A medianoche

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Regina

Sentí frío en el brazo, y de pronto presión contra mi boca. ¿Cómo habían entrado? Me tapaban la boca, para que no gritara, pero no lo hubiese hecho de todos modos, pues eso habría alertado a Henry, y seguro que hubiese venido corriendo. El brazalete en mi muñeca, no podía utilizar mi magia.

-Hemos venido a terminar el trabajo.- Dijo uno de ellos.

Madre mía, ¿cuantos había? ¿Tres? Puso sus manos sobre mi cuello, y apretó con fuerza. Intenté apartarlo, sin éxito. Me mareaba, intenté quitarme sus manos del cuello. Arañé mi piel, necesitaba aire. No quería morir. Antes quise, hace mucho tiempo, y no lo hice. No, no podía morir ahora.

-¡Mamá!- Escuché a Henry gritar.

No por favor. Otro hombre sujetaba a mi hijo, se retorcía. No podía dejar que viera esto. Alargué el brazo, agarré el despertador, y le aticé en la cabeza con todas mis fuerzas. Me ahogaba, y pude coger aire, pero ese hombre tiraba de Henry y él me llamaba.

-Henry...- Apenas tenía voz o fuerzas, pero tiró de él hacia fuera y yo me levanté de la cama, salté y corrí tambaleandome tras ellos. Lo empujaba hacia las escaleras, grité lo más alto que pude. -¡Henry, la barandilla!-

Henry se agarró con una mano a uno de los barrotes, y cuando el hombre envistió contra la barandilla, esta cedió y se precipitó al piso de abajo con un gran estruendo. Grité de terror. Mi niño colgaba de una barra a punto de romperse. Agarré su bracito y el barrote se rompió. Sentí su peso, tirando de mi brazo y de mi cuerpo entero, y abajo ese hombre, un trozo de madera atravesaba su pecho.

-¡Mamá!- Se agarró a mi brazo con desesperación.

No pude retener las lágrimas para tranquilizarle, no me llegaba la sangre al corazón. Grité su nombre una y otra vez, inconscientemente. Colgaba de mí. No podía dejarlo caer. Me asomé demasiado, porque no tenía nada que perder, una vida sin él simplemente no valía nada para mí. Lo agarré por la cintura y tiré de él hacía atrás con fuerza, demasiado impulso, y caímos hacia atrás. Continuaba aferrado a mí con fuerza. Dios santo, juro que todo lo demás desapareció...

Me agarraron del pelo y tiraron de mí. Le grité a Henry que se encerrara en el baño, intentando soltar la mano de mi pelo. El otro cerró la puerta, se quedó fuera con él. Grité. No podía permitir que le hicieran daño. Esuché sus zancadas al correr, las de Henry, tan características. Me daba igual lo que pudieran hacerme, pero él no tenía la culpa.

Me retorcí, y me lanzaron al suelo. Sacó una navaja afilada y se puso sobre mí. Necesitaba ponerle a salvo.

-¡Henry, corre!- Colocó la navaja sobre mi cuello y la mano sobre mi boca. Me tragué el miedo, literalmente me lo tragué. Me dolió al tragar, tanto gritar y tanto estrangularme. No había nacido para que la gente me hiciera esto. No, mi hijo me necesitaba.

De un rodillazo lo dejé estéril de por vida. ¿Creía deveras que esta era la primera vez que tenía que deshacerme de un hombre más grande y más fuerte que yo? Agarré su muñeca y se la retorcí, ni siquiera pudo gritar, no tuvo huevos. Se resistió a soltar el arma, forcejeamos. No podía perder el tiempo con él, se la clavé en el pecho. Debería haberlo desarmado y maniatado, pero Henry corría peligro. Lo maté, si. Lo maté.

-¡Henry!- Salí al pasillo, desesperada porque no oía sus pasos. Corrí a asomarme a cada habitación. -Henry...- Estaba en la habitación de invitados, debajo de la cama. No lo pensé dos veces antes de ir a por él. Él negó con la cabeza, intentando evitarlo. Cogí su mano, necesitaba sacarlo de allí. Algo tiró de él hacia el otro lado. Intentó agarrarse a mi brazo, arrancó el brazalete. -¡Henry!-

Pataleaba. El hombre lo levantó del suelo y yo retrocedí, presa del miedo. Sujetó el filo de una navaja cerca de su cara, Henry cerró los ojos con fuerza y dejó de moverse.

-Nos dieron permiso para hacerle daño al pequeño si hacía falta...y lo haré si es necesario...- Aseguró.

El suelo temblaba. Apreté los puños tan fuerte como pude, las manos y el cuello ligeramente salpicados por alguna gota de sangre del hombre que acababa de matar. Clavé las uñas en las palmas de mis manos, y entonces se quedó mirando mi muñeca, libre de brazalete canalizador de magia, y supo que estaba muerto. Lo lancé hacia atrás, rompió el cristal y cayó por la ventana. Yo corrí hacia Henry y lo abracé, impidiendo que viera la caída. Miré abajo. Era de noche, y estaba oscuro. No podía cerrar los ojos ante tanto horror. Había matado a dos hombres, y todavía no había salido el Sol. Estaba oscuro. Me doy miedo a mí misma cuando está oscuro. Pero Henry se aferraba con fuerza a mí. Él era toda la luz que yo necesitaba.

-Tranquilo...- Susurré a su pelo, aún temblando. -Ya está, ya está...-

Casi cae, pero conseguí sujetarle. Lo amenazaon con un arma...y maté a dos hombres. Jamás podría perdonarme algo así. Su vida corrió peligro por mi culpa. Pero ya estaba bien, ya estaba bien gracias a dios y...todas mis fuerzas desaparecieron.

Le froté la espalda con mi mano, intentando tranquilizarlo y a la vez convencerme a mí misma de que estaba bien, y entonces sentí su corazón, acelerado. Era el mismo calor que sentía cada vez que le tenía en mis brazos, y era fuerte de un modo distinto.

Fuimos a su habitación, la única que no estaba destrozada o con un cadáver por el suelo. Cerramos la puerta y nos sentamos con la espalda bien pegada a la pared. No vendrían más, estaba segura, pero por si acaso... Yo le arropé con mi brazo, y él se apoyó en mi hombro.

-Lo siento...- Dejé ir, con la mirada clavada en la puerta.

-Me has salvado, mamá...- Respondió con la voz temblorosa.

-No tendrías que haber estado aquí, no tendrías que haberlo visto...-

-Te quiero...-

-Yo también te quiero, Henry.- Cogí aire, no podía apartar la mirada de la puerta o rompería a llorar, y tenía que ser fuerte por él. -Más de lo que nunca sabrás...-

-Lo sé muy bien.- Se estremeció. -¿Llamamos a Emma?-

-Si...la llamamos...-




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