En mi cama y desnuda.

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NARRA SAMANTA

Pese a que en el fondo me dolía ver a Darío arrastrarse de esa manera, solo con ver la cara de Jessica ya me merecía la pena.

No la había dejado en paz, desde que se había sentado se puso a hablar de él y de sus mierdas. Supongo que eso, con alguna heterosexual, le habría valido. Pero no con Jessica Jenkins, pues estuvo más ocupada en mi y en su botellín que en las historias de Darío.

Aunque no la culpaba. Qué aburrimiento.

Abrí a Jessica diez minutos después de haber llegado a casa. Consiguió librarse de Darío. Esperé los dos minutos que tardaba el ascensor en subir y bajar, porque cuando llegó, yo ya estaba apoyada en la puerta.

- ¿Te has divertido?

- No te imaginas cuánto – sonreí cerrando – Jessica mira lo que hago, mira cómo lo hago Oh, Jessica.

- Muy graciosa – sonrió acorralándome.

- ¿No crees que es mejor decírselo?

- Me juego mi puesto con esto, Sam.

- Lo sé – asentí sintiendo su lengua en mi cuello – Pero le conozco y no dirá nada. A ti te dejará en paz y yo podré hablar con él

- ¿De qué quieres hablar con él?

No contesté porque me metió la lengua hasta la campanilla prácticamente. Yo solo pude agarrarla las nalgas mientras que ella apretó mis pechos en sus manos sobre la camiseta y el sujetador.

- De lo mucho que me pones – susurré cogiéndola.

- Dile que es mutuo – respondió enredando sus piernas en mi cintura – Que solo pienso en comerte durante todo el día

Se bajó en cuanto llegamos a la habitación y todo porque sus deseos de mandar eran superiores. Me empujó contra el armario de tal forma que tuvo que dejar de besarme al preocuparse por haberme hecho daño.

Pero la agarré del pantalón atrayéndola de nuevo. Yo solo quería saborearla, desearla, tocarla y acariciarla. Así que se me ocurrió la única manera en la que ella me dejaría bajarle el ritmo a todo, hacerlo un poco más intenso. Sin que supiera absolutamente nada.

- Espera

- ¿Qué?

Le pedí que se quitara los pantalones, y aunque vi como fruncía ligeramente el ceño, obedeció a mi petición. Pero no solo acabé ahí, sino que le quité toda la ropa que llevaba y luego me la quité a mí.

Nos sentamos en la cama, pero yo lo hice en su espalda, apoyando mi pecho en ella. Por encima de su hombro vi sus curvas, esas que tanto me fascinaban. Jessica giró la cabeza para mirarme, pero yo le agarré la mandíbula haciendo que mirara hacia delante.

- Cierra los ojos – susurré pasando mis manos por sus pechos – Y deja de pensar.

- No me gustan las sorpresas.

- Tú hazlo.

Aunque me miró dudosa y comprendí que era porque a ella no le acababan de gustar los juegos sin conocimiento, los cerró. Era mi turno y ella me estaba dejando. No iba a haber nada más que las yemas de mis dedos en su piel.

Aparté su pelo dejándolo en el lado izquierdo, pues en el derecho estaba mi cabeza. Me incliné viendo como ella dejaba caer su cabeza. El cuello fue mi objetivo. No saqué mi lengua a pasear, sino que la besé con mis labios. Yo quería que ella me sintiera, era lo único que quería. Que no tuviera necesidad de irse a otro lado.

Pasé mis manos por sus pechos, dibujando algún que otro círculo alrededor de sus pezones. Nada de pellizcos ni de mordidas. Solo los acariciaba, con el pulgar, con la palma y entre mis dedos. Vi como Jessica se mordió el labio inferior. Eso me indicó que no estaba mal encaminada en mis objetivos esa noche.

Se dejó caer sobre mí. Era su sutil forma de decir, que estaba a mi merced, que Jessica Jenkins, era mía. Así que bajé la mano hasta su zona íntima, mientras que mi boca la llevé a su oreja mirándola fijamente.

En seguida un escalofrío recorrió su cuerpo, y lo pude sentir. Eso provocó que incrementara los movimientos de mis dedos, tanto fuera como dentro de ella. Me daba igual que hacer, si solo acariciarla o meterla los dedos. Me daba exactamente igual, yo lo único que quería era que ella disfrutara.

Jessica se mantenía apoyada en mi hombro, con los ojos cerrados y sus manos en mis rodillas. Apretándome cada vez que un escalofrío se apoderaba de ella, acompañado de un gemido. Vi como se relamía los labios cuando su cadera se empezó a descontrolar. Jessica estaba perdida y totalmente entregada a mí.

- ¿Te gusta? – susurré.

- Sí

- ¿Quieres más?

Asintió con la cabeza, dado que le pareció más oportuno lamerse de nuevo los labios.

Con algo no contaba yo y me di cuenta esa noche. Cambiando de postura, tumbándome en la cama boca abajo y con la cabeza entre las piernas de Jessica. Nunca, jamás, tendría el control absoluto sobre ella.

Había tenido muchas veces a mujeres como la tenía a ella ahora mismo, para mí y a mi disposición. Mujeres que se había abierto de piernas con la única intención de tener que contar a sus amigas cómo era acostarse con una agente. Pero esa noche era todo muy distinto.

Los gemidos eran de ella, los agarrones en las sábanas eran de ella, los dedos que se retorcían eran de ella pero el deseo era mío.

Porque incluso cuando mi lengua estaba en ella, seguía teniendo el control sobre mí. Yo necesitaba hacerle el amor, yo necesitaba tenerla más allá de un revolcón. Jessica me tenía dominada, aun cuando no era ella la que mandaba.

La miré y ella me miró cuando tenía mi lengua en su centro. Tragó saliva, se mordió el labio y respiró. Me acarició la cabeza, pero no pudo hacer nada más porque se tumbó dejándose llevar todavía más.

Sus pechos se elevaban, su cadera se descontrolaba y la tuve que agarrar con fuerza, y ella, sostenía sus pechos intentando disfrutar todavía más. Las paredes de mi casa se llenaban de sus gemidos, y puedo asegurar que estarían allí por muchos meses.

Jessica acabó exhausta en la cama. Completamente estirada y sus manos en su abdomen. Intentaba recuperar el aire que había perdido, y sinónimo de eso, era como lo contraía.

- Creo que nunca me había corrido tanto...

- Pues lo que se han perdido – sonreí tumbándome sobre ella.

La noche no se quedó ahí. Jessica no se iba a quedar tranquila sino me hacía suya, eso era obvio. Porque lo hizo. Nuestra noche duró más de dos horas, la una con la otra. Jugando y consiguiendo nuestros premios, los orgasmos de la otra.

Mis noches con ella se habían vuelto excitantes, apasionadas y tremendamente buenas. Yo nunca había estado con una mujer que me daba tanto, sin tocarme.

Ella se quedó dormida boca abajo, deduje que era su postura favorita. Con una pierna entre dos mías y uno de sus brazos por todo mi abdomen. La arropé porque yo no podía dormir. No esa noche. Pues fue la que creo, cambió todo para mí.

Nunca, jamás, había admirado tanto a alguien. Y nunca, jamás, había sentido tanta atracción por alguien. Y Jessica, había superado ambas cosas. La razón por la que no dormí fue precisamente por ella.

Jessica Jenkins, la persona más influyente en el cuerpo nacional de policía. Tenía en su agenda el número guardado del jefe superior con su nombre de pila. Ella, que se relacionaba con el CNI, la guardia civil, y si me apurabas Con la Interpol y la CIA.

Cada periódico, cada rueda de prensa, cada nota suya yo la había leído desde los veinticinco años. Siempre siguiendo sus pasos, siempre sintiendo que en algún momento podía llegar a ser como ella. Pero esa noche me di cuenta de que eso era imposible. Sé que podría llegar a ser inspectora, incluso comisaria; pero jamás podría llegar a ser como Jessica. Y es que Jessica Jenkins, solo había una.

Esa noche, la tenía en mi cama y desnuda. Jessica Jenkins, la mujer de inteligencia sobrenatural, de instinto abismal, de físico descomunal y de mirada letal; estaba ahí. Una mujer que podía tener a quién quisiera, y las dos lo sabíamos. Pero estaba ahí, en mi cama y desnuda.

Yo no sabía que podía pasar. Solo sabía dos cosas. La primera que aquella mujer me importaba mucho más que un estúpido revolcón de cama. Y la segunda, que tenía un problema demasiado gordo.

Miradas de deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora