Capitulo LIV

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Un cuarto de hora más tarde salía Ángel de casa de sus padres, seguido hasta volver la esquina por la amorosa mirada de su madre. No había querido el joven servirse de la caduca yegua del pastor, en atención a la falta que a éste le hacía. Así que fue a la posada y alquiló un tílburi, aguardando con impaciencia a que acabaran de enganchárselo. A los pocos minutos salía del pueblo, remontando la cuesta por la que tres o cuatro meses antes bajara Tess llena de esperanzas, para volver a subirla luego con sus ilusiones marchitas.

Pronto vio extenderse ante sus ojos la calzada de Benvill con sus setos y sus árboles cuajados de brotes púrpura, pero el joven iba harto embebecido en sus pensamientos, y sólo veía del terreno circundante el trecho suficiente para no errar el camino. A la media hora de marcha había costeado por el sur las tierras de King's Hintock y llegado al punto en que se alzaba aquella solitaria piedra de Cross-in-Hand, el malhadado monolito sobre el cual Tess, a instancias de Alec d'Urberville, prestara aquel día el extraño juramento de no hacer nada por seducirle.

Las pálidas y ajadas ortigas del año anterior se veían desmedradas en las laderas del camino, y nuevos retoños brotaban de sus raíces en la incipiente primavera.

Siguió Ángel orillando la meseta que domina el resto de las tierras de Hintock, y torciendo a la izquierda, se internó en la aridez calcárea de Flintcomb-Ash, en dirección al lugar donde Tess fechara una de sus cartas y donde pensaba él que se encontraría a la sazón, a juzgar por la carta de su madre. Ni que decir tiene que no la encontró allí, subiendo de punto la contrariedad del joven al ver que ni en todo aquel caserío ni en la granja misma conocía nadie a la señora Clare, aunque sí recordaban perfectamente a Tess por su nombre de pila. Era evidente que desde su separación había renunciado aquélla a usar el nombre de su marido, detalle que indicaba la dignidad de carácter de la joven, no menos que aquel otro de haber preferido ponerse a trabajar en una labor ruda antes que recurrir a su suegro en demanda de ayuda.

Le dijeron allí a Ángel que Tess, aunque nada dejara dicho, se había trasladado desde aquel sitio a casa de sus padres, al otro lado del valle de Blackmoor, siendo por tanto en dicho punto donde debía buscarla. Su madre le había dicho que no estaba con ella Tess, pero las reticencias tan extrañas de su misiva indujeron a Clare a dirigirse a Marlott para salir de dudas de una vez. El hacendado, tan rudo con Tess, estuvo amable con Ángel y le proporcionó un cochecillo y un hombre para que lo llevara a Marlott, visto que el joven había tenido que devolver su tílburi a Emminster, por haber caducado el tiempo de su alquiler.

No quiso Clare utilizar el coche del hacendado más que hasta la entrada del valle de Blackmoor y, devolviéndoselo con el hombre que le sirviera de guía, se hospedó en una posada, y a la mañana siguiente se dispuso a recorrer a pie la región en que estaba enclavado el pueblo natal de su mujer. No iba lo bastante avanzado el año para que se pudieran apreciar los colores de sus huertas y arboledas; la llamada primavera no era más que un invierno cubierto de leve ropaje de verdor, resultando muy a tono con el estado de ánimo del viajero.

La casa en que Tess naciera y se criara estaba habitada a la sazón por otra familia extraña en ella. Los nuevos inquilinos se hallaban en aquel momento en el huerto, tan entretenidos en sus quehaceres como si la casa nunca hubiera estado unida a las historias de otros, a cuyo lado las historias de éstos no eran más que «un cuento contado por un idiota». Paseaban por las sendas del huerto, absortos en sus propias intenciones, sin sospechar que a sus espaldas se alzaban espectros. Y hasta los pájaros de la flamante primavera cantaban por encima de sus cabezas, cual si a nadie echaran de menos.

Preguntándoles a los nuevos moradores de la finca, que ignoraban hasta el nombre de sus antecesores, sacó Ángel en claro que había muerto John Durbeyfield, y que su viuda e hijos habían tenido que irse de Marlott, diciendo que se mudaban a Kingsbere; sólo que en vez de eso, se habían ido a vivir a otro lugar que le indicaron. Entonces Ángel, lleno de odio contra la casa por no estar allí Tess, se alejó del aborrecible espectáculo sin volver ni una sola vez siquiera la cabeza.

Tess, La De Los D'UrbervilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora