Debía de ser la una de la madrugada, quizá un poco más tarde. Todavía le temblaban las manos al coger el vaso y llevárselo a los labios. Ni siquiera se me pasó por la cabeza volver a casa, no podía dejarla sola. Hacía rato que ninguna de las dos decía nada.
-¿Crees que algo hubiera cambiado si yo hubiera recibido esa carta?- Preguntó de repente.
-¿Cómo?-
-Hace años, cuando estaba al borde del precipicio, antes de perderme en la oscuridad... ¿Crees que hubiera cambiado algo si hubiera recibido esa carta? ¿Estaríamos aquí, o en el Bosque Encantado? Serías una princesa, y Henry un caballero. Algún día serías reina, y te hubieran criado tus padres. Yo hubiese huido del reino con mis padres, tal vez nunca hubiese aprendido magia, ni hecho daño a la gente. Yo sería treinta y cuatro años mayor que tú, y seguramente no nos conoceríamos. Hubieseis sido felices...-
Era una pregunta difícil, y ella se me quedó mirando, directamente a los ojos. No podía mentirle a esa mirada. No dije nada, aparté la mirada.
-Ya...-
-No es cierto que hubiésemos sido más felices. Yo seguramente no hubiese nacido, y Henry definitivamente tampoco. Tal vez suene algo egoista, pero un mundo sin Henry no me parece siquiera una posibilidad.-
-Maté a mis padres, Emma...- Confesó. -Tendré que vivir con ello el resto de mi vida...y todo fue en vano...-
Era tarde, y si eso que bebía era lo mismo que me ofreció cuando nos conocimos, no estaba en condiciones de darle demasiadas vueltas al asunto.
-Alguien envió esa carta. Pero hay algo todavía peor, Emma. Alguien envió a un hombre a matarme para que creyera que mi madre me quería muerta, alguien quiso que la matara. Alguien quiso que todo esto pasara...-
-De acuerdo, Regina, es tarde y no es el mejor momento para discutir esto...- Me levanté, cogí el vaso de sus manos y lo dejé sobre la mesa. Ella se me quedó mirando, medio ausente.
-Seguro que fue Rumple...-
-Mañana lo hablaremos, y todo saldrá a la luz.-
-Gracias por haber venido, Emma...- Pronunció con la mirada abatida. -Todavía no puedo creer que lo hayas hecho...-
-Bueno, soy la Salvadora, es mi deber acudir al rescate...-
-No, de eso nada...- Se levantó. -Eres la Salvadora porque salvas a las personas, no las salvas porque eres la Salvadora. No es tu deber.-
-Regina...-
-Emma... Haz las paces con tus padres, no esperes demasiado...- Pasó de largo y subió las escaleras.
Supuse que esa era una invitación para que me fuera. Fui hacia la puerta, pero por el camino vi un libro sobre la mesa, un libro morado con dibujos dorados como el diario que guardaba en el coche. Tal vez tuviera otro diario, tal vez solo era un libro normal y corriente. Me fui. Dormí un par de horas antes de que sonara el despertador, y al despertar vi el diario sobre la mesa. No recordaba haberlo sacado del coche, de hecho lo dejé allí a propósito para no caer en la tentación de leerlo. Lo abrí, pasé las páginas. Necesitaba comprobar algo. Mierda. Hablaba de mí, la última página hablaba de anoche. ¿Cómo podía haber escrito algo anoche? Era el diario, el que vi en su mesa, y luego apareció en la mía. No había sido ella quien lo había hecho aparecer. ¿Qué fue? Hablaba de mí. No quise leer demasiado, solo lo estúpida que se sentía y lo mucho que se odiaba a si misma, y cómo no pudo respirar hasta que cogí su mano. Era lo que necesitaba. No fui tan inútil como pensaba. Cerré el libro. No estaba bien.
Pasé la mayor parte del día en la oficina de correos, preguntando quién había enviado esa carta. No supieron decirme quien la envió, porque no lo hizo en persona. No deberían entregar cartas sin remitente, pero de todos modos lo hicieron. Busqué a la persona que lo entregó, y tras una larga conversación, nada. Le pregunté por qué motivo decidió entregar una carta sin remitente, pensó que podía ser importante. No recordaba haber visto a nadie merodeando, pero claro, ¿cómo iba a fijarse?
No quería volver a casa con las manos vacías, y no quería que Regina me llamara preguntando si sabía algo. No quería defraudarla. Pero lo más probable era que hubiese sido Gold. Ese hombre estaba loco, ya ni hablemos de su pasado en el Bosque Encantado.
Estuve pensando en lo que Regina me había dicho acerca de mis padres. Ella, después de todo por lo que le habían hecho pasar, quería que yo los perdonara por lo que le hicieron el otro día. Ella quería que yo los perdonara. ¿Cómo podía ella perdonarlos y yo no? Cada vez que pensaba en ello, en coger el teléfono y marcar su número, me venía su imagen a la cabeza, no podía levantarse, y había estado llorando. No podía perdonarles, ni siquiera podía dirigirles la palabra. Regina no lo entendería. Resulta fácil perdonar a alguien que te ha hecho daño, fácil comparado con perdonar a alguien que ha hecho daño a alguien que te importa.
Pero, ¿cómo le explicaba eso? ¿Cómo le explicaba que ella me importaba, que me importaban sus sentimientos? Te conozco, te conozco mejor de lo que crees, te conozco demasiado. No puedo perdonarles.
También pensé en sus padres. Aunque la posibilidad de que mis padres murieran repentinamente era mínima, era cierto que algún día dejarían de estar a mi lado. O tal vez sería yo la que abandonara este mundo. ¿Me arrepentiría de no haberlos llamado? ¿Me arrepentiría de no haberla llamado?
Me arrepentiría.
Sostuve el teléfono en la mano, con el número marcado. A estas horas estarían cenando. Henry se iría a dormir pronto, y tal vez entonces podría llamarla. Tenía que explicarle que de momento no teníamos más pistas, y también tenía que confesarle lo de su diario. Lo mejor que podía hacer era ir allí y decírselo en persona, con el diario en mano, para pedirle perdón. Tenía que darle la oportunidad de pegarme con ese diario como su madre hizo con ella, como mi abuelo hizo con ella... Necesitaba darle la oportunidad de dejarlo ir, dejar ir ella rabia y ese dolor, aunque fuera contra mí. Cargar ese peso ella sola acabaría por aplastarla.
Debería ir y contárselo todo. Merecía saber la verdad. Y en lugar de eso me fui a dormir. No podía soportar la idea de hacerlo hoy. Primero había que resolver todo el asunto de la carta. Necesitaba una amiga, y en cuanto se lo contara, dejaríamos de ser amigas.
Me costaba respirar, los músculos no me respondían. Otra pesadilla. Me desperté sintiendo pálpitos en el cuello, se me había disparado el pulso y respiraba con dificultad. La quería, quería a la chica del diario. Quería ayudarla a volver.
Sonaba el teléfono, el ruido se me clavaba en el cerebro.
-¿Si?-
-Emma, ha pasado algo...- La voz de Regina al otro lado del teléfono me confundió.
-¿Qué?- Me destapé y miré el reloj. -Son las cuatro y media de la mañana... ¿Estáis bien?-
-¿Puedes venir..?- Pidió con la voz temblorosa. -Por favor...-