4. [ 정호석 ]

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Hoseok era un joven un tanto excepcional. Solía ser muy alegre sólo por existir, pero si el día se nublaba, su sonrisa no aparecía hasta la vuelta del sol.

Sus razones eran simples y tal vez un poco infantiles, pero a él sólo le importaba seguir sus sentimientos, no le gustaba romperse la cabeza pensando y dándole la vuelta a todo. Era más fácil seguir al corazón.

Y su razón era que, si el sol se ocultaba, aunque fuera de día, los girasoles estarían tristes y permanecerían cabizbajos. Sería como perder a Dios.

Si los girasoles estaban tristes, él los acompañaría en su tristeza. Porque Hoseok amaba los girasoles, la naturaleza en general, pero en especial a aquellas brillantes flores, ya que eran como un suspiro de primavera, un descanso del eterno invierno, un alivio de verano y un dulce adiós del otoño.

También porque cuando era niño y su madre aún vivía, ella solía llamarlo «mi pequeño girasol». Nunca supo el porqué, pero muy seguramente era por su espíritu alegre y personalidad rutilante.

Por esas razones y más, en la tumba de su madre que visitaba con frecuencia, nunca faltaba un girasol que la decorara y acompañara en su lecho.

Sin embargo, corría con el infortunio de que en su campo no crecieran girasoles, y como el buen campesino que era, había intentado infinidad de veces en hacerlos brotar, pero sin éxito alguno.

Para que no se pusiera triste, su padre le había contado que en el otro extremo del pueblo había un campo aún más grande y solitario en donde crecían muchos de ellos. Quedaba lejos, sí, pero a Hoseok eso no le importaba. Antes iba en su bicicleta y el camino no le parecía tan largo. Pero como siempre, la mala suerte atacó y una rueda se averió.

Eso lo obligó a caminar bajo el sol de la tarde, que parecía un reloj, pues cuando iba llegando a su casa con un girasol en su mano, el sol ya caía. Pero no se quejaba, le gustaba admirar la belleza de su pueblo, de las calles de piedra y los inmensos árboles. Las casas grandes y pequeñas. Las aves que se cruzaban en su camino. El cielo cambiante. La satisfacción de estar consigo mismo.

Así que la alegría no se alejaba, lo inundaba como la calma y los roces de la brisa.

Hoseok amaba su vida, era tan libre. Un ave que en cualquier momento podía volar hacia el horizonte hasta la mañana de un día nuevo y perderse en la mancha dorada de la lejanía.

Pero a pesar de todo aquello, había algo que nunca lo dejaba, que incluso todas sus sonrisas no podían amainar. Era ese sentimiento de extraña soledad. Tenía a su padre, no entendía el porque se sentía así. Solo y un poco vacío. Sin razones.

Así que lo ignoraba. Ignoraba a su pecho angustiado y el impedimento de su sonrisa queriendo salir.

Era más fácil si veía a los girasoles. Ellos le daban la calma que necesitaba. Hoseok seguía viviendo con esa felicidad constante.

Cuando ya se iba acercando la noche, donde en el cielo la luna y el sol se cruzaban, donde sombras purpúreas y brillos dorados aparecían a la tarde, Hoseok caminaba a su casa. No le gustaba llegar tarde, no le gustaba que su padre se preocupara. Así que apresuró el paso y caminó por las calles solitarias.

Otra cosa que amaba de su pueblo era esa apreciable paz. Todo lo maravillaba. Pero ya otro día tendría la oportunidad de admirar todo con más tranquilidad. No faltaba mucho para que llegara a su hogar.

Cruzó una de las calles, donde tendría que subir por la colina y seguir hacia el campo abierto en donde tenía su humilde granja.

Esa calle le parecía la más encantadora. Las casas ahí eran enormes, elegantes y lujosas. Siempre se había preguntado cómo serían por dentro.

Silbó y comenzó a imaginar cada detalle para distraerse. Pasó frente a una casa que él consideraba su favorita, por el color durazno, los árboles y enredaderas que la rodeaban.

Pasaba de largo cuando tuvo una sensación momentánea. Él no la reconoció, pero eso era lo que uno sentía cuando alguien te veía sin apartar la mirada.

Pero simplemente no le tomó importancia y siguió adelante. Aquella sensación se perdió cuando vio la enorme cobija verde.

Corrió a pesar del cansancio para depositar el girasol en la tumba de su madre.

Había acabado otro día igual, pero al irse a la cama esa noche, Hoseok creía que algo había cambiado. Algo, tal vez en su camino de siempre, lo había hecho.

Un revoloteo de las alas de una mariposa, un beso que había tomado al gorrión por sorpresa.

Sólo los sueños lo sabían. Sólo los girasoles se lo contarían.


°°°

Me encanta la personalidad de Hoseok. O sea, es un sol y siempre tengo una sonrisa cuando lo veo.

Lo amo mucho, jaja.

Muchas gracias por leer.

El Lenguaje De Los Girasoles (Sope)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora