Juré no volver a hacerlo después de añorar el filo de una cuchilla abriéndose paso por la finísima capa que marcaba la diferencia entre protegerse o estar expuesta al mundo.
Y con esto no quiero romantizar la idea de cortarse la piel a voluntad. Las cosas se llaman por su nombre y esta se llama así: estupidez.
Bueno, la primera estupidez que me hice fue a los 12 años sentada en el piso gris de mi habitación. Estaba sola y confundida. ¿A caso creía que haciéndome más daño me sentiría mejor? Pues estaba equivocada.
Además de sentirme sola y confundida, las cicatrices que vi al día siguiente sólo fueron un recordatorio de lo estúpida que había sido. Y aunque ese recordatorio se quedó por algunas semanas, volví a hacerlo una y otra vez, hasta que perdí la cuenta. Hasta que tuve la convicción de que merecía eso.
Podría aparentar que me sentía bien, incluso yo misma llegué a creérmelo, pero de alguna forma u otra, siempre terminaba con el rostro mojado buscando ver las pequeñas constelaciones carmesí sobre mi antebrazo. Después de eso venía la calma y después la culpa. Juraba que no lo volvería a hacer al notar lo difícil que era ocultarlas.
Pasé un tiempo sin hacerlo, convenciéndome de que no valía la pena, que no resolvía nada con eso. Que no merecía dolor. Porque a veces una trata de ocultar un dolor con otro y la historia se repite incesantemente. Ya no sientes sólo dolor emocional sino que también físico.
Te puedo asegurar que con uno tienes suficiente.
Llegué a los 14 sin un rasguño, sin esas ganas de llorar todo el día y por todo. Qué fácil era la vida entonces, o eso me parecía. Pero algo empezó a moverse dentro de mí y tuve muy poco tiempo de quietud. Después de unos meses sentí ese dolor tan impetuoso que me dejó sin dormir bien por las noches.
Volví a pensar en la sangre, en el delgado filo y en el dolor que me haría olvidar al otro o que simplemente calmaría el enojo que sentía conmigo misma.
Era de noche; me hubiera encontrado en penumbras de no haber sido por la poca luz que se filtraba por debajo de la puerta. La busqué en la mesita de noche y la tomé entre mis manos. Después de todo ese tiempo echaría a perder el avance que había tenido y recaería en antiguos -y malos- hábitos. Volvería la misma historia de antes, esta vez teniendo en claro los sentimientos que albergaba en mí.
Pero me encontraba débil y acobardada. Así que no lo hice.
Mandé todo a la mierda por un instante. Mis sentimientos, mis miedos y dudas, incluso la maldita navaja se fue a la mierda y con ella todas esas noches en vela. Tomé un bolígrafo y dibujé margaritas en mis brazos. Una por cada palabra que no podía decir, por cada inseguridad, por cada grieta en mi corazón.
Florecí frenéticamente y pronto no sólo eran margaritas. Eran rosas en los pulmones y en lugar de lágrimas cayeron pétalos de violeta.
Ya no era necesario ver sangre para recordar que estaba viva. Y que sufría, sí, ¿pero qué es una vida de sufrimiento comparada con un segundo de amor?
Supe que me habría arrepentido de haberlo hecho. Desde entonces no lo volví a ver ni siquiera como una opción. Y quizá ya no florezco, quizá ya no es necesario. Mas sólo una vez fue necesario para preferir ver flores en lugar de sangre.
(ノ>ω<)ノ :。・:*:・゚'★,。・:*:・゚'☆
Créditos a Malvavisco-kawaii por la pintura
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Pensamientos De Medianoche
RandomEs sólo un compendio de cosas extrañas que se cruzan en mi cabeza y que plasmo en lugar de dormir. Es sólo una rendija desde donde pueden entrever el desastre que soy, que fui y que probablemente seré. Son mis desvelos y las cosas que me aquejan o s...