Prólogo

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-Podrás decirle que no a nuestra relación -tomo su brazo derecho, jalándola hacia mí - ¡Pero nunca le podrás decir que no al niño que llevas en el vientre!

- ¡DAMIAN! -Me mira con ojos llenos de lágrimas - ¡Ese niño ya no existe!

Inhalo y mantengo la respiración. Mi mente viaja al pasado y al futuro, navegando entre aguas turbias y feroces, repletas de dolor, de llanto... de realidad.

- ¿Qué me estas queriendo decir? -la pregunta en sí es estúpida. Ya sé la respuesta. Ya sé a lo que se refiere. Pero mi corazón anhela lo contrario.

- ¡Aborté Damián! Es lo mejor para ambos.

Abro los ojos y me encuentro en la habitación fría de aquel apartamento, al que llamo humildemente, mi hogar.

El ardor nubla mi vista. Gotas de sudor que recorren mi frente, abriéndose paso por mis cejas gruesas hasta decantar en unas enormes pupilas dilatadas, perdidas en el tiempo.

Me siento al borde de la cama. Apoyo mis brazos en las piernas temblorosas que yacen sin fuerzas, mientras limpio mi rostro con unas manos torpes, que denotan nerviosismo puro.

La respiración no se doblega ante mi voluntad. Agitada cual tormenta en pleno océano. Mi mente no deja de repetir y repetir aquello que mi subconsciente no quiere regalar al olvido.

Me pongo de pie, tras un suspiro que me devuelve un poco de la energía que he gastado hace poco. Camino hacia la puerta que olvidé cerrar por las ansias del momento.

Recorro el pasillo oscuro... oscuro como los pensamientos que asedian mi cabeza sin piedad, sin remordimiento. Arrancando cada noche un pedazo de mi humanidad.

Al llegar a la cocina camino directamente hacia el mini bar. Tomo la primera botella que rozan mis dedos. Mis pies me llevan al cómodo sofá del balcón, «Amo ese sofá».

Es como un psicólogo que solo te escucha... sin decir nada sin hacer preguntas, solo escucha atentamente... Eso es lo que me hace falta.

Destapo la botella y le doy un buen sorbo. Ron, me encanta cuando dejo las decisiones a mi cuerpo y no a mi mente. Ron, esto me ayudará a dejar de pensar en lo que me aflige desde lo que se me hace una infinidad de lunas.

Me ayudará a alejar aquella noche de mí. Aquel dolor. Doy otro sorbo aún más duradero. Siento como el licor va quemando sentimientos mientras se abre paso a través del esófago.

Por fin mi corazón deja de retumbar con tanta velocidad. Sentía que en cualquier momento se iba a detener, pero nunca lo hace. No sé por qué no termina de descansar.

«Maldita pesadilla» pienso mientras veo la infinidad del cielo estrellado. Enciendo un cigarrillo. Cada ceniza que cae al suelo es una vaga esperanza de un joven soñador que intentó caminar por un sendero de preguntas sin respuesta.

De un momento a otro mi mente se bloquea. Vuelvo de nuevo a ser el mismo de hace una hora atrás. Como si mis pensamientos fuesen el agua que se derrama de un grifo, y solo lo cierras para evitar que se siga esparciendo el líquido por todo el lugar, dañando todo lo que encuentra a su paso.

Al levantarme del sofá una suave brisa fría, repleta de madrugada, recorre mi cuerpo. Advierto que me encuentro totalmente desnudo. Libertad total. Estaba tan ensimismado que no me había percatado de mi desnudez.

Me dirijo nuevamente a la habitación. Enciendo la vela aromática que está sobre la mesita de noche. La luz descubre en mi cama el cuerpo de turno, que llena el vacío infinito de otra noche sin motivo para amanecer.

Aquella mujer rubia dormida de costado, con curvas exuberantes que llaman al pecado. Sus senos hermosos de pezones rosados al aire, apuntando hacia mí. Un abdomen plano, con un ombligo igual de hermoso. Pómulos altos, cejas finas, pestañas largas tan curvas como sus caderas.

No recuerdo su nombre, fue una noche muy alocada en el club. No necesito saberlo, su nombre es lo de menos, es con su cuerpo con quien me comunico. Eso me basta para saciar mi sed de lujuria. Al menos por esta noche.

Me agacho al lado de la cama, dejando que mis dedos se posen en su tobillo y ligeramente se desplacen en una caricia perversa, subiendo poco a poco por su pierna. Su piel es suave, llena de vida por donde toco.

Detengo mi avance en su sexo depilado, totalmente limpio, aún enrojecido por la faena de hace unas horas. La masturbo con movimientos suaves, circulares. Empiezo a sentir su humedad. Eso, así me gusta. Yo llamo a su cuerpo, y él me responde gustoso.

-Damián ¿Qué haces? -me pregunta adormilada, abriendo los ojos poco a poco.

-Nada malo -respondo con malicia, al mismo tiempo que muestro mi típica sonrisa desbordante de deseo y morbo.

-Estaba soñando bonito y me despertaste -dice, llevándose las manos a la cara, en un gesto de inocencia.

-Si quieres me detengo y te dejo dormir -la miro fijamente, alzando mi ceja. Introduzco dos dedos en su vagina bañada en humedad y me acerco a su oído - ¿Quieres que me detenga?

Ella jadea mientras sus mejillas se ruborizan. Su piel se eriza desde el muslo hasta sus brazos. Siento temblar su cuerpo a consecuencia de los movimientos continuos que empujan mis dedos cada vez más adentro de su ser. Sus ojos cerrados me indican que se está dejando llevar por lo que la hago sentir.

-Damián -Sale mi nombre de su boca, tras morder sus labios para ahogar un gemido.

-Exacto, no quieres que me detenga -susurro a su oído -Yo sé que es lo que quieres.

Me subo a la cama, abriendo sus piernas de par en par, metiéndome entre ellas y exponiendo su sexo ante mí. Ella mira mi erección con deseo mientras masajea sus senos y muerde sus labios.

Sin demora, la penetro con fuerza, a lo que ella responde con un gemido fuerte, que inunda toda la habitación. Coloco una mano en su cuello y me acerco a su oído.

-Quieres que te coja, y es lo que voy a hacer.

Aún no lo sabes... Pero serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora