Cada aldea tiene su idiosincrasia, su temple especial y a menudo hasta su código de moral propio. La índole casquivana de algunas de las jóvenes de Trantridge y sus contornos era notoria y tal vez sintomática del espíritu selecto que gobernaba Los Escarpes. Otro defecto aún más inveterado tenia también el lugar, y era que en él se bebía de firme. La conversación corriente en las granjas de los alrededores solía versar sobre la inutilidad del ahorro; y aquellos matemáticos de blusón, apoyados en sus estevas o azadones, se enredaban en cálculos complicadísimos para demostrar que la beneficencia parroquial constituía para la vejez del hombre una ayuda más completa que la que pudiera representar el ahorrar de sus jornales toda una vida. El mayor placer de aquellos filósofos se cifraba en ir todos los sábados por la noche, luego que daban de mano al trabajo, a Chase-borough, ciudad mercantil ya en decadencia, situada a cuatro o cinco kilómetros de distancia, de donde volvían en las primeras horas de la mañana siguiente para pasarse el domingo durmiendo los efectos dispépticos de las peregrinas pócimas que con nombre de cerveza les servían los monopolizadores de las en otro tiempo ventas independientes.
Tardó Tess mucho tiempo en unirse a aquellas peregrinaciones semanales. Pero al cabo, cediendo a las instancias de respetables matronas no mucho mayores que ella, aunque ya casadas —porque ganando allí los gañanes el mismo jornal a los veintiuno que a los cuarenta años, se casaban jóvenes—, consintió al fin en ir. En su primera excursión se divirtió la joven más de lo que esperaba, contagiada de la alegría de los demás, que formaba tan vivo contraste con la monótona tarea que diariamente realizaba en el gallinero. Por lo que la repitió una y otra vez. Como la joven era interesante y agraciada, hallándose además en el momentáneo umbral de la feminidad, su paso por las calles de Chaseborough atraía algunas furtivas miradas varoniles, por lo cual, aunque iba sola algunas veces al pueblo, buscaba siempre al anochecer la compañía de sus amigas para volver a casa más segura.
Así transcurrieron un mes o dos, hasta que llegó un sábado de septiembre, en el que coincidían una feria y un mercado. Con este doble motivo, los peregrinos de Trantridge se las prometían doblemente felices en las tabernas. Tess estuvo muy atareada todo aquel día, llegando al pueblo mucho después que sus compañeras. Era una hermosa tarde de septiembre, a esa hora del crepúsculo en que las amarillentas luces luchan con las sombras azules en líneas finas como cabellos y la atmósfera misma forma perspectivas sin necesidad de objetos más sólidos, si se exceptúan las miríadas de alados insectos que en ella danzan. Por entre esta bruma del atardecer hizo Tess el camino.
Cuando llegó la joven al pueblo ya era de noche, y sólo entonces advirtió la coincidencia del mercado con la feria. No tardó en hacer sus compras, y luego, como de costumbre, procedió a buscar a sus amistades de Trantridge.
No las encontró al principio, enterándose luego de que casi todos ellos habían ido a un baile particular que se celebraba en casa de un tratante en forraje que tenía relaciones mercantiles con Los Escarpes. Vivía el tal en un barrio apartado del pueblo, y al dirigirse a dicho punto la joven, se dio de manos a boca con Alec d'Urberville, que estaba parado en una esquina.
—¿Cómo es eso, preciosa? ¡Usted por aquí tan tarde! —exclamó.
Ella le contestó que iba en busca de compañía para volver a casa.
—Bueno, pues hasta luego —respondió el joven, por encima del hombro de ella, mientras Tess se dirigía a la callejuela inmediata.
Al llegar cerca del lugar del baile pudo ya oír ella las notas de un violín, notando con extrañeza que no se oía el menor ruido de danza, cosa excepcional en tales holgorios en que, por lo general, ahoga el pateo a la música. Se hallaba abierta la puerta de entrada, dejando ver el fondo de la casa y el jardín, en cuanto lo consentían las sombras de la noche. Llamó Tess, y como no acudiera nadie a su llamada, atravesó la casa y siguió adelante hasta el pabellón trasero donde sonaba el violín.
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Tess, La De Los D'Urberville
RomansaLa novela se ambienta en el empobrecido y rural Wessex durante la Depresión prolongada. Tess es la hija mayor de John y Joan Durbeyfield, campesinos rurales sin educar. Un día, Parson Tringham informa a John que él tiene sangre noble. Tringham ha de...