NARRA SAMANTA
Quería matarle, descuartizarle cada uno de los miembros de su cuerpo, quemarle y enterrar sus cenizas en el polo norte. Sin embargo, sintiendo aún la mano de Jessica en mi nalga, le sonreí con todo el cinismo del mundo.
- ¿Y tú café?
- No me ha dado tiempo a terminarlo, ¿qué pasa?
- ¿Lo tienes tú?
Miré la pantalla al tipo que me estaba señalando. Aspecto juvenil, moreno y ojos grises. Desde luego que le tenía yo.
- Sí – busqué en la carpeta – Es Lucas Villar.
- Pues ya tenemos a uno.
Fui en seguida a buscar a Jessica. Seguía apoyada en el mismo sitio que yo la había dejado. Le hice una señal de que tenía que venir y en seguida se puso en marcha.
- Lucas Villar es el hombre que entra a las once y cuarto.
- ¿Lo tenéis?
- Sí.
- ¿Y qué hay de él?
- Poca cosa – negué llegando a la mesa de Darío – Posesión de drogas nada más.
- Vale. Vete a por él con una patrulla – le ordenó a Darío.
- ¿Y comer?
Jessica miró el reloj. No sabía ni en qué hora vivía, y eso que habíamos hablado de comer juntas. Por eso recé para que lo recordara, porque con Darío de por medio, no podríamos comer a gusto.
- Tienes que localizarle en su casa, y sino en el trabajo. Come por el camino.
Fue contundente, como era ella. Darío se recostó sobre la silla lamentándose, le conocía. Solo le di unos golpes de ánimo en el hombro porque sabía que tampoco era justo para él. Pero resignado, se marchó a por Lucas.
Nosotras esperamos cinco minutos para bajar a la cafetería y comer. Exactamente igual que el día anterior, la una frente a la otra y la misma comida sana. La diferencia es que nuestra forma de mirar había cambiado, no era igual. Yo quería estar con ella... Y ella conmigo.
- Un loco era – añadió algo enfadada – Unos inútiles, eso es lo que son.
- A ver si me aclaro – sonreí dejando el vaso con agua – Mientras diriges esta investigación, has resuelto una en la otra punta del país y era amenaza de bomba – ella asintió como si no fuera nada – Jessica, ¿te estás dando cuenta de lo que eres?
- ¿El qué?
- El centro del cuerpo prácticamente. Todos te llaman y dependen de ti – ella negó con la cabeza - ¿Cuál es tu próximo paso?
- Tengo treinta y siete años... De momento quiero seguir siendo inspectora.
- Podrías ser perfectamente la jefa de todo el cuerpo, y lo sabes.
Negó bebiendo agua. Ella siempre restándole importancia a todo lo que abarcaba. Terminamos de comer media hora después y no teníamos noticias de Darío todavía. Así que tampoco nos dimos prisa por volver a la planta.
- ¿Te gustó? – preguntó de pronto – Lo de anoche...
- ¿Es una broma? Jessica estuvo increíble – sonrió - ¿A ti te gustó?
- Ha sido de las mejores noches que he tenido – contestó mordiéndose ligeramente el dedo índice.
- En eso coincido – asentí apoyándome en la mesa – Tienes la puerta de mi casa abierta... - en ese momento se incorporó apoyándose como yo.
- ¿Quieres repetirlo? – me encogí de hombros - ¿Eso qué significa? – sonrió.
- ¿Tú quieres repetirlo?
- Me encantaría – susurró.
- Pues entonces la puerta no es lo único que tienes abierto – sonreí.
Se mordió el labio y se pasó las manos por la cara mientras intentaba esconder una hermosa sonrisa.
- Y los de arriba pretenden que me vaya ya... - susurró – Eres un pecado, Samanta Ruiz.
- ¿Yo? Para nada – sonreí.
Se apoyó en su mano, mientras que daba golpecitos en la mesa con la otra. Miró el vaso de agua, después lo hizo a la sala y metió dos dedos en el agua. Lo que no me imaginaba es que cuando los sacara me iba a pedir que los chupara.
- Estás demente – sonreí.
- Pensé que lo harías – sonrió – Me dices que tengo más cosas abiertas...
- Porque es verdad – asentí limpiándole con la servilleta los dedos – Las veces que quieras...
Le lamí los dedos una vez que se los limpié asegurándome de que nadie en esa sala lo viera, pues puse mi cabeza por delante. Ella retiró su mano en seguida sonriendo.
- Madre mía...
Se volvió a posicionar igual, apoyando su cabeza en su mano izquierda y golpeando con la derecha. Yo me mantuve en la mía, sobre la mesa y mirándola fijamente.
- ¿Cómo se ha tomado Darío el marcharse de nuevo? – preguntó intentando relajarse.
- Le ha molestado pero viniendo de ti, le ha molestado mucho menos.
- Qué halagador...
Estaba incómoda y lo sabía, pero porque le había encantado que hiciera eso. Tener el poder sobre Jessica, era algo que aún me cuesta explicar. Ver tanta seguridad en ella, pero ver que yo podía tumbar eso... Me ponía demasiado.
El problema es que con ella, las victorias, me duraban minutos. Pues bebió agua, se puso de pie y se acercó a mi oído.
- Ni te imaginas lo mucho que me pones.
Soltó la bomba y se marchó. Jessica Jenkins, una mujer a la que podías dominar... Tan solo dos minutos. Le había dado la vuelta a todo y lo sabía. Lo sabía porque me quiso dejar así, después de decirme eso. Yo me hundí en la silla escuchando continuamente su frase. Yo tenía el poder sobre Jessica, pero ella lo tenía sobre mí.
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Miradas de deseo.
Romance¿Qué pasa cuando la atracción física se convierte en algo mucho más complicado?