Capitulo 3: Tengo un problema.

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Faltaban exactamente 2 horas, un par de horas más, y tenía que ir a recogerla.
Estoy nerviosa y siento mi corazón latir con fuerza.
Hace tantos años que no la veo, que se me hace raro. En su perfil salen fotos suyas y realmente es linda, es muy bonita, muy rara, rara como yo, de esas que no sabes exactamente qué tienen la cabeza, pero a la vez sabes que tiene muchas cosas.
Me plancho el pelo, es rubio y largo, me lo recojo con dos trenzas, maquillo mis ojos, y me miró al espejo.
Llevo una falda corta negra, ajustada a la cintura y con un poco de vuelo, y una camiseta de manga corta blanca.

Kawaii–me digo a mi misma, a la vez que le guiño un ojo al espejo.

Mi mamá se para delante de mí, y me mira con una sonrisa socarrona.

–Donde vas así hoy? Te llevo a algún sitio?–dentro de mi por algún extraño motivo siento un remolino de nervios.

–Quedé con una amiga, iremos a la feria esta tarde, puedo ir caminando, pero como veas.–me estaba preparando mentalmente para la típica charla de que primero se pide permiso.

–Te llevo yo en coche, pero a las 9, en casa.–

Si, esto era estúpido realmente, 18 años y tenía que volver a casa a las 9 de la noche, y en verano. Creo que era la única tonta de mi ciudad que acataba esas normas.
Sé que parezco una niña pequeña, pero por increíble que parezca, no lo soy.

–Bueno mami, me bajo, a la noche te veo–intento disimular como late desbocado mi corazón.

Llego a su portal, y llamo, me avisa que ya baja, no creo que tarde, me miro en el reflejo del cristal y me acomodo las trenzas.

–Siempre se me despeinan–me digo en voz baja.

Veo abrirse la puerta, es ella.

Echo un vistazo rápido a todo su cuerpo y mi mente ya da vueltas.

Lleva una falda de pliegues rosa clarito, se le ajusta perfectamente a la cintura, y se ven de escándalo sus  piernas más oscuras en comparación a la falda.
Su camisa es blanca, y aunque es ajustada a su cuerpo, no se le transparenta demasiado.
Es una mezcla perfecta entre dulce y llamativa.
Lleva los labios pintados, se ven demasiado carnosos..., tanto, que me quedo hipnotizada mirándolos.
Y su pelo moreno, despeinado como siempre, con rizos rebeldes que le caen por su rostro.

–Hola!–me saluda con una gran sonrisa y me abraza.

Mi corazon da un pequeño vuelco, pero le devuelvo el abrazo.

–Hola Sophie, nos vamos?– tengo las mejillas al rojo vivo, me ha sorprendido como se ha lanzado hacía mí.

–Estas muy linda, Pheobe, eso sí, sigues igual de pequeña, aunque ahora que lo pienso, somos iguales en altura, no puedo criticarlo– ríe como una niña pequeña.

–La verdad no– río fuertemente-
Por cierto, vas con un estilo, algo masculino, o es imaginación mía.
Quizás el mío sea muy femenino

–Oh , si, te diste cuenta, aveces me da por vestirme como una chica, con falda y eso, y otras, me visto como un chico, me divierte cambiar el rol.– susurra tocándose las manos y pensando en lo que dice.

Una vez llegamos a la feria, nuestras manos se unieron, no hablamos sobre ello, pero estoy segura de que ambas lo estábamos pensando, nuestras manos sudaban, pero sentíamos la necesidad de ir agarradas, de tocarnos, aunque solo fuese como amigas, o yo al menos quería creer eso.
Compramos algodones de azúcar de color rosa, y fuimos empalagandonos por el camino.

Dicen que si llevas a alguien a un parque de atracciones cuando quedas con el o ella, esa persona se sentirá feliz o eufórica cuando piense en ti.
Pero a mí me dan panico muchas de las atracciones, y quizás a ella también, además llevábamos el algodón de azúcar.

–Nos tomamos una foto rubia?– me dice con vergüenza en su mirada.

Nos sentamos, y apoyo mi pierna en las suyas, es una manía muy mía, y con ella me siento cómoda de hacerlo, parece que no le importa, ya que no se ve incómoda.

No sé me pasa por alto como mira a la cámara de manera tímida, la forma en la cual sonríe, y se le achinan los ojos. Observo su rostro, le caen pequeños mechones por la cara, mechones color marrón con toques de color oro.
Y sus ojos, grandes, color café, me miran mientras pestañea de seguido.
Pero en realidad lo que más llama mi atención, son esas pecas, esas que están esparcidas por toda su cara.
Ella me estaba haciendo sentir una guerra mundial en el estómago, y nisiquiera se percataba.

Nos sacamos unas fotos con el algodón de azúcar, y las subimos a las redes sociales.

–Salimos bien en las fotos, hasta parecemos bonitas–digo riéndome.

De camino a nuestras casas, me dice que me quiere acompañar a mi casa, prefiere no dejarme sola, es una gran amiga, se preocupa por mi.
Nos sentamos en un banco a mitad de camino, y toca mi mano, a la vez que yo siento una chispa en ella.

¿Habrá notado ella lo mismo?

Pero sigue hablando y descarto cualquier opción, cambiamos de tema , podemos hablar de cualquier tema y no nos aburrímos, pero se estaba haciendo tarde y era hora de irnos a casa.

Ella me dejo en mi portal, quedamos en vernos otro día, y subirnos a la noria, me lo ha prometido.
Fuimos a despedirnos, he hizo algo que yo no esperaba, pero que no pude rechazar.

Me besó.

Agarró una de mis manos, y me besó, delante de todo el mundo que pasaba por delante, y yo, solo pude acariciar su cara, y seguirle el beso.
Primeramente fue un beso tímido, una corriente eléctrica atravesaba toda mi espalda, a medida que pasaron los segundos, el beso se tornó más intenso, mordi sus labios, y toqué el cielo, sentí que necesitaba besarla de esta manera más veces.
Pero nos separamos.

–Adiós–dijo mientras me miraba completamente avergonzada.

–Adiós Sophie–dije, sin poder creerme lo sucedido.

Subí a casa, con un remolino enorme de emociones en mi.
Mamá abrió la puerta, me miró, y supo que algo diferente había en mi.

–Llegas un poco tarde hija, qué tal la tarde?-–escupió con una sonrisa cómplice.

Mami, tengo un problema.–

Para otra vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora