Mis padres trajeron a Henry poco después. Para entonces ya había logrado limpiar el rastro de destrucción que habían dejado mis lágrimas. No pude mirar a mi madre a los ojos. Si esas historias eran ciertas, Regina le había salvado la vida siendo niñas. Que mi madre estuviera viva era la prueba de que había bondad en Regina. Bondad que sepultaron piedra a piedra.
Pensaba en Regina, en la Regina que yo conocía. Era fuerte. No sé en qué sentido, pero era fuerte. Imponía porque estaba segura de lo que hacía, y tenía una percepción de la vida más clara que cualquiera de nosotros. ¿Cómo había sobrevivido a algo así? ¿Cómo había podido recuperarse? Imaginaba al rey. Imaginaba a un hombre de sesenta años, calvo, con las cejas blancas o grises. Imaginaba a una adolescente asustada, el corazón más puro de todo el reino. A partir de ahí, imaginaba atrocidades, que seguro que no eran ni la mitad de horribles que la realidad. Y quería abrazarla. Quería abrazar a Regina. A la que conocía, a la que fuese, cualquier versión de ella. Nadie sabía su historia, es como cuando era pequeña y empezó a escribir un diario porque no tenía nadie más con quien hablar. ¿Por qué me había dado esto a mí?
Henry se sentó en el sofá y topó con el libro. -¿Qué es esto?-
-Perdona, se me ha olvidado guardarlo.- Cogí el libro antes de que pudiera abrirlo. Lo último que quería era que él lo leyera. -¿Qué tal ha ido la cena?-
-Bien...- Suspiró.
-¿Bien?-
-Los abuelos quieren ir de excursión con mis amigos mañana, por mi cumpleaños...- Explicó.
-¿No te apetece?-
Él agachó la mirada y esbozó media sonrisa. -Será raro y... Ya sé que es malvada, pero...-
-¿Te preocupa tu madre?-
-Antes, cuando me lo han propuesto, he recordado mis cumpleaños... Me despertaba el olor a las tortitas, y siempre estaba en la cocina con el delantal que le hice de pequeño... Sé que es una tontería, pero...parecía tan feliz de...poder hacerme tortitas...-
Tuve que apartar la mirada un segundo. Eso era como el sueño de todo niño sin padres. Y dios, me alegraba tanto de que Henry hubiese sido tan afortunado de tenerlo... Regina era la Reina Malvada, pero le quería. Le quería por encima de todas las cosas. Y después de leer ese diario, estoy segura de que Henry había sido lo único bueno en su vida desde...puede que lo único bueno de toda su vida. Y yo había intentado quitárselo, entiendo que reaccionara como lo hizo. Ella también se merecía algo bueno en su vida.
-Se ha hecho tarde, es hora de ir a dormir...- Forcé una sonrisa y besé su frente. -Te prometo que todo irá bien.-
Eso fue todo. Nos fuimos a dormir. Y por la mañana, le desperté temprano y le dije que se vistiera, tenía que llevarle a casa de Regina para que le preparara tortitas. Había pasado la noche en vela, encogida por un dolor en el pecho que me dejaba sin aire. Culpa.
-¿Estás segura?- Preguntó Henry.
-Hijo, yo a tu edad habría matado por unas buenas tortitas el día de mi cumpleaños...- Le sonreí, él llamó al timbre, y yo le abracé fuerte y besé su frente. La puerta se abrió de golpe.
-¡Felicidades!- La alcaldesa lo atrapó en un abrazo. Él también la abrazó con fuerza, y vi que respiraba como si llevara mucho tiempo aguantando la respiración. Estaba segura de ser la única persona que hubiese visto a Regina tan vulnerable. Se despegó de él, todavía temblando, su voz resentida por la emoción. -¿Qué haces aquí?-
-Una tradición tan larga no puede romperse así porque si...- Sonrió.
Desaparecí. En ese instante me di cuenta de que ya no existía, para ninguno de los dos. Ella ni siquiera me había visto. Era comprensible. Entendí que el año que viene sería igual, y el siguiente, y el siguiente... Esto era su cumpleaños, pero sería igual en todos los aspectos. Tenía tantos recuerdos preciosos de su niñez, y los tenía con ella, no conmigo... No podía competir, no podía hacer nada. Solo podía ser buena madre, o intentarlo al menos, se lo debía. Él sería más feliz bajando las escaleras y oliendo a tortitas, en la casa en la que se crió, con la única persona que estuvo a su lado durante mucho tiempo, la única familia que conoció durante más de diez años. Se me encharcaron los ojos al pensar en lo mucho que le quería y quería que fuera feliz, por encima de mi propia felicidad. Realmente puedes ser feliz sabiendo que alguien a quien quieres es feliz, aunque no sea contigo. Y esa sería la felicidad a la que yo podía aspirar.
Le brillaban los ojos. Lo estaba haciendo bien. Nunca es demasiado tarde para hacer las cosas bien.
Entraron, y yo suspiré media sonrisa. Por mucho que me doliera él era feliz.
-Emma...- Se dio cuenta la morena. -Gracias...-
-Él...quería venir...- Asentí y bajé la mirada. No me creía capaz de mirarla a los ojos. Pero si era buena para Henry, entonces era buena a secas. No era la Reina Malvada. Ya no.
-Y...- Frunció el ceño, y al mirarla me di cuenta del brillo en sus ojos. -¿Por eso le has traído? ¿Quería estar aquí y le has traído..?-
Asentí. ¿Qué diablos seguía haciendo aquí? Ah, si, mis piernas pensaban como mi corazón, y no querían marcharse. Necesitaba fuerzas. Miré al costado. Solo necesitaba fuerzas para decir adiós. Regina miraba hacia dentro, llevándose la mano a la boca. Se me adelantó.
-¿Quieres pasar, Emma?-
-¿Cómo?-
-Le has puesto por delante... Le has traído...- Explicó con la voz rota. -Llevo toda la mañana abrazada a un trozo de arcilla con la forma de su mano...ha sido realmente horrible... No te lo deseo... No se lo deseo a nadie...-
Fruncí el ceño y me di cuenta de que lo decía en serio. Claro que lo decía en serio. Era la chica del diario. Ese solitario corazón echado a perder... Entré.
😻😻😻