero más allá de eso, no tenía ganas de seguir viviendo. No de esta forma.

Por otro lado, ¿estaría bien mi madre, mi padre? ¿Qué demonios había hecho mi hermano cuando fui arrancada a la fuerza de su lado cuando íbamos camino a casa? ¿Qué había hecho mi mejor amiga, el mismo día de su cumpleaños, cuando supo lo ocurrido? ¿Qué pasaba con Michael? ¿Qué se supone que haría con mi vida? Si es que tenía una vida después de esto.
¿Quién era tan enfermo como para secuestrar a alguien y hacerla sufrir de esta manera? Porque, por lo que a mí me constaba, no estaban pidiendo recompensa. Lo hacían por el maldito placer de vernos sufrir. De verme sufrir. De hacerme sufrir por algo que ni siquiera sabía la razón. Jamás había dañado a alguien, nunca me metía en problemas con nadie, ¿quién podría querer hacerme daño cuando jamás lo he hecho yo?

Mi corazón dolía de angustia, sabía que era casi imposible salir de aquí. Y a menos que los secuestradores no pusieran un precio sobre mi cabeza, yo no estaba yendo a ningún lado pronto. Y pensar en eso lo hacía aún peor. No podría volver a ver a mi familia, disfrutar de los pequeños placeres de la vida, como darse una ducha caliente, o comer un helado de chocolate. O simplemente volver a ver la luz del día.

No tener la oportunidad de haber vivido al máximo, me hacía pensar en lo mucho que había estado malgastando mi tiempo en cosas tan banales, como ver televisión, horas y horas de programas basura, en vez de estar por ahí, consiguiendo nuevas experiencias de vida, como viajar por el mundo. Francia, Japón, América del Sur... tantos nuevos lugares, y yo aquí, habiendo perdido esa oportunidad. Aprovechando que era tan joven aún.

Alcé la cabeza con brusquedad cuando sentí los ruidos. Ruidos que se oían como pasos, personas que corrían, gritos. Se sentía como si hubiese un montón de gente allí. Oh, Dios. ¿Y si venían a por mí? ¿Y si ya se habían aburrido de esperar a que mi familia hiciese algo? Dios, estos serían mis últimos minutos de vida, y era la peor forma de morir.

Don't let me FallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora