Historias trágicas

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Casi siempre, las personas a las que mejor creemos conocer, son en realidad completos extraños.

Ojalá me hubiera dado cuenta antes, mucho antes. Ojalá hubiera una forma de llegar a conocerme a mí misma. No soy más que una extraña. Toda mi vida he estado viviendo con una extraña, su rostro me resulta familiar, pero desconozco sus ojos. ¿Qué pasa cuando la miro a los ojos? Tal vez sea el espejo, tal vez los espejos contengan propiedades mágicas que nos hacen ver lo que queremos ver. La tengo justo delante de mí, pero no puedo verla.

El dichoso libro. Era un día normal, como todos los días que acaban siendo realmente importantes, y al abrir mi armario encontré un libro. Era un libro con el lomo morado, con dibujos dorados. Parecía antiguo, pero se conservaba en perfectas condiciones. Lo cogí con ambas manos y me lo quedé mirando un rato. Sentía una conexión que no podía explicar. Quería abrirlo, pero una parte de mí no quería decepcionarse otra vez. No hice nada.

Dejé el libro sobre la cama y me fui a trabajar.

Desde que se había roto la maldición todo parecía normal. Antes, el puzle estaba incompleto. Ya no quedaban misterios por resolver, todo tenía una explicación, un motivo... Henry debía de estar más decepcionado que yo. Pensé que sería...no sé, distinto. Mi madre era Blancanieves, pero eso no me convertía en nada. Seguía siendo Emma. ¿Quién era Emma?

La Salvadora. Me llamaban salvadora, cuando lo único que hice fue llorar porque pensaba que había perdido a mi hijo. Era toda una heroína. Ni siquiera había vencido a la villana. Regina seguía en su puesto de alcaldesa, en su mansión, riéndose de nosotros. Nadie quería luchar. Yo en su lugar habría querido arrebatarle todo cuanto era suyo, todo lo había conseguido a su costa. No se merecía nada. Y la veía sentarse junto a Henry en la cafetería. Con él parecía otra persona. Sonreía, sonreía con la mirada. Sus ojos albergaban más vida de la que yo jamás viviré. Yo quería eso. Quería tener las cosas bajo control, quería su seguridad y su estabilidad. Pero no las tenía. No era justo. La gente la veía sonreír, y olvidaban el odio.

Nos trajo de vuelta a Mary Margaret y a mí, y probablemente no debería odiarla tanto. No es que la odiara y deseara que le pasaran cosas malas, sino más bien que no me parecía justo que a ella le fuera tan bien y a mí tan mal. Ya está. Estaba celosa. Celosa de la Reina Malvada. Ella lo había tenido todo, maldita sea, todo. Fue reina, tuvo padres, súbditos...lo echó todo a perder porque por sus venas circula veneno, y de todos modos volvió a salirse con la suya. No le importaba nada ni nadie salvo ella misma. Tal vez yo debería hacer lo mismo y dejar de preocuparme por los demás. ¿Qué clase de Salvadora sería entonces?

La gente no caminaba por las calles. Me daba cuenta cuando la veía a ella. La gente se desplazaba de un lado a otro, habían memorizado cada paso del camino y lo recorrían sin pensar en ello, absortos en sus pequeños mundos interiores. Regina no tenía un pequeño mundo interior en el que refugiarse. Ella caminaba por la calle. Ella notaba el viento en su piel, veía las hojas caer, pensaba en dónde apoyar los pies al andar, observaba a las personas y los coches. Regina no tenía un pequeño mundo interior en el que refugiarse, todo su mundo era su mundo interior, y todo lo que pasaba a su alrededor formaba parte de ella, por eso siempre prestaba atención.

Quería encontrar mi historia. Tal vez ya la estuviera viviendo, escribiendo cada página a cada segundo de cada día que pasa, pero no entendía cual era mi lugar. Hay cosas que no se entienden hasta llegar al final del libro.

Por la noche intenté ver la tele, pero la tormenta había dañado la antena y solo se veían rayas borrosas. Henry estaba con la alcaldesa, de modo que estaba sola. Llevaba semanas viviendo donde la Abuelita. Necesitaba despegarme de mis padres. Ellos eran los perfectos protagonistas. Yo era más bien un personaje secundario. Un personaje secundario de mi propia historia.

Vi el libro sobre la cama sin hacer y, como no tenía nada mejor que hacer, lo abrí. Era viejo, pero me resultaba familiar. Era una sensación parecida a la magia. Leí la dedicatoria:

"A mi madre, Cora,
por haberme perdido en el bosque."

Era Regina. Tenía que ser ella. Ella había escrito este libro. Seguro que con su magia lo había hecho aparecer en mi armario. Ella quería que lo leyera. Tendría algún oscuro y retorcido plan en marcha, pero yo no iba a darle la satisfacción de caer en la trampa. Necesitaba saber de qué iba esto, así que leí un par de líneas más:

"Mi madre siempre me dice que no tenga miedo. Dice que las niñas bonitas no lloran, que las niñas valientes no se esconden, que las niñas obedientes no mienten. A veces lloro, lloro y me entra tanto miedo que tengo que esconderme. Mamá odia que llore casi tanto como que me esconda. Y no le miento, es solo que no puedo hacerlo. Intento hacer lo que me dice, pero no lo consigo. Sé que eso la enfurece, porque cree que no lo estoy intentando lo suficiente. Me grita, y yo me paralizo. Intento no llorar. No quiero que me vea llorar, porque ella quiere que sea valiente, pero no sé qué hacer."

No sabía cual era el propósito de hacerme leer esto, pero de pronto sentía un nudo en el estómago. Quizás quería darme pena. No lo sé. Seguí leyendo:

"Dice que las niñas de mi edad ya no pueden jugar a disfrazarse, que ya soy mayor para eso. Sabe que soy tímida, y siempre que vienen a vernos me hace saludar. Dice cosas de mí y espera que yo me defienda. Solo quiero que pare, porque no puedo responder y hay un extraño delante que, ¿qué debe de pensar de mí? Pero tengo ocho años, y debería saber defenderme. Mamá siempre dice que dejo que las cosas lleguen muy hondo, y que soy muy poquita cosa para tanto corazón. Sé que la enfurece que no me parezca a ella. Ella es fuerte. Yo me escondo para llorar. Me escondo para llorar, así que, como nadie me ve, no hay nadie. No hay nadie, por eso escribo. Ojalá no tuviera que escribir. Me tiemblan las manos a cada palabra. ¿Qué pasaría si mamá encontrara esto? Seguro que me gritaria, y después le arrancaria el corazón a Rocinante para castigarme, como hizo aquella vez que no quise ir con ellos al baile. Dijo que la próxima vez lo mataría. Dijo que dejara de llorar... Te escribo, diario, porque no hay nadie más con quien pueda hablar."

Cerré el libro. ¿Qué diablos estaba leyendo? ¿Eran las confesiones de una niña pequeña? ¿Qué pretendía con todo esto?

Estaba loca. No pensaba leer nada más, con esto tenía más que suficiente.











Buen verano!😍

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