Cuentos infantiles

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Esa noche me costó dormir. Tuve un par de sueños extraños. Soñaba con esa niña pequeña que escribía un diario porque estaba muy sola. La veía llorar, escondida y tapándose la boca para no hacer ruido y no llamar la atención. Era horrible la sensación. Quería llorar yo también. Lloraba en sueños, sintiendo su miedo sin poder consolarla. Quería abrazarla y llevarmela de allí. Solo era una niña pequeña. Me daba igual que de mayor se convirtiera en la Reina Malvada, nadie se merecía algo así.

Cuando era pequeña, en la cama, a veces pensaba en empapar la almohada de lágrimas silenciosas. Es fácil llorar por la noche, porque todos duermen y piensas en lo poco que te ven estando despierto. Llega un momento en el que dejan de caer las lágrimas y te quedas en silencio. Ningún niño merece sentir algo parecido.

Tal vez por eso quería que lo leyera. Quería que supiera que fue duro, que yo no era la única con una historia triste. Antes de irme a trabajar decidí leer un poco más.

"A veces, cuando me abraza delante de sus amigos, recuerdo que no tiene corazón, y sé que no es culpa suya ser como es. Siento que le falta algo, algo que pueda hacer de puente entre las dos. Lo guardó en una caja hace ya mucho tiempo. A veces me pregunto como sería abrazarla con el corazón en su sitio. Nunca dejaré que algo así me pase a mí."

Por alguna razón sus líneas me destrozaban el alma. Acabó convirtiéndose en lo que más temía, igual que yo. Abandoné a mi hijo como me abandonaron a mí. No éramos tan distintas.

Sentía curiosidad por saber cómo acabó convirtiéndose en la Reina Malvada. Quien escribe un cuento o explica una historia la manipula, pero un diario es distinto. Es instantáneo. Es la realidad sensible y emocional de una niña perdida.

Me llevé el libro al trabajo y lo hojeé a ratos. De pronto llegué a su adolescencia. Se había saltado un par de años. Explicaba que su madre encontró el diario. Le pegó con el libro y lo guardó bajo llave. Me temblaron los brazos al sostenerlo. Imaginaba la escena. Imaginaba los golpes, seguro que no serían demasiados, los suficientes para asustarla y hacerla llorar. Era su madre. La hizo avergonzarse de si misma hasta arrebatarle todo lo que la hacía ser quien era.

"Hoy el rey ha venido a vernos. Mi madre me ha hecho arrodillarme. Luego él ha sacado un anillo y ha dicho que quería que yo fuera su esposa. He vuelto a quedarme de piedra. Ni siquiera me lo decía a mí. Mi madre respondió por mí. Miré a mi padre. ¿Por qué me dejaste, papá? Eras tan débil como yo, y tan viejo como él. No podría pedirte más. ¿Sería el rey también amable y bondadoso?"

Dejé el libro sobre la mesa y me aparté de ella. Sentía náuseas. Era él. Ella no quería casarse y él la obligó. La obligaron a ser una niña novia. Fue mi abuelo. La obligaron. No quería leer eso. Odiaba a Regina por habermelo enviado. Si lo que quería era que me odiara a mí misma y a mi familia, lo había conseguido. Estaba consiguiendo que me sintiera tan sola como ella. No, era una trampa. Quería que me distanciara de ellos.

-Regina está aquí.- Dijo mi padre.

-¿Qué?- Salí de mi trance.

-Está en la sala de espera, quiere hablar contigo.-

Guardé el libro en el cajón y lo cerré con llave. Tragué saliva y salí por la puerta. No quería hablar con ella. No quería hablar de ello. Estaba de espaldas, con un traje gris y una camisa negra. Siempre llevaba tacones. Leí que su madre la obligaba a practicar desde pequeña. Sacudí la cabeza.

-Oh, señorita Swan...ya era hora...- Se giró hacia mí.

-Sé por qué has venido, Regina. Y no, no hay nada de qué hablar.- Dije.

-¿Cómo?- Alzó una ceja, desconcertada.

-No voy a hacerte perder el tiempo. No puedo darte lo que quieres.-

Querido DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora