Un pedacito de hielo

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No sabía muy bien qué estaba haciendo y, francamente, creo que Regina tampoco. Me planté en la puerta de su casa. Era de noche. Ni siquiera me lo pensé antes de decirle que si, pero, ¿ahora qué? Sería muy incómodo llamar a su puerta. ¿Podría mirarla a los ojos?

Abrió la puerta. La miré a los ojos. Eso fue todo, los nervios se esfumaron, pude soltar el aire, relajé mis pulmones y pasé adentro.

-Siento haberte hecho venir a estas horas...- Se disculpó. -Es que Herny se ha quedado a dormir con un amigo, y yo... Quería darte las gracias...-

Me encogí de hombros y sacudí la cabeza. -No hace falta. Ellos deberían darme las gracias, porque lo que tuve ganas de hacerles...-

Creí dilucidar una pequeña sonrisa en sus labios, como una estrella fugaz que desapareció antes de poder estar segura de que fuera real.  -No digas eso, son tus padres...-

-¿Y qué?- La acompañé a la cocina. -Eso no significa que puedan hacer cosas así e irse de rositas.-

-No, pero son tus padres, y te quieren...te quieren a su modo, no conocen otra forma de hacerlo...- Aseguró.

Me di cuenta de que no hablaba solo de mí. Así describía a su madre en su diario. -Es que...no quiero volver a verlos...-

-¿Sabes quien no va a volver a ver a sus padres, Emma? Yo.- Frunció el ceño y bajó la mirada. -Te pasas la vida deseando que se vayan, y un día se van...-

No supe qué responder.

-Tienes que hablar con ellos, Emma. Puede que no hoy y puede que no mañana, pero la semana que viene tal vez... Tenéis que hacer las paces porque sino...sino nunca te lo perdonarás...-

Regina me pasó la taza de café, y yo la cogí sin dejar de mirarla a los ojos. -Eres buena.-

-¿Cómo?-

-Eres buena. No como mis padres, que parece que sean los buenos del libro. Eres buena...- Expliqué. -¿Qué pasó?-

Sentía que, tal vez, si ella me lo explicaba, no habría estado mal que yo lo leyera.

-¿Por qué quieres saberlo?-

-Tenemos un hijo juntas, Regina... Nunca voy a estar tan unida a otra persona, y tú tampoco, nos guste o no. Tal vez deberíamos intentar ser...no sé, amigas...-

Ella bajó la mirada y sacudió la cabeza, suspirando, intentando convencerse a si misma de algo. Ella no creía que debíeramos ser amigas, ni que estuviéramos en absoluto unidas.

-¿Por qué me has pedido que viniera?- Pregunté. -¿Por qué no podemos ser amigas?-

-Porque, Emma, eso no es posible...- Levantó la mirada, afligida, pero resistente. -No funciona así...-

-¿Por qué?- Insistí. -¿Por qué me has pedido que viniera?-

-Porqué no tengo nadie más con quien hablar...y tú tampoco...- Confesó, apartando la mirada. -Necesitabas que alguien te dijera que tienes que hacer las paces con tus padres...-

-Está bien. Entonces tú también necesitas que alguien te diga algo. ¿Qué puede ser?-

-No lo sé...- Negó con la cabeza.

-Prueba a explicarme qué te pasó...- Sugerí.

-No lo sé... No lo sé, Emma...- Cogió aire y sus pulmones se incharon lentamente, sin despegar la mirada de la mesa. -Es como si un día me hubiese quedado dormida y...al despertar todo era oscuro...-

-Eso es un principio...-

-Me quedé dormida al volante, y al despertar había causado un accidenté...-

-¿Cuando te despertaste?-

-Henry me despertó...- Sorbió disimuladamente. -Por eso no puedo perderlo, no puedo volver a quedarme dormida...-

-No volverá a pasar.-

-¿Cómo estás tan segura?-

-Porqué siempre sé cuando la gente me dice la verdad, es mi superpoder.-

-Vamos, Emma, no me hagas reír...-

-Está bien, puede que mi superpoder no sea perfecto, pero sí contigo, Regina. Siempre sé cuando dices la verdad...-

A veces no hacen falta palabras para entender todo lo que una persona tiene que decir. Esta era una de esas veces. El tiempo se detuvo, ya no fruncía el ceño para retener las lágrimas, ni apretaba los dientes para no romper a llorar. Y recordé su imagen, en el suelo, con el rostro empapado de lágrimas. Me rompió el corazón, y no podía entender cómo alguien podría hacerle daño, no digamos alguien tan afortunado como para ser su madre o estar casado con ella. Deberían haberla tratado como a una reina aunque solo fuera una vez en su vida.

Vi las marcas en su cuello. Volví a la realidad. -¿Te hicieron mucho daño?-

-No...- Se llevó la mano al cuello, como si no resultara obvio que quisiera taparse las marcas. -Solo un par de moratones por ahí y por allá...-

-Lo siento mucho.- Me bebí de un trago lo que quedaba del café. -Solo quería que supieras que a mí me da igual que ellos crean que te mereces a Henry o no, eres su madre y él te quiere y te necesita más que a ninguna otra persona, y eso es lo único que importa.-

Se secó una lágrima, pero no lo suficientemente rápido para que yo no la viera. Me dio las gracias por haber ido, y me acompañó a la puerta. Se despidió desde la puerta y yo me marché, por el mismo camino que había recorrido la noche que mi vida cambió, la noche que los conocí. Miré atrás, igual que aquella noche, pero la puerta ya estaba cerrada, igual que aquella noche.

Al volver me fui directa a la cama. Me tumbé, y miré el techo durante casi una hora. Pensaba en lo que yo lo había dicho, que lo único que importaba era que Henry la quería, y en lo que ella me había dicho a mí, que tenía que arreglar las cosas con mis padres. Me preguntaba si ella también estaría despierta, pensando en estas cosas, pensando en mí. Pero el techo estaba blanco, no cambiaba por mucho que yo lo mirara y pensara cosas, al igual que leer el diario de Regina y pensar en consolarla no iba a cambiar nada. Me estaba obsesionando con el tema, me estaba obsesionando con ella.

Era la chica del diario, la misma que me había mantenido despierta durante noches entera, con su hermosa caligrafía y sus desgarradoras historias. Escribía muy bien, sobretodo considerando que en el Bosque Encantado los libros y las escuelas escaseaban. Tenía un don natural para poner en palabras sus sentimientos, te hacía sentir con cada fibra del cuerpo cada una de sus palabras. Me gustaba que me hiciera sentir cosas, que me hiciera sentir en contacto con algo, con alguien...porque a pesar de estar rodeada de gente, yo me sentía completamente sola y aislada.

Me desperté por culpa de los rayos de Sol que entraban por la ventana. Olvidé echar las cortinas. A mi lado estaba el libro de tapa morada, pidiéndome que lo leyera. Lo hice.

"No sé como ha llegado hasta mí, pero creo que le ha traído el destino. Lo he cogido en brazos, y él dormía. Lo he llevado a casa, ajeno a la oscuridad y al miedo. Le he murmurado una canción de cuna mientras le mecia, y me ha sonreído en sueños. A través de su espalda he sentido los latidos de su corazoncito, y de pronto me he echado a llorar. Creo que con su calorcito ha derretido la capa de hielo que cubría mi corazón, y por eso me caían las lágrimas. Se me ha acelerado el corazón, pero le he mirado de nuevo, dormidito entre mis brazos, y él se ha convertido en mi corazón. El resto del mundo simplemente ha dejado de existir. Mi pequeño príncipe, la única luz que emana de mi corazón."

Pensé en cuando renuncié a él. Se llevó un pedazo de mi corazón con él, y él llenó el vacío en el corazón de Regina. No era cierto que yo no fuera un personaje importante, solo por esto merecía la pena. Merecía la pena todo.

Pensaba en Henry. Pensaba en lo afortunado que había sido. Imaginaba crecer en un amor tan puro y tan fuerte. Regina le había querido desde el primer momento en que le vio, y nunca dejaría de hacerlo. Supongo que eso me derritió un pedacito de corazón, porque sentí las lágrimas desbordarse.






















Querido DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora