"Adiós" *último capítulo*

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(Último capítulo, están mal colocados!!!)
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-No voy a dejarte aquí...- Aseguré. -¿Me oyes? No pienso dejar que te vayas así...-

La manzana estaba completamente negra, poco a poco se despedazaba y el polvo volaba. El Lago Nostos había desaparecido. Ojalá pudiera llenarlo con todas mis lágrimas y devolverle la vida.

La nieve no era lo suficientemente pura para traerla de vuelta, un beso de Henry no funcionaría porque el hechizo era distinto, y yo no podía respirar. Las lágrimas bañaban mi cara y el frío se pegaba a ellas. Sabían a mar, eran dolorosamente saladas. No podía traerla de vuelta, y no tenía ningún sentido que yo fuera la Salvadora si nunca había sido capaz de sacrificarme por alguien como Regina hizo por mí. Por primera vez en mi vida deseaba sacrificarme por alguien, simplemente por saber que estará bien...y no había forma de hacerlo.

Parecía que cada vez más ramas la rodearan. Pronto desaparecería para siempre, y yo volvería al mundo real, donde el tiempo seguiría pasando. Sola.

Aparté algunos mechones de pelo de su cara. No se merecía irse sola. Y yo no podía acompañarla. Pero siempre la acompañaría, y ella me acompañaría a mí, porque gracias a ella latía mi corazón. Pero no podría separarme de ella sin despedirme como se merecía. Por eso cerré los ojos al sentir las lágrimas caer, no podía ser fuerte sin ella, y dejé un suave beso en sus delicados labios.

Apenas la rocé, y eso provocó que el vacío que sabía que sentiría al separarme inundara mi rostro. Necesitaba asegurarme de que recibía mi promesa, de modo que apreté mis labios contra los suyos e imaginé cómo podría haber sido nuestra vida a los sesenta años si nada de esto hubiera pasado. Le prometí que nunca lo olvidaría. Me separé de ella.

Rompí a llorar, incapaz de dominar mi respiración, y el sollozo ganó la batalla.

Nunca estuve sola. Pero hay cosas que no se entienden hasta llegar al final del libro. Y entonces ya es demasiado tarde.

Sus labios se separaron ligeramente. Estaban rociados por el dolor de mis lágrimas. Y de pronto cogió aire, llenó sus pulmones y abrió los ojos. Las raíces y las hojas se deshicieron en la tierra de la que brotaban, y tuvo que coger más aire del que cabía en sus pulmones para ser capaz de recuperar el aliento. Me miró angustiada, porque no le llegaba el aire, y yo aparté las hojas de su pelo para que pudiera moverse. Pareció estar apunto de ahogarse al recuperar el aliento, y su piel recuperó el color acaramelizado. Entonces agarró mis brazos y se incorporó.

Posé mi mano en su espalda cuando comenzó a hiperventilar, todavía quedaban hojas enredadas en su pelo, y su piel estaba manchada por la tierra. El miedo la confundía, o la confusión la aterraba.

-¿Emma...?- Preguntó con la voz temblorosa.

Yo no pude responder. Respiraba. Respiraba a mi lado. Se llevó los dedos a los labios y reconoció el gusto salado de las lágrimas, mis lágrimas. El agua más pura del reino, la que es vertida directamente desde el corazón.

Hay segundos que duran eternamente. Para mí, fueron los cuatro segundos en los que Regina se dio cuenta de que el sabor provenía de mis lágrimas, pegadas a mis labios y dipositadas en los suyos con amor. Y su mirada.

..

Regina

Sus lágrimas acariciaron mis labios y me salvaron. Emma me había salvado. No me odiaba por lo que sentía. No pensaba que fuera un monstruo. Ya no. Todo eso desapareció con su beso. Y echaba de menos sus labios, a pesar de no poder recordar su tacto.

Nunca había tenido la oportunidad de besar a alguien a quien realmente amara.

No lo pensé demasiado antes de hacerlo, porque sentía que había estado esperando este momento toda mi vida. Y era ella. Era Emma. No había duda. La besé.

Y supe que jamás la soltaría. Las luces del coche policía me hicieron abrir los ojos. David y Blanca estaban esposados en su interior, mirándonos por la ventana. Él gritaba algo, no pude escucharlo. No me importaba. Emma los vio a ambos, y luego me miró a mí. Yo intenté fingir que todo iba bien, pero enseguida me di cuenta de que no hacía falta. Emma estaba conmigo, no con ellos. Y siempre lo estuvo.

Recuperamos las páginas del diario poco después. Emma volvió a disculparse por todo, por las cosas que leyó, por sus padres, por todo... Pero todavía no sabía cómo había llegado hasta ella. Yo si lo sabía. Llegó por la misma razón por la que el libro de cuentos apareció en el armario de Blanca; porque algunas historias necesitan ser contadas, piden a gritos que alguien las lea, porque necesitan un héroe.

Y, ahora que había compartido con alguien esa historia tan oscura, me había librerado de un peso enorme y por fin podía comenzar una nueva. Y entonces lo entendí, entendí la razón por la que ese diario volvía a mí una y otra vez, por mucho que lo quemara o lo perdiera. Esa historia formaba parte de mí, me gustara o no. Y durante demasiado tiempo dejé que dictaminara mi presente y mi futuro. Ahora ya no. Ahora ya no permitiría que me definiera el horror que narraban sus páginas. Por fin podía dejarlo todo atrás.

Lo dejé en la chimenea, sobre las brasas ardientes, y poco a poco vi como ardía. Emma se quedó a mi lado, sin saber qué hacer para hacerme sentir mejor. No necesitaba que hiciera nada. El fuego se comió las páginas, y nunca más volví a ver ese libro.

Empecé otro diario. Empecé un diario que reflejaría la versión más auténtica de mí misma que jamás hubiese existido. Fue el diario que narró la historia de mis hijos, de Henry, y de Hope, y de Elisabeth, y de como nunca es demasiado tarde para romper una maldición. Fue el diario en el que hablé de una boda, por fin de una boda en la que yo fui la novia y no una prisionera, en la que pude llevar un vestido blanco sin sentir remordimientos, y limpiar la tarta de la cara de mis niños, y de mi mujer. Y más tarde de la boda de Henry. Y fue el diario que no nació de la soledad, sino del amor, de las lecciones que quería que mis hijos aprendieran. Fue el diario en el que pude por fin mirar atrás sin que doliera, para ver lo lejos que había llegado, y aprender cuales son las cosas realmente importantes de la vida.

Esos trozos de papel recogieron mis más felices años, mi familia y mis amigos, y tantos y tantos cumpleaños... Y llegó un momento en el que me di cuenta de que las páginas se acababan, y pronto mi vida no sería más que una historia que mis hijos explicarian a los hijos de sus hijos. Pero esta si, esta era la historia por la que quería ser recordada.













Fin😘

Querido DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora