LLévame a casa.

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NARRA JESSICA

No me arrepentí de decírselo, al contrario. Había notado que se había distanciado a raíz de no decirle nada, así que tomé impulso y se lo dije. El problema es que ahora quería comerla la boca a cada segundo sabiendo que era recíproco. Pero entre que ella no se despegó del teléfono en toda la tarde, que estábamos en medio de un caso y en una comisaría, no pudimos hacer nada de lo que mi mente pensaba a cada instante.

Un tipo gordo, de unos cuarenta y muchos años, me esperaba en una de las salas. Sus cortas piernas impedían que se colocara con comodidad en el sofá. No sé si porque las tenía cortas, o porque su enorme barriga se lo impedía.

- Señor Vazquez.

- Hola inspectora – me estrechó la mano – Supongo que estoy aquí por Andrea.

- Supone bien, ¿algo que me quiera decir?

- No – se encogió de hombros – Bueno, no más allá de lo que la pueda ayudar.

- ¿Cómo era Andrea en el trabajo?

- Trabajadora – sonrió como si hubiese hecho el chiste de su vida – Muy profesional y ordenada, eso en un trabajo como este, es muy importante.

- ¿Y con sus compañeros?

- Creo que se llevaban bien. Tampoco es que yo esté pendiente de cómo son sus relaciones, pero nunca me llegaron quejas sobre ella.

- ¿No discutió nunca con nadie?

- No, no más allá de la tensión del trabajo. Ya sabe, una noche corriendo con las cosas, que si le quito esto a este. Roces, pero vamos, no para acabar así.

- Imagino que tampoco sabe nada de un novio – negó - ¿A qué se dedicaba Andrea dentro?

- Pues depende de lo que la mandara el encargado que estuviera en el turno. Podía limpiar el salón, los baños, sacar la basura, cocinar... Depende.

- ¿Sabe lo que estaba haciendo esa noche?

- No, no tengo ni idea.

La conversación con Paolo Vázquez, el gerente del restaurante no pudo ser más aburrida. Obviando que su único objetivo era hacerme ver que era un lugar de trabajo para todos y donde todos eran como hermanos, sus contestaciones no me arrojaban nada nuevo sobre la investigación.

Esto me cabreaba por una sencilla razón. El asesino era de dentro, así que me costaba creer que el gerente de ese restaurante, el jefe de toda la plantilla, no supiera absolutamente nada. Porque una cosa sabía, aunque Andrea se debía un respeto, no era santa, porque nadie, nunca, lo es.

Pero es que la conversación con el encargado de ese turno, fue aún más graciosa – en un sentido irónico – pues ni siquiera escuchó ni vio nada. Mataron a una empleada en un turno en el que él tenía que estar al cargo. Según él, Andrea había ido al almacén a por el repuesto de cajas de la McPollo. Pero nunca volvió.

En cuanto a mi pregunta sobre quién se dio cuenta, respondió que dos empleadas volvieron histéricas al encontrar el cuerpo. Apunté el nombre de las dos: Dolores Hidalgo y Leticia Pérez.

Apunté los dos nombres para después preguntarle a Samanta si estarían en la reunión. Y tras las conversaciones con aquellos dos hombres, se me abrieron dos hipótesis: o que me estaban mintiendo y estaban involucrados, o que estaban diciendo la verdad y el asesino era más inteligente de lo que parecía.

Todo se quedó anotado en la pizarra, tanto los nombres, a quienes íbamos a ver después, como mis hipótesis. Aunque estaba convencida de que una de esas dos, iba a ser borrada tras las conversaciones en el restaurante.

Miradas de deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora