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Dos dias habían pasado desde aquel suceso donde el pequeño y frágil corazón de TaeMin terminó por agrietarse al punto de hacerse añicos al ver al amor de su vida entre los brazos de otra, dos días donde se sumió en una depresión que lo tuvo aislado del mundo exterior, donde no permitía que nadie irrumpiera su aislamiento, ni siquiera el mismísimo KiBum fue capaz de sacar a su niño de aquel estado que poco a poco lo iba consumiendo al punto de hacerle temer por su vida, ni siquiera los constantes ruegos de MinHo para que le creyera.

Dos días donde estaba encerrado en aquella habitación de hotel pues no había sido capaz de entrar al que creía era su hogar, no con tantos recuerdos.

Sus mejillas estaban humectadas con las lágrimas de su constante llanto, su nariz estaba tan enrojecida y dilatada que le dolía hasta para respirar, no podía creer lo estúpido  y bobo que había sido al dejar todo por su matrimonio, por aguantar malos tratos y humillación por parte del círculo de su amado, porque si, su suegra le había creado la fama de arribista en el mundo de los ricos, se sentía tan desolado y solo.

Había dejado pasar una oportunidad única de ir a estudiar en el extranjero por quedarse junto a su amado esposo, había dejado la danza para estudiar algo que no le gustaba solo por ayudarle a su esposo a mantener la empresa en pie... ¿Y para que? Si ni siquiera le había dejado trabajar, ni siquiera le permitía obtener su propio dinero, pero estaba bien para él, tan estúpido, si, sabía que no tenia la mejor educación, sabía que no era de la elite, y ahora que lo pensaba... quizá su suegra tenía razón y MinHo se avergonzaba de él y sus raíces.

Cansado, sucio y con el alma hecha añicos, camino hacia el ventanal de la habitación deleitándose por unos momentos de la perfecta vista nocturna que le ofrecía Seúl.

Aún no era demasiado tarde.

No sé dejaría vencer.

Él no era débil.

No dejaría que nadie más le pasara a llevar.

Cumpliría su sueño.

Mentalizado y decidido, limpio los restos de lágrimas que yacían en sus mejillas y sin más salió rumbo al que por años llamó su hogar, peinó con torpeza sus cabellos suspirando al oír el bullicio de la calle a pesar de ser ya casi las 10 de la noche, necesitaba un taxi por lo que se acercó a la vereda en espera de uno, no pasó más de un par de minutos cuando aparco uno a su lado, a lo que estiró su mano para abrir la puerta trasera del vehículo pero tal parece no era el único que deseaba el transporte, lo supo al sentir su mano chocar con la calidez de una desconocida.

Alzó su vista encontrándose con un rostro amigable, con facciones marcadas y masculinas, piel morena, labios gruesos, mentón firme y pestañas que resguardaban unos ojos ámbar que le transmitían paz, una que ya conocía.

Su antiguo  amigo de la infancia.

— ¿K-Kai?

— Taeminnie.

Susurró por lo bajo el castaño preso de su asombro, hace años que no sabía nada del que era su mejor amigo, desde que se cambió de facultad para ser contador para ser precisos, lo último que supo es que el moreno se había casado con el hijo de un importante abogado.

— No puedo creer que seas tú, estás hermoso, Minnie.—Exclamó el más alto, envolviendo en un cálido abrazo a su amigo de la infancia, quién no dudó en corresponder.

— ¿Van a subir o no?

Ambos jóvenes se voltearon al oír la voz del chofer, el cual parecía observarles con parsimonia en espera de su respuesta, a lo que ambos asintieron segundos antes de meterse en la parte trasera del automóvil.

Two Mothers.   [2Min]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora