En medio de la desbordante exuberancia y las cálidas fermentaciones del valle del Var en aquella época del año en que casi podía oírse el palpitante fluir de la savia en los troncos, era imposible que el más volandero amor dejara de volverse apasionado. Los pechos henchidos de vida que allí alentaban se impregnaban del ambiente.
Pasaba julio por encima de sus cabezas y el tiempo termidoriano que le siguió pareció un esfuerzo que hiciera la naturaleza para abatir los bríos de los corazones en la granja de Talbothays.I. El aire de aquel lugar, tan fresco en primavera y a los comienzos del verano, resultaba ya abrumador en aquella calma insoportable. La fuerza calcinante del sol tornaba pardas las zonas altas de los prados, pero todavía se mantenía el abigarrado verdor de las praderas allí donde serpenteaban los arroyos. Y así como Clare se sentía abrumado en lo exterior por la ardorosa atmósfera, se sentía también oprimido interiormente por el hervoroso fervor de la pasión que sentía por la dulce y callada Tess.
Pasadas las lluvias, se habían secado ya mesetas y colinas. Las ruedas del carro de la vaquería, cuando corría de vuelta del mercado, removían la polvorienta superficie de la carretera, dejando tras de sí blancas cintas de polvo, cual si los viajeros hubieran vertido a su paso un reguero de pólvora inflamada. Las vacas saltaban desmandadas por los portones del tinado, enloquecidas por los tábanos; el ganadero Crick permanecía en mangas de camisa desde el lunes al sábado; por más que se abrieran las ventanas no se activaba en lo más mínimo la circulación, y en el jardín de la granja mirlos y zorzales se arrastraban por debajo de la maleza rastrera, más como cuadrúpedos que como seres alados. Por todas partes, en la cocina, en las demás habitaciones, por el suelo, las paredes y el techo y hasta por los cajones de las mesas andaban las moscas, tenaces y pesadas, posándose hasta en las manos mismas de las mozas. Todas las conversaciones versaban sobre la insolación, mientras se resentía la elaboración de manteca y todavía más su conservación.
El ordeño se hacía en los prados, buscando la frescura y comodidad y también con objeto de ahorrarse el trabajo de encerrar a las vacas. Durante el día seguían los animales con toda fidelidad la sombra del árbol más pequeño, según iba dando vueltas a su alrededor, con el giro diurno, y cuando iban las mozas a ordeñarlas apenas si podían estarse
quietas las pobres vacas ante el asedio de las moscas.
Una de aquellas tardes acertaron a encontrarse separadas de las demás, junto a la esquina del seto, cuatro o cinco vacas todavía no ordeñadas, de cuyo número eran Escandalosa y La Vieja, que preferían las manos de Tess a las de todas las demás muchachas. Al dejar ella su taburete luego de ordeñar una vaca, Ángel, que llevaba algún tiempo observándola, le preguntó si se proponía ordeñar a renglón seguido a los animales mencionados. Asintió ella en silencio, y llevando el taburete en una mano y sujetando la colodra contra su cadera, se encaminó al lugar donde estaban las vacas. No tardó en oírse el gorgoteo de la leche de La Vieja al caer en la colodra, y habiéndolo oído Ángel desde el otro lado del seto, dobló también la esquina a fin de proceder al ordeño de cierta vaca díscola que por allí vagaba, pues ya era él tan diestro como el propio señor Crick.
Era costumbre casi general de mozos y mozas hincar la frente al ordeñar en el cuerpo de la vaca y mirar al fondo de la colodra. Mas algunas, principalmente las más jóvenes, no pegaban así la cabeza. Tess Durbeyfield apoyaba ligeramente una de las sienes en el vientre del animal y fijaba sus ojos en la verde lejanía del prado con la plácida actitud de quien se entrega a la meditación. Así estaba ordeñando ahora a La Vieja, y el sol que llegaba por el lado del ordeño le caía de lleno sobre el cuerpo, vestido de rosa, y la blanca gorra de visera, haciendo que su perfil resaltase con toda precisión, cual un camafeo, recortado sobre el fondo oscuro de la vaca.
No sabía Tess que Clare la había seguido y que estaba allí contemplándola a ella mientras ordeñaba a su vaca. Era notable la inmovilidad de la cabeza y las facciones de la muchacha; se hubiera dicho que estaba privada de conocimiento, con los ojos muy abiertos y sin ver. Nada se movía en aquel cuadro, como no fuera el rabo de La Vieja y las sonrosadas manos de Tess, estas últimas con mucha suavidad, como si fueran sólo el ritmo de una pulsación, cual si obedecieran a un impulso reflejo, como un corazón palpitante.
¡Qué adorable le parecía su rostro al joven! Y sin embargo, nada de etéreo había en él, sino que todo era vida verdadera, calor efectivo, realidad corpórea. Y toda esa suma de energías culminaba en la boca de Tess. Ojos tan profundos y expresivos los había visto él alguna vez con cejas igualmente arqueadas, y también había visto barbillas y gargantas no menos perfectas; lo que nunca había visto el joven era una boca como aquélla. Para un joven que sintiese siquiera un poco de fuego en su sangre, aquel respingo del labio superior de Tess tenía que resultar de un enloquecedor hechizo. Nunca viera Ángel labios y dientes de mujer que con tanta persistencia le recordasen aquella metáfora elisabetiana de las rosas llenas de nieve. Con lo enamorado que estaba, podía haberlos encontrado perfectos llevado del entusiasmo. Pero no, no eran perfectos. Y el toque de imperfección en lo casi perfecto era precisamente lo que infundía a aquellos rasgos infinita dulzura, poniéndoles el sello de lo humano.
Tanto había estudiado Ángel las curvas de aquellos labios, que podía reproducirlos mentalmente con toda facilidad. Y al verlos ahora de nuevo, animados de color y de vida, sentía su hechizo con tal fuerza en sus nervios que casi se ponía malo; y efectivamente, quizá por algún misterioso proceso psicológico le acometió al joven un prosaico estornudo.
Entonces fue cuando Tess reparó en que la estaba él mirando, mas no lo demostró con ningún cambio de postura, si bien desapareció la extraña y soñadora serenidad de su actitud. Y aunque quien la hubiera mirado de cerca hubiera podido observar que se acentuaba el rubor de su rostro, apagándose luego en un matiz levísimo, nada dejó traslucir al exterior, aparte eso.
El influjo ejercido en Clare por la joven no fue vano. Prudencias, reflexiones, temores y reservas pasaron a segundo término cual batallón derrotado. Saltó el joven de su asiento, y dejando expuesta su colodra a una coz de la vaca, se lanzó hacia donde le impulsaba su corazón, y arrodillándose junto a Tess, la estrechó en sus brazos.
Tess se quedó sorprendida y se rindió al abrazo con irreflexivo fatalismo. Viendo que era realmente su enamorado quien a ella se dirigía, y no cualquier otro, abrió sus labios y se le abandonó en su alegría momentánea con algo muy parecido a un grito extático.
Estuvo él a punto de besar aquella boca, harto tentadora, mas se contuvo por un sentimiento de tierno escrúpulo.
—¡Perdóneme usted, Tess! —murmuró—. No sé lo que he hecho. ¡No ha sido mi intención tomarme ninguna libertad! ¡Tess del alma, yo la adoro! ¡De verdad!
La Vieja echó a su alrededor una mirada de asombro, y al ver que había casi debajo de ella dos personas, cuando lo corriente es que hubiera una sola, levantó malhumorada una de las patas traseras.
—La Vieja se ha enfadado... ¡Va a tirar la leche! —exclamó Tess, procurando suavemente ponerse a salvo, sin quitar la vista de los movimientos del animal y con el corazón enteramente absorto en la mutua pasión que los embargaba.
Se levantó de su asiento y ambos permanecieron juntos, rodeándole Ángel el cuello con su brazo. Los ojos de Tess, perdidos en la lontananza, empezaron a cuajarse de llanto.
—¿Por qué lloras, amor mío? —le preguntó Ángel.
—No lo sé —balbució ella.
Y al comprender la situación en que se hallaba se sintió muy agitada y trató de apartarse.
—Al fin he revelado mis sentimientos, Tess —dijo él con un suspiro de grata desesperación, que revelaba haber triunfado su corazón sobre su cabeza—. No necesito decirte que te quiero con toda mi alma. No hablemos más de esto por ahora. Veo que te has impresionado mucho.
Te ha cogido de sorpresa, lo mismo que a mí. No creas que al proceder con ese aturdimiento quise aprovecharme de tu desamparo; que he sido demasiado rápido y sin pensarlo. ¿Verdad que no lo crees así?
—No, ¿cómo voy a creerlo?
Ya la había él soltado y a los dos minutos ya estaban ambos de nuevo ocupándose en sus tareas. Nadie había presenciado aquella fusión de los dos en uno, y cuando al poco rato pasó el ganadero por aquel oculto rincón nada hubiera podido revelarle que aquellos dos seres, tan separados el uno del otro, se hallaban unidos por otra cosa que por una simple amistad. Pero desde que Crick los viera la última vez había sucedido un episodio que cambiaba para ambos jóvenes la faz del mundo y que de haberlo sabido el ganadero le hubiera merecido un juicio despectivo, a fuer de hombre práctico, aunque se fundaba en una tendencia más irresistible que todo ese cúmulo de cosas que se ha dado en llamar prácticas. Se había descorrido un velo, abriendo para ambos jóvenes un nuevo horizonte. Para mucho o para poco tiempo.
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Tess, La De Los D'Urberville
RomantikLa novela se ambienta en el empobrecido y rural Wessex durante la Depresión prolongada. Tess es la hija mayor de John y Joan Durbeyfield, campesinos rurales sin educar. Un día, Parson Tringham informa a John que él tiene sangre noble. Tringham ha de...